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Mariano Rajoy y Rita Barberá en el espejo de Gürtel

La exalcaldesa de Valencia, Rita Barberá, junto a Mariano Rajoy en un mitin en la plaza de Toros

Adolf Beltran

Valencia —

“Una reunión de amigos de toda la vida”. Así calificaron en el PP el encuentro de tres horas que hace justo dos años, el 12 de septiembre de 2014, mantuvieron en el palacio de la Moncloa Mariano Rajoy y Rita Barberá. Hacía solo unos días que Ana Botella había asumido que no se presentaría a la reelección en el Ayuntamiento de Madrid y la alcaldesa de Valencia, en cambio, se había manifestado dispuesta a volver a concurrir a un cargo que llevaba dos décadas largas desempeñando.

Pese a las tímidas reticencias de Rajoy, expresadas en una reunión de la dirección del PP, Barberá se salió con la suya. Su estrella declinaba y comenzaban a asediarla los casos de corrupción que han enviado a los tribunales a decenas de dirigentes y cargos públicos del PP valenciano. Sin embargo, no tenía intención alguna de dar un paso atrás.

¿Pero de qué hablaron realmente en aquel encuentro en la Moncloa? Pertenecientes ambos al círculo de dirigentes del PP de “pata negra”, es difícil imaginar que no abordaran la corrupción y sus efectos cuando flotaba en el ambiente político el batacazo sufrido por el PP en las elecciones europeas. La versión oficiosa se limitó a señalar que comentaron la propuesta de modificar la ley para que fuera elegido alcalde el candidato de la lista más votada, un método que Rajoy no se atrevería a implantar para mantener el poder municipal cuando todo apuntaba a que el PP perdería sus mayorías absolutas. Siempre tan aguerrida, la propia Barberá insinuó que podía trasladarse a elecciones autonómicas y generales.

Es sabido en Valencia que Barberá nunca quiso dar el salto al gobierno autonómico, a pesar de que fue una casi eterna diputada en las Corts Valencianes. Prefería ejercer desde fuera su enorme influencia. Tampoco quiso marchar a un ministerio. Su estilo de vida encajaba poco con esas responsabilidades, mientras que la alcaldía, con su conocido horario de media mañana a primera hora de la tarde, encajaba como un guante en sus ritmos vitales.

Barberá, pues, volvió a presentarse y Rajoy dijo durante la campaña en un mitin aquello de “Rita, eres la mejor”. A partir de entonces, todo fue a peor. La derecha perdió la mayoría en la ciudad de Valencia y Joan Ribó, de Compromís, ocupó la alcaldía al frente de un tripartito con los socialistas y València en Comú. Ella no se quedó ni a ver cómo tomaba posesión el nuevo alcalde. Se refugió en el cargo de senadora por designación autonómica, y desde allí vio cómo estallaba el caso Taula y cómo su grupo de concejales y su equipo político eran empapelados por los jueces.

Cuando la dirección del PP valenciano intentó una dimisión colectiva de concejales, Barberá la desautorizó. La apertura de un expediente informativo a la exalcaldesa, ya situada en el centro del escándalo, pese a que era una de esas actuaciones de partido orquestadas “pro domo sua”, la sacó de quicio. “¿Por qué tengo que asumir responsabilidades si no lo ha hecho Mariano con Bárcenas?”, dejó caer en su entorno de confianza.

La diferencia procesal es obvia. A Barberá la investigan los tribunales y Rajoy no tiene una causa que lo amenace personalmente. ¿Y políticamente? ¿No está acaso el PP imputado como partido? ¿No es Rajoy el líder de la organización infectada por la trama Gürtel? ¿Qué diferencia hay, al fin y al cabo?

Barberá no se siente más responsable que Rajoy del tremendo espectáculo de corrupción política que distorsiona la vida pública desde hace unos años, con la financiación irregular del PP como telón de fondo. Y no quiere mirarse en ese espejo. O no quiere hacerlo si no se mira también en él quien ha sido su “amigo de toda la vida”. Tal vez Rajoy calla por eso cuando le preguntan.

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