Manuel Alcaraz no está por cavar trincheras, una expresión que delimita posiciones en el actual debate interno de Podemos y que no utiliza en su artículo publicado en el número de noviembre y diciembre de La maleta de Portbou. El conseller de Transparencia, Responsabilidad Social, Participación y Cooperación de la Generalitat Valenciana se pregunta en la revista que dirige Josep Ramoneda: “Por qué envejece tan rápido la nueva política?”. Y responde con críticas a las contradicciones de las denominadas “fuerzas del cambio” para apostar por un “reformismo fuerte” que pueda “establecer la dialéctica imprescindible entre la confrontación/alianza con el espacio socialdemócrata”.
Profesor de Derecho Constitucional en la Universidad de Alicante y autor de diversos ensayos políticos, Alcaraz no cita a partidos concretos, más allá de la referencia al PSOE y alguna otra eventual alusión al PP, ni se refiere a Podemos, ni a la coalición Compromís, de la que forma parte como dirigente cercano a Mónica Oltra en el gobierno del Pacto del Botánico. Pero se entiende muy bien de qué está hablando cuando alude a que la nueva política “apela sobre todo a un sentimiento vinculado a la necesidad de una regeneración de las formas democráticas”. Y cuando se desmarca de “la creencia en la toma cuasi inmediata del poder como única manera de protagonizar el cambio”.
“El Quijote de la rebelión se rindió -hubo de rendirse- ante el molino de la complejidad electoral...”, constata el conseller antes de lamentar que en la nueva política no hayan encontrado un acomodo cierto las dos corrientes más renovadoras en el largo plazo, como son el feminismo y el ecologismo. Ni que tampoco la economía haya “ocupado un lugar central en el relato emergente”.
Alcaraz advierte contra el error de la nueva política de confundir “la pulsión de cambio, socialmente perceptible, con la pulsión por un cambio progresista”. El electorado no tiene por qué querer una revolución, ni un cambio a la izquierda. “Los cambios también pueden ser conservadores”, sentencia.
Y continúa. “...el pluralismo nunca ha ocupado un lugar nodal en la definición de democracia que se intuye en las proclamas de algunas fuerzas del cambio: es más cómodo, y floralmente apetecible, creer en una suerte de roussoniana voluntad general, necesariamente ambigua, que admitir con serenidad que nuestras sociedades son abiertas, repletas de adversarios, muchos de los cuales, incluso, son razonables”. De ahí la escasa relevancia que el discurso y la práctica de la nueva política otorgan a la “gobernabilidad”.
“A la gobernalibilidad democrática no puede oponérsele una celebración inculta de Montesquieu que confunde la separación de poderes con la supremacía acrítica de un Parlamento bueno per se”, se lamenta el dirigente valenciano, quien, excluida una opción de “rebeldía”, considera que sólo queda la apuesta por un “reformismo fuerte”. Y apunta como contradicciones latentes o emergentes: “asamblearismos y liderazgos carismáticos, sutileza teórico-profesional de la cúpula y trivialidad en las bases y cuadros medios, hiperdemocracia pretendida y escaso margen para el auténtico debate interno, utopía y enganche al pasado, anuncio del deseo de profundizar en la realidad y reducción a lo banal del análisis de realidades complejas”.
“El futuro es incierto”, concluye Alcaraz. “Personalmente me siento tan concernido por una parte de todo esto como molesto por su fragilidad intelectual y política, hecha pasar por verdades casi reveladas”.