La despoblación no es un fenómeno neutro, inherente y propio de la ruralidad, sino una consecuencia de las malas políticas llevadas a cabo durante años por los diferentes gobiernos. Esta es una de las ideas principales del manifiesto contra la despoblación rural que el Fòrum de la Nova Ruralitat presentó este pasado martes en las Corts Valencianes y en el cual se pretende hacer frente a la erosión continua del medio rural, a través de la experiencia de aquellos que la viven día a día. La despoblación, advertía el sociólogo de la Universitat Jaume I Artur Aparici no es un fenómeno imprevisible y combatirla pasa por establecer políticas diferenciadas para la complejidad del medio rural. “Rural no puede ser sinónimo de indigno”, sentenciaba el sociólogo.
Para los integrantes del Fòrum, más de cien profesionales de distintos ámbitos y residentes en el medio rural, uno de los principales frentes a la hora de luchar contra la despoblación ha de ser revertir el proceso que lleva a una parte de la juventud, especialmente aquella con más formación, a abandonar sus pueblos. Una posible solución, apunta Jordi Martín, maestro de secundaria en la comarca de Els Ports, pasa por “una apuesta clara y sin complejos de la Administración por los jóvenes, a través de más centros formativos y medios de transporte a demanda, que les iguale en derechos”.
“La realidad es que, a día de hoy, un joven que quiere estudiar en el medio rural tiene que salvar muchas más dificultades y se encuentra en inferioridad. Es un ciudadano de segunda. La lectura subliminal que se les está dando es que tienen que estudiar para marcharse, que no son dignos de tener los recursos que sí tienen en la ciudad, que no se lo merecen porque viven en un pueblo pequeño. Eso no es justo, pero es lo que está calando en la conciencia de los jóvenes. La emigración se vive como una cosa natural”, afirma Martín.
Esta dinámica, mantiene, parece expulsar a la juventud de sus lugares de origen y les niega la oportunidad de volver a ellos a desarrollar un proyecto de vida o profesional. “Por lo que luchamos es porque ellos puedan elegir lo que quieren hacer con la misma libertad que lo hace un joven que vive en la ciudad. Que pueda escoger si quiere continuar su vida laboral o formativa en el pueblo, en la ciudad o en el extranjero. Que no tengan que dar por hecho que es necesario marchar y quedarse no es una opción. El gran drama de la despoblación es que la juventud está siendo expulsada”, sentencia el profesor.
También en este sentido, Alex Vilanova, agricultor de La Jana, un pequeño municipio de la comarca del Baix Maestrat, cree que fijar población en zonas despobladas pasa por garantizar una formación especializada y el relevo generacional. La mayoría de empresas que se ponen en marcha en el mundo rural, explica el agricultor, pertenecen al sector primario, pero no existe ningún tipo de formación centrada en esto, “es algo que se ha pasado siempre de padres a hijos”.
“No hay ningún tipo de formación en los institutos especializada en el sector primario de la zona. Debería haber una formación reglada para facilitar a los jóvenes que quieran quedarse los conocimientos necesarios para hacerlo. Hoy en día, en el sector primario, tiene mucha importancia tener conocimientos en márquetin, diseño y adaptarse a las tecnologías. Los negocios que funcionan hoy en día en el sector agrario son pequeños negocios en los que el productor comercializa él mismo sus productos”, explica Vilanova.
Combatir la violencia de género en el ámbito rural
Desde el Fòrum de la Nova Ruralitat no creen que se trate de un conflicto entre el medio rural y el urbano, sino del efecto persistente de una gestión desigual, que tiene como resultado la vulneración de importantes derechos de una parte de los ciudadanos. Esto se traduce en la acentuación de las diferencias y la necesidad de desarrollar dinámicas especiales a la hora de afrontar problemáticas como el riesgo de exclusión social, las enfermedades mentales o la violencia de género.
Anna Cecilia García es una trabajadora de los Servicios Sociales generales -perteneciente a la mancomunidad comarcal de Els Ports- cuyo trabajo consiste en llevar a cabo la atención primaria a personas con problemas de inclusión, en situación de dependencia o víctimas de violencia de género en zonas rurales.
“Luchar contra la violencia de género en el entorno rural es tan difícil como en las ciudades. Por una parte conoces mejor los casos, tienen los apoyos familiares más cercanos, peor por otra parte carece de servicios, como el Centre Dona Rural, que no abrieron hasta hace unos meses. Hasta entonces tratamos de suplir-lo con el apoyo de la comunidad, que en las zonas rurales, por suerte, siempre está”, explica García.
Para esta trabajadora social, los principales problemas con los que se encuentran, a la hora de atender a mujeres víctimas de la violencia de género en los entornos rurales, son la interiorización del maltrato como forma de relacionarse sentimentalmente y el tratar de proteger a los niños en dicha situación. Los problemas se agravan y las víctimas se sienten más expuestas, ya que “si las están agrediendo y recurren a la alarma, la ayuda tardaría media hora o una hora en llegar. También las órdenes de alejamiento son muy difíciles de cumplir cuando viven en el mismo pueblo”.
“Las víctimas de violencia de género están más expuestas porque sus maltratadores saben dónde están todo el tiempo. La percepción del riesgo de estas mujeres a veces no es muy real, piensan que no les va a pasar nada. Aunque no les haya hecho nada hasta ahora, de un día para otro eso puede cambiar. Nuestra área de atención es enorme, pero no disponemos de medios. Yo llevo 28 años poniendo mi coche propio, aunque me pagan el quilometraje, para poder desplazarme a la hora de atender a las personas”, narra García.
Una población dependiente
Paralelamente a la expulsión de los más jóvenes del medio rural ante la imposibilidad de llevar a cabo un proyecto de vida, la población que todavía subsiste en el medio está cada vez más envejecida. “Estamos hablando de un 30% del total con más de 80 años”, explica Nel·lo Montfort, médico de familia que atiende a la población dos pequeños pueblos de la comarca de Ports.
La forma de ejercer en este tipo de entornos no tiene nada que ver a la forma en que un médico desarrolla su trabajo en la ciudad. “Aquí no se coge cita, la gente viene a demanda. También tengo pacientes encamados o que no pueden salir de casa y los visito en sus hogares o les escribo por Whatsapp para recordarles las citas que tienen. Hay pueblos en los que sólo viven quince personas mayores, pero es muy importante ir a verlos y que te vean”, explica Nel·lo.
Para el médico rural, la dinámica de trabajo es totalmente distinta. Al igual que con los trabajadores sociales o los maestros, el entorno fuerza una atención continua y mucho más cercana a los pacientes. Eso hace, explica Montfort, que el tipo de profesional que venga a trabajar al medio rural sea un “médico todoterreno”. Por ejemplo, explica el médico, él dispone en su vehículo de una maleta con la que puede atender “desde un parto a un infarto. Aquí la gente tiene otra filosofía y entiende que las cosas están condicionadas y supeditadas a la distancia y a los medios que hay”.
“El problema de la ruralidad no es la gente mayor, es la juventud. La población más envejecida en diez años habrá desaparecido, lo que necesitamos es que los jóvenes que hay se queden y vengan más de fuera. De las políticas que se pongan en práctica ahora dependerá conseguirlo”, sentencia el médico.