Postureo histórico

El pasado martes día 27 se celebró en el Senado un Acto de Estado (sí, así, en mayúsculas) en conmemoración de la liberación del campo de Auschwitz. Dicho esto, cierro titular y empiezo con la conspiración.

Como pasó hace unas semanas a raíz de la desgracia que vivió París, a las más altas instituciones del estado español no les han faltado piernas para sumarse hipócritamente a la denuncia del horror nazi. No estoy diciendo que ello no deba hacerse. Me explicaré. Más vale que lo haga porque este país sólo entiende de blancos y negros y yo voy, más bien, por una zona gris.

Que se envíen delegaciones de representantes al campo, que Felipito pronuncie un discurso conmovedor y que los colectivos afectados por los hechos sean recibidos a puertas abiertas, besamanos incluido, pese a que todo ello trata de consolar heridas, echa sal a muchísimas otras. Algunos ya sabrán por dónde voy. Los que no, que tengan en cuenta únicamente dos datos. Primero, que España es el segundo país del mundo, sólo por detrás de Camboya, con más número de desaparecidos (114.000 personas) víctimas de desapariciones forzadas cuyos restos no han sido recuperados ni identificados. Y segundo, cualquier manual serio que se precie de serlo, sitúa a Franco en el top ten de los mayores genocidas de la historia, lista en la que el amigo tiene el honor de compartir protagonismo con colegas de la talla de Hitler, Stalin o Mao Tse Tung.

Quizá con esto se entienda mi indignación. Evidentemente, comparto todos y cada uno de los calificativos con que toda persona de bien describa la masacre judía, pero echo en falta eso mismo en suelo patrio. Hubo un tiempo en que ser judío significaba tener firmada tu sentencia de muerte. Aquí también hubo sentencias de muerte por defender la legalidad republicana.

El compromiso con la Historia (hoy la cosa va de mayúsculas) no puede ser parcial, no debe entender de medias tintas, no corresponde a una doble moral. Y lo que tristemente ocurre es que aquí sí lo es, sí entiende y sí se corresponde. Las dos Españas no dejarán de sangrar mientras que a una de ellas no se le dé el consuelo que merece, mientras a la otra no se la denuncie institucionalmente. No se trata de ideologías, se trata de humanidad. La II República tuvo muchísimas sombras, no hay duda. No obstante, lo verdaderamente importante aquí es que no es lícito que ninguna de las personas que defendió la democracia tenga su cuerpo, nombre y memoria vagabundeando en medio de la oscuridad.

Ahora que tanto están de moda las frases del “Yo soy”, tal vez sería conveniente colocar un cartel a la entrada del esperpento que es el valle de los caídos (me niego a usar mayúsculas) donde se pudiera leer “Yo soy Auschwitz”. Porque sí, ése es nuestro Auschwitz. No tenemos una película de Spielberg, ni millones de documentales, ni novelas melodramáticas para aburrir. Lo que sí parece que tenemos es un postureo de mucho cuidado.

Pobres judíos. Pero a los rojos, que les jodan.