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“El capitalismo clientelar que sufre España deriva en salarios bajos”

Jordi Palafox, en La Nau, sede de la Universidad de Valencia desde su fundación.

Voro Maroto

Jordi Palafox (Valencia, 1952) ha sido profesor visitante en varias universidades prestigiosas (Berkeley o Roskilde, Dinamarca) y es catedrático de Historia Económica en la Universidad de Valencia. Tras jubilarse, ha escrito 'Cuatro vientos en contra. El porvenir económico de España“.

El ensayo alerta, salvo cambio de rumbo radical, del inexorable empobrecimiento de España en un contexto global marcado por el dominio de China, la escasa integración de las empresas españolas en las cadenas de valor globales, la baja productividad (por la escasa formación de trabajadores y empresarios) y el pésimo funcionamiento de las instituciones.

Usted mantiene que España no podrá mantener su Estado del bienestar sin cambios en su estructura productiva.

Ser mileurista hace 15 años era lo peor y ahora la mayoría de trabajadores ni siquiera sueñan con ese salario. Esto demuestra que la economía mundial cambia de forma rapidísima y España no se adapta a ese contexto, donde no solo hay nuevos y potentes actores, sobre todo China y otros países del sudeste asiático, sino nuevas formas de producir bienes muy diversos que hace pocos años no existían.

¿Quién es el responsable? Usted exculpa a los últimos presidentes del gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero y Mariano Rajoy, de un problema estructural.

No les exculpo, les culpo de no tomar medidas para cambiar esos problemas estructurales, pero es cierto que se encontraron con una situación enquistada desde hace tiempo: la pérdida de competitividad, por su baja productividad, de la economía española.

Culpa parcialmente de la situación a la aversión al cambio, “las pautas de comportamiento”, de una mayoría de los españoles.

Una parte importante de la sociedad, por razones históricas, sociológicas y otras, piensa que otros deben resolver los problemas. Además, hay connivencia entre determinados intereses económicos y el Estado. Esto es parte del problema institucional que comento en el libro. Se crean barreras de entrada por los dos lados para evitar la entrada en el sistema de empresas que podrían innovar y aumentar la productividad.

Sostiene que la globalización es irreversible. ¿Cómo puede engancharse España a ese tren?

La solución debe ser colectiva y exige cambios radicales sobre la percepción de la situación, tanto de la sociedad como de los gobernantes. Si creemos que eligiendo cada cuatro años a diferentes responsables públicos esto va a cambiar, estamos apañados. Vía la oferta de los gobernantes, ningún país ha mejorado.

¿Qué reformas debe exigir la sociedad?

No tengo respuestas concluyentes. El problema es que las posturas están muy alejadas. Unos [la izquierda) están anclados en el discurso del austericidio. Otros [la derecha] creen que cuando el PIB crezca todo se resolverá. No hay elementos comunes en esos discursos, apelación a algunos cambios, no necesariamente radicales, que mejoren la productividad de la economía. A pesar de todo, soy optimista. Los españoles responden a los incentivos correctos de igual manera que en otros países.

Ahora bien, si proteges la minería española frente al carbón extranjero, más competitivo, por la presión social, elevas el precio de la energía y los costes de las empresas y dañas la competitividad de las empresas. Cuando la Administración española es menos ágil y eficiente que la de otros países, afecta a la productividad. Cuando algunos sectores se protegen de la competencia, eres menos productivo.

Sin valor añadido, no hay buenos empleos ni mejores salarios. ¿Cómo se genera valor?

Soy optimista sobre la capacidad de innovar de gran parte de la sociedad española, lo que se puede hacer vía el marketing o los servicios, no necesariamente con la reindustrialización, que veo improbable. Por ejemplo, unas naranjas exportadas a Francia pero empaquetadas con clase -una caja bonita, envueltas en papel estampado- multiplican su valor exponencialmente. Eso también es innovar. Hay que apoyar esas fuerzas productivas, a las que, por cierto, un político no puede elegir desde un despacho.

Usted critica las soluciones simplistas que algunos gurúes ofrecen en televisión sobre los problemas de la economía española. ¿Son dañinos economistas como José Carlos Díez o Daniel Lacalle?

No creo que sean negativos, pero lamento que no haya otros expertos que den titulares menos llamativos pero más eficaces para mejorar la calidad del debate y la productividad de la economía española. Sin ese debate, los jóvenes vivirán peor que la generación anterior.

¿Cuando se volverá al nivel de riqueza previo al pinchazo de la “espectacular burbuja especulativa”?

El PIB per cápita se recuperará este año o en 2018, pero la riqueza media seguirá siendo inferior. Los salarios, como muestran algunos ejemplos históricos, pueden tardar en recuperarse, aunque la economía crezca. Y en España, el bajo nivel de los salarios tras la crisis es reflejo de la falta de competitividad del país en el nuevo entorno global.

Usted es muy crítico tanto con los resultados del sistema educativo como con la preparación de trabajadores y, también, empresarios.

He querido incidir en la necesidad de evitar saltos mortales, falacias narrativas. Se habla de falta de productividad y en ocasiones se culpa a los trabajadores, lo que quiere decir que el capital humano es malo y hay que mejorar el sistema educativo. En ese discurso hay fallos, porque la productividad, por ejemplo, también depende de las decisiones estratégicas de los directivos.

Hay que reformar la educación para conciliar el fomento de la capacidad crítica y la empleabilidad con más recursos pero introducir cambios también de método y contenido. Además, hay que abordar el problema de los parados de larga duración. El fracaso de las políticas activas de empleo es escandaloso. Y los contratos cortos y precarios van directamente contra la formación del trabajador y su productividad.

¿Por qué tenemos empresarios malos o mejorables?

La historia de España demostraría que por motivos culturales, religiosos e institucionales –las barreras de entrada a nuevos competidores por fallos de la Administración y maniobras de lobbies empresariales, el capitalismo clientelar– han creado un entorno poco propicio al emprendedurismo. Necesitamos más mercado, pero mercado bien regulado.

No le gusta el término “capitalismo de amiguetes” pero usted carga contra los privilegios o ventajas que el Estado concede a ciertos sectores empresariales. ¿Cuáles?

Creo que el término “capitalismo clientelar” define mejor nuestros males, entendido como toda ventaja obtenida en el mercado que proviene de las relaciones con el poder y no de la eficiencia. Tal vez la energía sea de las más caras de Europa por la captura del regulador, los costes tan elevados en España de un mero trámite como el de ir al notario, la capacidad que tenían los registradores de la propiedad de restringir su competencia hasta hace poco, la ineficiencia de la Administración entre cierta indiferencia general, tiene su explicación en el capitalismo clientelar. Esta es una de las causas de la baja productividad y ésta, a su vez, deriva en salarios bajos.

“Los españoles no ven la solución, ni siquiera ven el problema”, dice en el libro.

Los medios de comunicación no entran en el debate y los ciudadanos delegan demasiado en sus representantes públicos, además de que creen, así lo dicen en alguna investigación, que no tienen influencia sobre ellos. Se desentienden del problema, luego no pueden ver la solución.

“Bomba de relojería”, “insostenible”. ¿Qué pasará con el sistema de pensiones en España?

Los expertos constatan que la población española envejece rápidamente y la parte que produce bienes y servicios de donde salen los recursos para pagar pensiones y el Estado de bienestar es cada vez más pequeña en términos relativos. O los que sostienen el sistema tienen mejores salarios, lo que depende de la productividad, y ahí no hay buenas noticias, o no se podrá mantener el actual sistema.

El cambio de modelo productivo parece complicado, un mantra del que todos hablan sin saber muy bien qué es.

Un cambio como ese no se hace de la noche por la mañana. Hace falta además huir de las pretensiones tan frecuentes todavía entre los gestores públicos de saber, por el hecho de ocupar un cargo, cuáles son el sectores de futuro en lugar de promover la igualdad de oportunidades de todos los emprendedores que generan el círculo virtuoso de valor añadido elevado y occupación.

Pero además el modelo actual tiene beneficiarios muy claros: los sectores privilegiados por la acción pública, el más conocido de los cuales, que no único, es el eléctrico, cómo demuestra Carlos Sebastián en su libro 'La España estancada' que cito repetidamente en el libro. Si la gestión pública no adopta decisiones para acabar con esos privilegios, es imposible que las declaraciones de intenciones se transformen en hechos.

Usted es muy crítico con ellos. ¿Por qué fracasan los planes de empleo multimillonarios de las comunidades autónomas?

Todos los expertos constatan que no sirven para nada, o de muy poco. En nueve autonomías hay procesos judiciales abiertos por malversación de los recursos dedicados al empleo. Algo ha fallado, y el sistema no se cambia, no se controla el uso del dinero, ni la eficacia de los cursos. Los sindicatos y los empresarios, receptores y gestores del dinero, no han tenido ningún interés en mejorar el sistema. Los gobernantes, tampoco.

Incide a lo largo del libro en el deficiente funcionamiento de la Administración en España.

El blindaje de los funcionarios respondió al objetivo de conseguir la independencia de la Administración de los poderes fácticos, lo que tenía sentido en la España de la Restauración, pero estamos en el siglo XXI. ¿Cómo se controla el desempeño de los funcionarios? De ninguna manera. ¿Qué incentivo tienen para trabajar de la mejor manera posible? Nada. ¿Qué parte de retribución variable? Normalmente, ninguno. Las condiciones laborales de los funcionarios son privilegiadas.

Usted ha sido militante del PSPV-PSOE, partido que gobierna, en coalición con Compromís, en la Comunidad Valenciana. ¿Cómo valora su gestión económica?

El Gobierno valenciano ni despilfarra ni malversa. Es un avance. Dicho eso, mira demasiado al pasado [la gestión del PP] y poco hacia el futuro, no sabemos dónde quieren que estemos en 2025. Además, su política está demasiado vinculada a la pata asistencial, ayudar a los necesitados, lo que es positivo, pero poco en fomentar la actividad económica. El Consell se preocupa más en darle un pez al pobre que en enseñarle a pescar. Eso me preocupa.

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