Estoy triste, compungido. No soy nada en esta profesión. El último mono. Podemos no me ha amenazado, no ha colgado en las redes sociales debilidades mías del pasado, ni tampoco ha divulgado las muchas incoherencias que jalonan mi trayectoria profesional. Soy un periodista sin futuro, sin el pedigrí que expide esa fuerza política tildándote de peligro público. Me urge un certificado de mala conducta de la factoría Iglesias.
Los periódicos pueden plagiarse entre ellos portadas lo que demuestra que trabajan al dictado de la Moncloa, pueden escupir titulares con los argumentarios emanados de algún gabinete de comunicación a sueldo del Gobierno, puede iniciar cazas de brujas por unos dislates absurdos e inquisitoriales (Irán-Venezuela, Monedero,…) unos días antes de las citas electorales y aquí no pasa nada. Pero basta con qué algún bocazas de Podemos de algún círculo que orbita por un barrio periférico de una capital de provincias alce la voz para ocupar tantos minutos en el telediario como la agonía del presidente murciano sacando pecho por última vez.
Los podemitas son buenos dando clases, haciendo televisión a escala diminuta y subversiva o reclutando para su causa a figuras de la judicatura, del estamento militar o de los movimientos sociales, pero son malos estrategas con algunos periodistas a los que no dan tregua. Unos ¿periodistas? Que, al parecer, omiten sus nombres y que esconden las cabeceras de sus medios molestos por alguna queja histriónica o algún remilgo subido de tono. Demasiado anonimato. Yo no actuaré igual; en cuanto me saquen en alguna lista negra lo difundiré enseguida para subir mi cotización como profesional. Por favor señores de Podemos: no tarden en estigmatizarme.
Muchos medios de comunicación son tan serviles que cobran impuestos revolucionarios para congraciar a los políticos con sus futuros electores. Algunos medios trabajan de forma muy intensa para favorecer descaradamente a los que luego chantajean por una propina en forma de propaganda institucional. Los favores se notan en el tamaño de las noticias que les aluden, en la reiteración de sus apariciones mediáticas, en los comentarios aduladores de fondo, pero sobre todo en la crítica constante, u olvido improcedente, de sus rivales. Estos, los díscolos con los “mecenas” de las empresas de comunicación (los que encarnan el poder político y financiero), desaparecen de la páginas de los periódicos o de los programas de radio como si fueran políticos clandestinos en manos de un Pinochet cualquiera.
Los medios de comunicación tienen defectos graves de serie, dinámicas nocivas para el gran público adquiridas poco a poco, limitaciones económicas y humanas para trajinarse la actualidad como Dios manda. Para colmo, toda esa deriva se ha visto agravada por la crisis de lectores, por el espectacular descenso de la inversión publicitaria y por la competencia desleal de algunos medios marginales sin control alguno. Con la posverdad por delante, jurando en falso, Trump, a través de algunas redes sociales, ha intoxicado lo suyo. Los rusos han abierto fuego mediático contra Europa y contra algunos de sus cuestionables valores democráticos. Los mandatarios americanos y rusos ya se han cobrado algunas víctimas. Muchos algoritmos de Internet pelean en su bando, son las primeras escaramuzas de esa cruzada autoritaria que se ve venir.
Con la que está cayendo, a los de Podemos va y les nace quejarse por una posible patraña elucubrada por un desacreditado profesional al que pocos creen. Ahora una acusación anónima les señala con el dedo por antidemócratas. ¡Hay que ver! Señores de Podemos se lo advierto: mucho cuidado con un servidor. ¡Prepárense! Un amigo mío me ha dicho que si se meten conmigo tendrán su merecido. Yo de ustedes no me la jugaría.