La vuelta a la tribu
Termina el verano más atípico que muchos hayamos vivido. Sin obviar, la sobredimensión del fenómeno de la okupación auspiciada por la banca propietaria de muchos de los medios de comunicación tradicionales, la reivindicación de la Marisol más comunista y la marcha de Messi, la vuelta al cole ha monopolizado la agenda política, las tertulias de bar y sombrilla, y los zascas de twitter de las últimas semanas.
Por supuesto, escuelas seguras. Pero no olvidemos que para muchos chicos y chicas la escuela es su único refugio. Un refugio frente el empobrecimiento familiar, la soledad infantil acompañada de progenitores sobrepasados tanto por trabajos de éxito ,que exigen dedicación absoluta, como por el pluriempleo, o la violencia y abuso que padecen invisiblemente en sus casas. Tampoco obviemos que, para muchos, las garantías que ahora exigen para la vuelta a las aulas las relajaban en piscinas, parques o en los bares donde aparcaban a sus niños tablets en mano para disfrutar de las pocas noches de verano.
En el caso valenciano, hay vida más allá de la M-30, existe consenso en la comunidad educativa, tanto pública como concertada, para garantizar la vuelta al cole con el menor riesgo posible. Diálogo, trabajo y más inversión como, por ejemplo, la contratación extraordinaria de 4.400 profesoras y 3.000 monitoras de comedor para hacer una convivencia educativa más segura.
Pero el debate de fondo, que subyace bajo la tensión sociofamiliar, sobre la vuelta al cole va mucho más allá. Una de las consecuencias de la pandemia ha sido (o es) el incremento de la incertidumbre y fragilidad en la planificación de los tiempos de crianza. ¿Qué función deben tener las escuelas? Vale, la escuela no es una guardería. Pero, tampoco un púlpito dónde instruir la verdad académicamente revelada (y escogida como temario apto). La escuela debe ser un espacio abierto al barrio, de crianza compartida, de aprendizaje de matemáticas, historia, biología y lengua. También, artes, oratoria, agricultura, tareas domésticas o programación y desarrollo tecnológico. Pero, especialmente, capacidad de análisis, crítica y valores. Agilidad emocional y mucha empatía.
El debate sobre la función de la escuela no debe resolverse para suplir la inexistencia de una agenda integral de cuidados pero tampoco debe hacerse de espaldas a esta. Salgamos reforzados de la pandemia con nuevos equilibrios que rompan con la vieja escuela de tradición industrial y construyan ciudadanía. La solución compleja debe venir de la mano de más ecologismo y más feminismo; redistribución de los usos del tiempo y corresponsabilidad. Una agenda pública que garantice mayor cobertura social con permisos redistribuidos para la crianza y los cuidados, reducción de la jornada laboral y la edad de jubilación, más equipamientos públicos, zonas verdes y deportivas al aire libre, transporte público de calidad y recuperación del espacio público para las familias. En definitiva, la posibilidad de tener más tiempo y espacio donde poder convivir en comunidad. Recuperar la tribu frente al individualismo. Así ante la vuelta al cole, una pandemia o cualquier hecho traumático nos sentiremos más seguros, más cuidados y acogidos.
Una agenda ecofeminista que necesita invertir de forma diferente los recursos, cierto. Pero, especialmente, requiere de un cambio de paradigma que prestigie los cuidados, el derecho a la ciudad y la vida. Un cambio cultural que nos permita ir a comprar al mercado del barrio y a diferentes tiendas en su horario comercial y no nos obligue a ir corriendo por la noche a un supermercado o incluso reservarnos para ello el domingo. Un cambio cultural que nos permita ir a clases de pintura, italiano o a jugar a balonmano entre semana y no tengamos la necesidad de medicarnos por qué todos los días son iguales, de casa al trabajo y del trabajo a casa. Un cambio de paradigma donde tengamos tiempo para participar de la asociación del barrio o del AMPA de nuestra hija y no vayamos al colegio solamente para quejarnos de sus malas notas o para la reunión del viaje de fin de curso. Y tantos otros ejemplos.
Un cambio cultural para cuando nos pregunten quiénes somos no respondamos con nuestra profesión sino expliquemos nuestra vida, nuestras causas y emociones. Seamos felices, aprendamos a vivir la vida. Pero, para ello debemos recuperar nuestro tiempo y el espacio público.
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