Hace no mucho tiempo los clubes de fútbol eran insignia de sus ciudades o que la Copa de Europa era un vertebrador de las capitales del continente, encajaba en el relato moderno de las urbes. En las últimas décadas, las sociedades que gestionan los equipos deportivos han entrado en una dinámica similar a la del desarrollo de las ciudades en el contexto de una globalización marcada por el neoliberalismo. Apunta el periodista Vicent Molins (València, 1986) que cuando se compara lo que ocurre a las ciudades con la gran mayoría de clubes el parecido es asombroso. Se han convertido.
Como sucede con los centros de las grandes urbes, convertidos en no-lugares, los nuevos propietarios de los clubes de fútbol renuncian a su componente identitario, que en buena medida es el vínculo con su afición, para convertirse en franquicias; productos fácilmente deslocalizables e intercambiables que no son más que otro activo en la cartera de inversiones. En Club a la fuga (Barlin Libros), el periodista analiza el fenómeno que denomina la “airbnbización del fútbol”, un concepto tan complejo de pronunciar como la realidad que describe.
Como si de un experimento se tratara, Molins se sirve de la historia del Valencia C.F., un club centenario como sujeto de análisis para desarrollar su teoría sobre la desvinculación de los equipos y sus ciudades, la desconexión del club y la ciudad, que es la que soporta las externalidades de las competiciones deportivas y, en general, aquello que nutre social y económicamente a un equipo. El periodista traza paralelismos entre el gobierno del club y el de la ciudad -el poder político y el económico suelen ir de la mano y a menudo se sientan a comer en la misma mesa- para hacer más didáctica la cuestión de la gobernanza de los equipos de fútbol que, como un elemento más en esta década, se va difuminando. “El fondo de inversión que estos años se quedaba con los pisos destinados a vivienda social, ahora también toma a los equipos de fútbol, desencajados de sus élites habituales”, resume.
En el caso valenciano, la separación entre el equipo y la sociedad que le da cobijo arranca con la compraventa de acciones de Juan Soler a Paco Roig, lo que envuelve al club en una fase Crematorio, en alusión a la novela de Rafael Chirbes, unas de las narraciones que ilustra de forma lúcida el efecto del ladrillo en la Comunitat Valenciana. En esa operación inmobiliaria, con la connivencia de la política local, se gestaría el pelotazo urbanístico que ha dejado el esqueleto del nuevo estadio más de una década abandonado y con un conflicto urbanístico notable heredado a las autoridades autonómicas.
Después vendría el archiconocido Peter Lim, que para parte de la afición, maneja el club como un activo en el Monopoly. “A pesar de que la primera vez que Peter Lim apareció por Mestalla la escena recordó a Bienvenido, Mister Marshall, con el tiempo se descubriría que Lim se parecía más a Paco Martínez Soria en La ciudad no es para mí”, ironiza el periodista. “Su modelo -apunta en el libro- no necesitaba de la participación de la ciudad (...) necesitaba prescindir de la ligazón con el poder local para gozar de una libertad sin ataduras, hacer y deshacer al gusto”. Sus acciones, insiste el autor, responden al patrón básico con el que los fondos de inversión tratan los negocios ligados a una ciudad, “esperando el momento adecuado para extraer la rentabilidad”. Bajo sombra de las entrañas del nuevo estadio se plantea una pregunta: ¿De quién es un club si no de su ciudad?.