Rafael Chirbes, los diarios del novelista que “no podía ser escritor sin Marx”
“Nadie es dueño del presente si no guarda en la caja fuerte el pasado”, anota Rafael Chirbes el 30 de julio del 2000 en el primer tomo de sus Diarios (Anagrama, 2021). El fallecido escritor valenciano dejó preparados los apuntes cotidianos que fue tomando durante su vida adulta para una edición póstuma cuya publicación no ha estado exenta de polémica en el mundillo cultural español.
“¿Qué es la verdad en la literatura? ¿Qué es la verdad en tiempos mediáticos en los que importa lo que se dice de un libro públicamente, y no lo que hay dentro de un libro que se lee en privado, en el silencio de cada cual?”, anota Chirbes el 22 de septiembre del 2004 como si respondiera desde la tumba a los comentarios que ha generado el primer tomo de los diarios, que ha visto la luz seis años después de su muerte. “Lo más interesante son las referencias sobre la escritura y la lectura, a medida que avanzan los escritos se percibe la lectura como una indagación y una obsesión por poner nombre a las cosas que oficialmente se resisten a ser denominadas”, reflexiona tras leer los diarios Aina Vidal, investigadora predoctoral en la Universitat Oberta de Catalunya.
La obra, con su habitual tono inclemente con el lector, repasa los años previos a la publicación de su primera novela Mimoun, que vio la luz gracias al padrinazgo de Carmen Martín Gaite ante el editor Jorge Herralde; la tormentosa vida amorosa y el acecho del VIH; las lecturas del escritor y las películas que admiraba, así como su trabajo periodístico en materia de crítica gastronómica y de crónica de viajes. Pero también la memoria de sus padres, derrotados de la Guerra Civil, y los paisajes valencianos de su infancia. Unas coordenadas vitales que sitúan a los lectores de Rafael Chirbes en el plano de su tardía y excelente producción literaria.
“Chirbes es muy difícil de leer en ocasiones precisamente por lo duro que es y la poca piedad que tiene con el lector”, reflexiona Violeta Ros, investigadora postdoctoral en la Universitat de València (UV). “Nos interesa cada vez más saber cómo trabajan los escritores, a qué problemas personales y estéticos se enfrentan y cómo los resuelven, es un material que se puede leer en paralelo a sus novelas”, reflexiona José Martínez Rubio, profesor del departamento de Filología Española de la UV.
Los primeros pasajes sobre la sexualidad y la amenaza de la pandemia del sida son especialmente duros incluso para un lector acostumbrado a la prosa de Chirbes. “Con lo del sida, además de con todo ese notable catálogo de prejuicios, se introduce un elemento de realidad: ahora se juega a la ruleta rusa, un polvo es una apuesta a vida o muerte, sin saber cuántos alvéolos del cargador del arma llevan proyectil”, escribe Chirbes el 28 de enero de 1985, cuando en París, “que ha sucedido a San Francisco y Nueva York como capital del sida” y donde vive su pareja de entonces, “las muertes por la misteriosa enfermedad crecen el progresión geométrica”.
La sexualidad del autor atraviesa los diarios y su primera y última novela (Mimoun y Paris Austerlitz). “Fue muy discreto pero lo dijo todo desde la primera novela, todo su mundo estaba en Mimoun. Desde una lectura LGTB es un precursor por esa reflexión sobre el sida, el miedo al abandono y a no tener una vejez y la relación contradictoria con la soledad”, apunta Martínez Rubio. “Me parece extraordinaria la exploración de una generación de homosexuales que vivieron entre la libertad y el miedo”, apostilla.
En los diarios, como en sus novelas, también aflora la memoria íntima de los vencidos de la Guerra Civil. El 12 de agosto de 2004, el escritor reflexiona: “En las fotos de fines de los años veinte, mi madre aparece vestida como cualquiera de las muchachas de las clases modestas neoyorquinas que protagonizan las películas de aquellos años, el pelo a lo garçon, escote cuadrado, tacón ancho, falda charlestón... Apenas un decenio después, en las fotos de la posguerra, aparece una vieja enlutada y triste, se diría que han transcurrido cuarenta años entre una y otra fotografía, y que lo han hecho de forma inversa; que el tiempo ha corrido velozmente al revés, y la mujer de la foto de posguerra es la abuela de la jovencita vestida con aquella falda de talle bajo que pusieron de moda las muchachas que bailaban charlestón”.
“Es conmovedor el recuerdo del padre y de la madre, con una memoria del hambre que se heredaba, eso está en sus novelas con la construcción de los personajes y de las situaciones, es una memoria personal”, explica Violeta Ros. Los diarios hacen una elipsis entre el periodo en que aparece un Chirbes atormentado por su incipiente carrera de escritor y los años finales de su vida, ya plenamente consolidado como uno de los mejores narradores en castellano. Jose Martínez Rubio sostiene que, tras el éxito de novelas como Crematorio, adaptada a una exitosa serie de televisión, o En la orilla, “a Chirbes en los últimos años se le comienza a leer mucho, a leer hacia atrás”.
Así, sus novelas La larga marcha, La caída de Madrid o Los viejos amigos ya habían dado muchas claves sobre la memoria histórica prácticamente una década antes de que se empezaran a abrir fosas comunes del franquismo y a legislar sobre la materia. “Por eso Chirbes tiene más éxito en Alemania que en el Estado español”, señala la investigadora Aina Vidal. “Pienso que Chirbes es un autor reivindicado tarde y mal, como muchas cosas en España”, tercia Violeta Ros. “No se le hace ni caso hasta que publica Crematorio, aunque antes se le leía mucho en Francia y Alemania”, agrega.
El politólogo Francesc Miralles destaca los pasajes de los diarios sobre la relación con su progenitora, “la añoranza y el proceso de cómo su madre pierde de visita en visita la memoria, que están muy cerca del núcleo de La buena letra”. “El Chirbes más íntimo escribe desde la constante frustración de la conciencia permanente de estar en el bando de los vencidos, con un tono depresivo y melancólico, pero también de resistencia que se ve en estos diarios”, argumenta Aina Vidal.
“Incluso después de muerto, continúa siendo molesto porque va a contracorriente y conecta con los debates del presente”, explica el politólogo Francesc Miralles tras la lectura de los diarios. “Sólo hay que ver qué tipo de opiniones tiene sobre el estilo y comportamiento de otros escritores en un mundo cultural que destaca por el colegueo y la autocomplacencia; evidencia que militaba en una tradición distinta, más crítica tanto con el contenido como con las formas, muy poco común en una latitud en la que desde la Transición se ha considerado que tenemos una institucionalidad débil, sea política, cultural o económica, y lo que prima es la estabilidad y la cohesión, porque la crítica es peligrosa”, agrega Francesc Miralles.
Desde una óptica marxista —“Intuí que no podía ser escritor sin Marx”, escribe Rafael Chirbes el 10 de mayo de 1985— y con una entrañable mala leche, el escritor valenciano se adentra en su infancia y sus miedos, en su función como narrador y en la época que le ha tocado vivir. “Chirbes siempre fue una persona que no tenía deudas con nadie, algo que no es frecuente”, apunta la investigadora Violeta Ros. Póstumamente Rafael Chirbes ha conseguido con sus diarios enfadar y descolocar a algunos y entusiasmar a muchos. Y sólo es el primer tomo.
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