Ni un paso atrás

“Si lo que vas a decir / no es más bello que el silencio / no lo vayas a decir”. Esta estrofa de El Último de la Fila me ha venido a la cabeza durante los últimos meses cada vez que me he autorreprochado mi inactividad en el debate público, ya no sólo en este espacio periodístico sino también en las -otrora adictivas para mí- redes sociales. Sustituyan “bello” por “pertinente”, “original” o “interesante” y entenderán los lectores mis reparos, que admito que  también puedan considerarse excusas.

Hoy rompo mi silencio y lo hago reconociendo que no tengo nada esencialmente nuevo -ni mucho menos bello- que aportar. Comienzo este artículo como una terapia, una manera de compartir el desconcierto y de conjurar la desazón que a tantas personas nos ha generado la irrupción electoral del neofascismo como un peligro cierto, real, terrible. Una extrema derecha que no ha llegado ahora porque ya estaba aquí, no en los parlamentos pero sí en la sociedad, en muchas conversaciones, en demasiadas actitudes, en algunas amenazas y en nuestros correspondientes miedos. ¿O qué, si no, ha sido el silencio casi generalizado ante el encarcelamiento de líderes independentistas por intentar alcanzar pacífica y democráticamente sus legítimas aspiraciones políticas? De aquellos polvos catalanes estos lodos andaluces… y los que están por venir en el resto de territorios.

“Eso aquí no puede pasar” decían… y ya hemos perdido la cuenta de los procesos judiciales contra artistas o tuiteros perseguidos por hacer uso de su libertad de expresión. “Eso aquí no puede pasar” creíamos… y ya tenemos la agenda política completamente marcada por la extrema derecha, con el lisérgico efecto de hacer parecer a Ciudadanos un partido moderado. “Eso aquí no puede pasar”… y ahora nos damos cuenta de que Trump, Le Pen, Salvini o Bolsonaro no son la excepción sino la regla en un mundo que empieza a retroceder hacia las tinieblas justo cuando más nos ilumina el movimiento feminista.

Y si en nuestro “aquí” más cercano todavía no pasa es porque en 2015 hubo un vuelco electoral que apartó a la derecha de casi todas las instituciones que había parasitado. Durante estos cuatro años de legislatura, las fuerzas políticas progresistas valencianas han tenido que aprender a gobernar juntas, con más ambición que presupuesto. El balance es desigual, desde el sonoro fracaso en Alicante a los silenciosos éxitos -good news, no news- en muchos otros Ayuntamientos, pequeños, medianos y grandes. En la Generalitat, a pesar de los malos augurios, la travesía del Botànic no ha zozobrado y finalizará con una buena hoja de servicios legislativa. Ahora falta ir más allá y que los derechos enunciados se conviertan en realidades tangibles, mejorando la gestión.

Desde la izquierda somos -tenemos que serlo- extremadamente críticos, sobre todo con los gobiernos progresistas a los que exigimos -tenemos que hacerlo- coherencia y valentía para aplicar políticas transformadoras. Sabemos que en esta sociedad capitalista el poder real está en algunas juntas de accionistas, pero no podemos dejarles también el parlamento para que usen el boletín oficial a su antojo. Es imprescindible alzar un muro democrático contra la ola reaccionaria que nos amenaza y eso, en las próximas elecciones autonómicas y municipales, pasa por tejer y reforzar acuerdos en el espacio de la izquierda que nos permitan seguir avanzando hacia ese horizonte huidizo del que nos hablaba Galeano.

“Ni un paso atrás” dicen las mujeres andaluzas y el eco de su voz se escucha por todo el estado. Ni un paso atrás en igualdad y contra la violencia de género, ni un paso atrás en derechos civiles, sociales y laborales, ni un paso atrás en memoria democrática…

Ni un paso atrás.