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La República que nunca existió

Alfons Cervera

Suelo acudir -por más que agradezca la invitación- poco o nada a los actos institucionales. No por nada especial: sencillamente es que me siento incómodo, como si pensara que mi sitio está en otra parte, como si los techos antiguos y de gran valor artístico de los amplios salones se me fueran a caer encima mientras desde el atril salen palabras entusiastas y a ratos emocionadas que también desaparecerán bajo los escombros imaginarios de mi personal e intransferible desasosiego. Pero bueno, algunas veces sí que acudo a esos actos institucionales. Aunque me pase un buen rato mirando previsoramente los artesonados y busque en el asiento que me acoge con respeto y durante un par de horas, como mucho, mi lugar en el mundo.

El pasado jueves fue uno de esos días en que sí que asistí a un acto institucional que se celebraba en el Palau de la Generalitat. El motivo era para mí importante: había pasado un año desde la aprobación de la Ley de Memoria Democrática y para la Convivencia de la Comunitat Valenciana y se trataba de reafirmar, institucionalmente y con presencia numerosa de la sociedad civil y familiares de víctimas del franquismo y del exterminio nazi, la necesidad de esa Ley. Las intervenciones, desde el atril, corrieron a cargo de la Consellera de Justicia, Gabriela Bravo, y del president del Consell, Ximo Puig. Y es aquí, mientras primero la consellera y luego el president hablaban, cuando el techo empezó a moverse como una amenaza. La incomodidad hacía mella en mi ánimo. Cuanta más atención dedicaba a esas palabras, menos seguro me sentía, más se me llenaba el alma de ese desasosiego que antes les comentaba.

La Consellera Bravo hizo un largo y ajustado repaso al tiempo histórico (sobre todo moral) que de alguna manera se recoge en el articulado de la ley. Una ley que trata de dignificar a las víctimas de la guerra civil y de la dictadura. Repitió muchísimas veces lo de “víctimas”, lo de “guerra civil”, lo de “dictadura”. El techo había empezado a ceder sobre mi cabeza y la amenaza de derrumbe ya era más que una simple amenaza. Porque la consellera hablaba de la guerra civil como si la guerra civil fuera una abstracción, un árbol plantado en la historia terrible de nuestro país como un abeto en el rincón más luminoso de la casa familiar, un daño irreparable a la razón convertido en retórica. Estas fueron, entre muchas otras, sus palabras más significativas: “La mejor forma de seguir construyendo el futuro es conocer el pasado”. Exactamente. Y no sólo el futuro sino, y tal vez sobre todo, el presente. Lo que se le olvidaba a Gabriela Bravo es que ese pasado al que ella se refería no empieza con la guerra civil sino con dos citas históricas fundamentales para entender mejor ese pasado y también lo que ahora nos pasa: la Segunda República y el golpe de Estado fascista en julio de 1936.

En ningún momento de su intervención salieron esas dos citas imprescindibles para rendir de verdad, y no sólo retóricamente, un homenaje a las víctimas, unas víctimas, por cierto, que fueron separadas después de la guerra en dos clases: las víctimas buenas, recordadas con todos los honores durante la dictadura franquista, y las víctimas malas, que fueron borradas del mapa por la maldad cruelísima de esa misma dictadura. Pero hablar de eso ya me llevaría a escribir un artículo más largo que la propia Ley de Memoria Democrática cuyo aniversario estábamos celebrando en el Palau de la Generalitat. Conforme avanzaba en la lectura de su texto, yo no dejaba de preguntarme precisamente eso: ¿saldrán las palabras “República” y “golpe de Estado” en algún momento de su intervención? Pues no, no salieron en ningún momento. Para Gabriela Bravo, en su defensa de la Ley de Memoria Democrática, no existieron ni la Segunda República ni el golpe de Estado contra su absoluta legitimidad ganada en las urnas. Según sus palabras, la guerra civil empezó porque sí, porque hay destinos que como en las tragedias griegas algunos países llevan escrito en la frente desde su nacimiento.

Luego llegó la intervención del president Ximo Puig. Prácticamente toda esa intervención la centró en las víctimas valencianas de los campos nazis. Bastantes de esas víctimas -yo tuve la suerte y el orgullo de conocer a algunas-sobrevivieron y después fueron contando su experiencia en muchos sitios para que la gente más joven conociera de primera mano las dimensiones del horror que habían padecido. Y aquí sí que, en algunas ocasiones, Ximo Puig aludió a “los republicanos valencianos” que sufrieron el horror en los campos nazis. Y fue entonces cuando el techo me aplastó definitivamente. Los “republicanos” existen cuando el espacio histórico y moral donde viven es el de los campos nazis. Pero no existen cuando ese mismo espacio es el de la guerra civil o el de la dictadura franquista. No sé si en los discursos se habían repartido, la consellera y el president, sus papeles. Pero parecía evidente que sí.

Y de verdad que no lo puedo entender. ¿Tanto le costaba a Gabriela Bravo meter la palabra “República” en su intervención? ¿Tanto le costaba decir -en sólo tres segundos- que la guerra civil empieza con un golpe de Estado contra la legitimidad democrática de la Segunda República? ¿De verdad cuesta tanto asumir -para alguna gente con mando en instituciones de gobierno progresistas- que la política, con sus más que legítimos intereses públicos, nunca debería estar en contra de la historia? Las respuestas no me tocan a mí. A mí me tocan las preguntas. Lo que sí me atrevo a hacer es una afirmación: el pasado al que se refería la consellera Bravo no empieza con la guerra civil sino en las horas de gozo que se vivieron en este país el 14 de abril de 1931 con la proclamación de la Segunda República y siguieron -con sus luces y sus sombras, evidentemente- hasta que un golpe de Estado fascista, en julio de 1936, nos llevó a un desastre que todavía hoy no hemos conseguido superar con una auténtica vocación institucional de verdad, justicia y reparación con las víctimas del franquismo.

Y acabo con las palabras de Ximo Puig escritas en el folleto del homenaje: “Els valencians que van acabar en els camps de concentració nazis van ser actius defensors dels millors valors de la Il.lustració: la llibertat, la igualtat i la fraternitat, que hui continuen absoloutament vigents”. No diré yo que no fueran esos valores los de la Ilustración a la que se refiere el president en su escrito. Pero sí que digo que cuando hablamos de libertad, igualdad y fraternidad también estamos hablando de algo que, aunque a algunos les suene raro, se llama República. ¿O no?

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