“Que quien contamina, paga, es algo que no vamos a poder evitar”
La transición energética no es sólo una cuestión de cambiar el coche de diesel por uno eléctrico, de cambiar las bombillas por unos led o de reducir las emisiones contaminantes. Es también un nuevo orden geopolítico, una alteración de los equilibrios de poder y una modificación del mercado, la economía y la sociedad como hoy las conocemos. La transición energética afectará a los mercados de trabajo, al desarrollo de los países y a las grandes economías. Y también a sus dependencias.
Sobre estos cambios se construye El nuevo orden verde (Barlin Libros) el segundo libro de Pedro Fresco, licenciado en Química y profesor-colaborador en el máster en Energías Renovables de la Universidad Internacional de Valencia (VIU), que centra sus páginas en las consecuencias sociales de una transición que, tarde o temprano, llegará.
El autor, que presenta su libro este martes con el alcalde de València, Joan Ribó, cree que Europa “tiene mucho que ganar en este nuevo mundo” porque depende mucho de la importación energética, pero debe tener “la pretensión de llevarlo a cabo”, creando una especie de “diplomacia verde”. La vía de la diplomacia, del convencimiento, es crucial para combatir el cambio climático, pero también para posicionarse en un mercado que lleva años despegando de la mano de potencias como China. “El gran dragón energético”, como lo llama Fresco, lleva años armándose para esta batalla: “El presupuesto en I+D se multiplicó prácticamente por diez durante la segunda década de este siglo. En 2018 ya fue el segundo país en número de patentes, y capacita más ingenieros al año que todos los países de la OCDE juntos. El 15% de la población tiene formación universitaria, y en algunos campos su inversión en investigación es superior a la de los propios EE.UU. Como por ejemplo en inteligencia artificial”, expone en el libro.
El gigante asiático declaró la guerra a la contaminación hace seis años, con el anuncio de grandes reformas sobre el modelo productivo. Mientras en occidente seguimos viendo a China como un país que copia productos de baja calidad, “a nivel productivo, China tiene todas las de ganar. Prácticamente de cada 10, nueve fabricantes de paneles solares son chinos”, dominan las baterías eléctricas, la inteligencia artificial y la tecnología 5G, “tiene controlado todo el flujo de materias primas -por el dominio comercial sobre África- y el control de las llamadas 'tierras raras', hay cosas que no producen pero cosas que refinan”.
La diplomacia verde es clave para que las democracias desarrollen un compromiso con la transición energética a largo plazo, sin cambiar radicalmente de planes cada cuatro años como resultado de las elecciones. “Si coges el espectro político todo el mundo entiende en que la transición energética es el futuro, salvo la extrema derecha. No podemos caer en que una polarización política nos lleve a boicotear cosas en la que todos estamos de acuerdo. Necesitamos un gran pacto como el pacto de Toledo”, indica el autor, que se muestra convencido de que las diferencias son en el cómo y no en el qué. Hasta en Texas, indica, un estado que cumple los estereotipos del americano medio conservador, republicano y votante de Trump, se nutren principalmente de energía eólica. Abandonar el petróleo es cuestión de tiempo. “Hay proyecciones que dicen que en 2019 se ha dado el pico de demanda de petróleo. Es posible que vuelva a remontar después de la COVID-19, pero ya no vamos a ir a esas demandas de crecimiento del mercado (...) Las compañías petroleras se intentan meter en renovables, en energía eléctrica, Arabia Saudí está intentando diversificar el mercado con energía solar, el fondo soberano noruego invierte en renovables... Los grandes tenedores están intentando diversifica”, explica.
El avance hacia la transición ecológica no parece darse igual en todas partes. En la Comunitat Valenciana, el president Ximo Puig anunciaba un plan de 267 millones de euros para una estrategia de hidrógeno verde; el País Vasco anunciaba una primera inversión de 67 millones para una planta de biocombustibles, España ha fijado una estrategia de cara a 2030, Alemania invierte millones y Europa se fija un horizonte claro. Por otro lado, las grandes potencias como Estados Unidos aún apuestan por el petróleo, Turquía anuncia el descubrimiento de una gran reserva de gas natural en el mar Negro que se disputa con Grecia y varios países se enfrentan por los recursos del Ártico, en una línea claramente opuesta a esa transición. La transición ecológica, sostiene Fresco, “es un proceso de tres o cuatro décadas. Y dentro de este proceso hay contradicciones, entre el corto y largo plazo. Hay países que no están comprometidos: tenemos a EEUU con Trump, a Rusia o la India. Pero tenemos comprometidos a la Unión Europea, China, Corea del Sur y Japón, que son cerca del 50% del PIB mundial. Joe Biden -el candidato demócrata- también tiene un compromiso con ello, que sumaría tres cuartas partes de PIB mundial. Para los que no quieran, entrarán en juego las políticas comerciales”, una suerte de coacción en nuestros tiempos que, para el experto, terminará de modificar los comportamientos de los países.
Cuando se plantea una transición, un cambio de modelo, siempre se corre el riesgo de que quede alguien atrás. Para evitar una transición injusta, el autor sostiene que es necesario un Estado con recursos y un sistema que quiera revertir la desigualdad existente para mitigar la oposición, basada en miedos que considera lógicos. “Nos tiene que preocupar dar una respuesta, pero no nos tiene paralizar”. “Estamos en un cambio de paradigma. Cualquier industria que siga planteando contaminar va a desaparecer. Podemos seguir poniéndonos una venda en las ojos, pero en unos años, como lo sigamos fabricando [el producto contaminante], nadie nos los va a comprar. Hay sectores a los que hay que echarles una mano porque son muy difíciles de descarbonizar, pero esto tiene que ir encaminado a la transformación. Plantearse las cosas en la dicotomía de o fabricar como hasta ahora o las empresas se van no tiene sentido. Si no haces nada, igual es China la que no te compra, o EEUU. Las políticas climáticas van a ser pilares fundamentales”, sostiene.
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A nivel local, el experto se muestra favorable a la estrategia de descarbonización que plantea el Gobierno valenciano, así como a la política fiscal de los socios Compromís y Unides Podem. “Tenemos que posicionarnos bien en el campo del hidrógeno verde, como con la fabricación de baterías. El hidrógeno es ese comodín esencial para descarbonizar, todos los países europeos lo han entendido. Tenemos recursos renovables muy intensos, recursos eólicos y pronto tendremos recursos eólicos marinos”, indica. Preguntado por la propuesta fiscal, sobre si es más efectivo penalizar la contaminación o bonificar las buenas prácticas, considera que no son incompatibles: “Que quien contamina, paga, es algo que no vamos a poder evitar. Y la otra mano -desgravaciones y bonificaciones- tampoco podemos evitarla. Para descarbonizar, las propias lógicas del mercado hacen que los impuestos no sean suficientes. Van a tener que entrar los poderes públicos”, apunta.
“El futuro es renovable. Las no renovables están condenadas al agotamiento. La cuestión es a qué velocidad cambiamos. Eso nos va a permitir evitar el cambio climático catastrófico o no. Y ese futuro cada vez está más cerca”, concluye.
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