No existe un perfil de hombre maltratador. Es el primer razonamiento de las expertas de la Universitat de Valencia que desde hace 12 años trabajan en un programa de de reeducación para que los agresores se reinserten en la sociedad.
Durante un año, tanto hombres voluntarios como derivados por la Policía, instituciones penitenciarias u otras entidades, condenados o no por malos tratos, trabajan con un equipo de psicólogas a enfrentarse a sí mismos y a sus emociones. El proyecto Contexto cuenta con la colaboración de la consellería de Igualdad y Políticas inclusivas, que aporta fondos y facilita la derivación voluntaria, bien por la propia iniciativa del varón, bien por recomendación con su entorno.
Desde la entrada en vigor de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género, en 2004, el sistema judicial remite a los agresores condenados por violencia de género con una pena menor a dos años a programas de intervención que se desarrollan a nivel comunitario. Dos años después, el equipo de profesionales que coordina Marisol Lila Murillo creó este proyecto.
En este tipo de intervenciones, una de las partes más complejas es admitir que existe un problema. A los maltratadores “les cuesta asumir que son ellos los responsables de la violencia”, explica la subdirectora del proyecto, Elena Terreros. Elena es doctorada en Psicología y cuenta con varios másters y titulaciones que acreditan su formación en violencia de género.
El nombre escogido no es casual. En 'Contexto' trabajan los factores de riesgo de la violencia,explican que el Programa toma como referencia el modelo ecológico, recomendado por la organización mundial de la salud, que aborda el problema de la violencia de género desde una perspectiva social. Trabajando tanto la visión patriarcal, como la responsabilidad individual de los agresores sobre su conducta: la cultura en la que vivo me lleva por este camino, pero soy yo el que toma las decisiones. Y, por tanto, escojo actuar de esta manera. “Les hacemos ser conscientes de su conducta”, añade la doctora, que valora que la tasa de reincidencia es “muy baja”. “No todos toman conciencia o responsabilidad de todo, pero sí se aprecia un cambio”, aclara.
Las profesionales realizan las intervenciones de forma individual y colectiva, en grupos mixtos, tanto de hombres condenados como de quienes acuden voluntariamente. Así, ambos grupos son conscientes de las fases de la violencia, de que es un delito, y de la gravedad a la que puede llegar.
El objetivo del programa es hacer conscientes a los agresores de sus actitudes hasta la violencia. La mayoría, al principio, minimizan o relativizan los daños. También culpan a su pareja o buscan la forma de justificar qué les ha llevado a la agresión. “Las personas tendemos a justificarnos cuando nos dicen que hemos hecho mal”, recuerda la psicóloga.
En el caso de parejas con hijos, salvo que los menores presencien las agresiones, se tiende a relativizar. No obstante, aclara Terreros, uno de los puntos más duros para las personas que acuden al programa es cuando se dan cuenta de el daño causado a sus hijos. “Se derrumban”, afirma.
Aunque la profesional insiste en que no hay un perfil definido, sí aprecia que los hombres que acuden al programa tienen dificultades para entender y comunicar sus emociones, además de una noción del amor que se basa en el control. Con una educación patriarcal “no tienen espacio para expresar sus emociones”, afirma Terreros.
¿Cómo entiende el amor un agresor?
Qué concepto se tiene del amor y del cuidado en una pareja es fundamental para entender las relaciones. Los hombres que acuden al programa tienen mucha dependencia de sus parejas, asegura la psicóloga. “Tienden a confundir el control con el cuidado, a sobreproteger a sus parejas, a ver a la mujer como una persona débil a la que cuidar”, explica Terreros, que lo ejemplifica con aquellos que van diariamente a buscar a las parejas al trabajo “para que no tengan que ir caminando”, como justificación de los celos.
Cuando son conscientes de su comportamiento, algunos optan por ir “tragando” o “cediendo” -en sus propias palabras- ante sus parejas, de forma que se va reprimiendo el enfado hasta llegar al punto de ebullición de la ira. A medida que avanzan las sesiones, las profesionales enseñan a controlar estos episodios de ira y a entender sus fases, que al principio niegan los participantes.
Los trabajos mal remunerados tienen bastante que ver con los focos de enfado y frustración. Algunos trabajan muchas horas por un salario mínimo, llegan a casa cansados y “quieren que esté todo bien”, entendiendo por ello que la cena esté lista y la casa limpia, tareas que atribuyen a sus parejas como algo natural, sin valor cuando se realizan, molestas cuando no. Es la idea que se esconde bajo el “me mato a trabajar para daros lo mejor”, que exige que el trato sea recíproco.
En 2018, el programa atendió a 137 hombres que ejercen o han ejercido violencia en sus relaciones de pareja, de los cuales, un 80% de éstos son usuarios remitidos desde Instituciones Penitenciarias y un 20% de usuarios que han acudido de forma voluntaria al recurso. Según la memoria del proyecto, se encontró una media de 40.8 años en los asistentes, el 75% nacidos en España. Cerca de la mitad de los participantes se encontraban desempleados en el momento de iniciar la intervención y un 55% tenían estudios primarios o no tenían estudios.