Premios literarios y política

La ceremonia de entrega de los Premios Nobel el 10 de diciembre saca a la luz un prejuicio y un dilema en cuanto al premio de Literatura. El prejuicio es el olvido histórico que este premio ha tenido hacia las lenguas minoritarias, minorizadas y sin estado propio. En este sentido solo el poeta Frédéric Mistral, occitano de idioma provenzal y gran filólogo obtuvo el Premio Nobel en 1904. Sin embargo, en nuestra lengua, que tuvo un siglo de oro y un envidiable renacimiento en los siglos XIX y XX, a ningún escritor se le ha otorgado el Nobel. Merecerlo lo han merecido varios, y más si comparamos sus obras con las de otros escritores de muy dudosa valía. A mi juicio, tanto Salvador Espriu como Vicent Andrés Estellés son dos enormes poetas de amplia obra y de temática y profundidad universal. Comparados con Bob Dylan, por ejemplo, que lo recibió en 2012, no hay color: Dylan es un cantante y un gran letrista, que no es lo mismo que ser poeta y basta con leer en inglés su obra para comprenderlo (dicho sea de paso, en inglés el cantante Leonard Cohen tiene letras y libros de poesía de mucha más calidad). Ciñéndonos a España, también recibió el Nobel a principios del siglo XX el entonces ministro de Hacienda José Echegaray de cuyos mediocres dramas nadie se acuerda y ni siquiera se le cita en los libros de texto de bachillerato. O Jacinto Benavente en 1922.

En este sentido, en España también ha sido vergonzosa la marginación de los autores en las cinco lenguas minoritarias: catalán, gallego, euskera, aragonés y asturleonés. Clama al cielo que grandísimos escritores como Josep Pla o Joan Fuster nunca recibieran el Premio Nacional de Literatura y ni siquiera un premio de periodismo a pesar de su ingente obra también en castellano.

El dilema –y por lo tanto de difícil solución- con respecto al Premio Nobel es si las opiniones políticas de un escritor lastran una obra magna impidiéndole conseguir dicho premio. La cuestión revive este año con la concesión del Nobel al escritor austríaco Peter Handke, y que ya ha conllevado la dimisión de una miembro del comité del Nobel: Gun-Britt Sundström. Esta considera que no se puede colocar la literatura por encima de la política ante casos como el de Peter Handke, calificado de “heredero de Goethe”, pero que negó el genocidio de los bosnios. Al tiempo elogió al presidente serbio Slobodan Milosevic, juzgado por el Tribunal Penal Internacional, acusado de crímenes de guerra y contra la humanidad. Este es pues el dilema: ¿Debe primar en el Nobel de Literatura la genialidad de un escritor a pesar de sus ideas políticas?

Existen, por lo menos, cuatro casos claros de escritores excelsos a quienes por sus posiciones políticas se les negó el Premio Nobel: 1- Louis-Ferdinand Céline, cuya personalísima, innovadora e influyente obra en numerosos escritores posteriores fue descartada por sus opiniones antisemitas. 2- Ezra Pound, poeta de obra monumental, pero ferviente seguidor de Benito Mussolini. 3- Ernst Jünger, cuya viveza prosística y su canto a la libertad y a la persona singular, insobornable y soberana, no pudo evitar que se considerara imprudente premiarle. Jünger, aunque denunció el nazismo y el antisemitismo, era admirado por Hitler y Goebbels por su libro Tempestades de acero, una alabanza a la guerra en cuanto a experiencia interior. Este reconocido entomólogo, soldado en las dos guerras mundiales, fue además un bohemio y defensor de las sustancias psicoactivas, tanto enteogénicas, como estimulantes u opiáceos. Su libro de 1970  Acercamientos. Drogas y ebriedad era un atentado a la moralina prohibicionista justo cuando más auge cobraba la guerra contra las drogas. 4- Jorge Luis Borges, el sabio donde los haya, el creador de un mundo propio e inabarcable, con una inteligencia fascinante y una enorme imaginación. Es un caso paradójico. Nominado varias veces al Nobel, precisamente cuando en la vejez estaba cantado que se lo darían, defendió a al dictador chileno  Pinochet y le alabó: “Es una excelente persona, cordial, bondadosa, estoy muy satisfecho de conocerle”. Por entonces Borges declaraba en el programa A fondo, de TVE: “La democracia es un abuso de la estadística. No creo en la democracia”. Y añadía: “No creo en la posibilidad de una democracia argentina. La única solución que se me ocurre es postergar las próximas elecciones 300 o 400 años”. He dicho que es un caso paradójico porque Borges en su juventud había escrito sin concesiones contra las dictaduras y el fascismo.

En definitiva, ¿podemos separar a los autores de la obra? Mi lectura de las obras de estos cuatro escritores me lleva a la conclusión de que, más allá de sus opiniones políticas, todos nos iluminan, con un estilo audaz y frescamente creativo, ante los problemas de la consciencia y la condición humana. Han ampliado nuestra visión del mundo y ofrecido de forma retadora las contradicciones y vulnerabilidad del hombre.  La política en la literatura está en sus formas y en los modos en que interpela al lector y a la tradición, más que en la adhesión explícita de un autor a una causa u otra.  A pesar del rechazo que nos produzcan sus opiniones políticas, no podemos olvidar que el fascismo sedujo a amplias masas. Estos escritores se deben asumir con su brillantez literaria y su ideología condenable: muchos forman un todo indisociable en términos personales y de la época que les tocó vivir. Jean-François Revel escribió: “Si el fascismo solo hubiese seducido a los imbéciles, habría resultado más fácil liberarse de ellos”. Es un mito pensar que el arte y la política van de la mano. No creo que se pueda pensar la gran literatura en términos morales, pero si las opiniones políticas de sus autores son conservadoras o contribuyen a la preservación de un estado de cosas que es esencialmente injusto, dichos autores deben ser contestados y refutados.  

Por último, vale la pena recordar que si bien la Academia Sueca ha otorgado el Nobel de Literatura a grandes escritores –también ha tenido errores-: los más importantes e influyentes maestros de la literatura del siglo XX no lo recibieron: ni León Tolstói, ni Marcel Proust, ni James Joyce, ni Franz Kafka, ni Bertolt Brecht, ni los arriba citados por sus opiniones políticas. Y recordar también que tan solo 15 mujeres han recibido el Premio Nobel de Literatura, frente a 103 hombres.