Estamos asistiendo a un juicio que empieza 4 años después del descubrimiento de las irrefutables pruebas de violaciones en casa de la victima, Gisèlle Pelicot, perpetradas por su marido y, de momento, 83 participantes más. Todos ellos con profesiones diversas: enfermero, concejal, comerciante, militar, bombero, técnicos…, de edades comprendidas entre los 27 y los 73, hombres corrientes, algunos incluso vecinos de la victima. Todos ellos personas normales, no monstruos, hombres que consideran a las mujeres como un cuerpo, que cosifican y deshumanizan a las mujeres incluso a las que están inconscientes, como era el caso, por los somníferos y productos anestésicos empleados por el marido.
Parece increíble que en el vecino país de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad haya ocurrido algo semejante. No nos extrañemos, estos 3 derechos siguen siendo mucho más para la mitad de la población. Ya pagó con su vida Olimpe de Gouges en la Revolución Francesa.
No soy jurista pero el delito de violación en Francia no está definido con todas las garantías para las mujeres y a partir de ahora hay alguna esperanza de que las leyes mejoren esta tipificación. Hay un gran debate ahora mismo a raíz del caso Pelicot. En el juicio se oyó como un abogado defensor dijo que allí iban a tratar de las escenas sexuales grabadas, a lo que la víctima contestó que no se trataba de sexo sino de violaciones, al menos para ella, no así para ellos. Esta frase nos da la medida de en qué nivel patriarcal se encuentra la justicia en un país referente en derechos pero no en respecto a las mujeres, la mitad de la población.
Los hombres que participaban en estas violaciones no son ningunos monstruos, todos llevaban una vida normal pero participaban en esto porque les resultaba más fácil que quizás de otra manera, y parece que sin pagar. Hablar de alteraciones psicológicas, de perversiones o de desdoblamientos de personalidad es una forma de no situar el problema en el centro: la cosificación de las mujeres para el disfrute y la diversión del hombre.
Entre los 84, de momento, parece que 3 no se quedaron en la habitación conyugal, pero ninguno denunció nada. Lógico, hay que proteger la masculinidad y su fratría pues quién sabe si algún día ellos podrían hacer lo mismo.
Gisèlle Pelicot no aceptó que el juicio se celebrara a puerta cerrada, exigió que se vieran las caras de todos y que se escuchara todo lo ocurrido concluyendo que la vergüenza tiene que cambiar de campo. Una gran lección al tribunal.
Hay muchos debates en los medios franceses porque el número de tantos implicados no suele ser lo común. Ha habido movilizaciones de mujeres y también de algunos varones que muestran pancartas con NOT ALL MEN; no todos, claro, pero hombres finalmente.
Se necesita una voluntad política inexistente hoy en día para ir a la raíz de las causas de la violencia contra las mujeres: la escuela es un lugar para cambiar esta concepción que cosifica a las mujeres, la hipersexualización que vivimos es constante y en un primer plano la pornografía que llega ya a criaturas muy jóvenes, desde los 10 años. La pornografía abre la puerta y reproduce esta idea de deshumanización total de las mujeres, es una antesala de las violaciones, individuales o grupales. Y también la antesala de la prostitución.
Y mientras tanto, la victima, Gisèlle, tendrá que asistir a un juicio, que durará meses, escuchando todo lo vivido en su propio dormitorio. Veremos cuantas veces se indispone el marido, el organizador de todo esta indignidad. Las mujeres le enviamos toda nuestra fuerza porque la batalla contra el machismo algún día la ganaremos.