Los líderes de la izquierda en Andalucía y del resto del Estado andan noqueados por la espectacular irrupción de Vox en el parlamento andaluz. La primera y única respuesta que han podido balbucear después de la ¿sorpresa? ha sido plantear un frente antifascista para frenar a la “bestia”, argumento que evidencia que la extrema derecha está por primera vez en el centro del debate político. Ni una mínima autocrítica, ni un mínimo análisis de por qué PSOE y Adelante Andalucía (Podemos+IU) han alcanzado apenas el 43% de los votos, ni mucho menos por qué casi el 42% de los andaluces se han quedado en su casa. La nada desdeñable cifra de 2,6 millones de electores.
El PSOE ha estado 36 años gobernando la Junta de Andalucía, por lo que no es de extrañar que una parte importante del electorado estuviera hastiado y votara cambio -el menos ideologizado- o se quedara el domingo en el sofá -sobre todo la izquierda-. Algo similar sucedió en la Comunitat Valenciana en 2015 pero con el PP, que ya llevaba en la poltrona dos décadas y con salvajes casos de corrupción que aceleraron el proceso de hundimiento. ¿O pensaban los socialistas andaluces superar los 40 años en el poder como el PRI mexicano o los bávaros alemanes de la CSU?
La candidata del PSOE, Susana Díaz, cuya imagen estaba totalmente quemada por su aventura orgánica y el comité federal de “los cuchillos largos”, tampoco ha ayudado a llevar a las urnas a los progresistas sin paga de la Junta y ha movilizado a los deseosos de acabar con el “régimen” nacido en el 82. Es más, la figura de Díaz ha ayudado a agudizar más si cabe la imagen de una marca socialista envejecida en Andalucía y que el efecto de su archienemigo Sánchez no han podido edulcorar.
Lo que parece más grave de las elecciones andaluzas es el resultado de la confluencia entre Podemos e Izquierda Unida. La dirección federal estaba la mañana del lunes echando la culpa del pelotazo electoral de Vox al Ibex-35 y a la banca. Ni una palabra por no haber subido un voto pese al descalabro del PSOE -han perdido tres escaños- ni tampoco por haber sido incapaces de entusiasmar a un solo votante de la ola de cambio que se han ido a Ciudadanos y a Vox.
¿Podría esa ola neoconservadora y xenófoba influir en las elecciones autonómicas a la Generalitat Valenciana? Parece, a priori, difícil, porque, aún a riesgo de equivocarme, las condiciones que se darán dentro de poco más de medio año serán bastante diferentes a las actuales en Andalucía.
Vox ha jugado con la ventaja de la novedad. En unas elecciones donde existe un partido que lleva gobernando 36 años se ha situado como el partido sin pasado, sin mácula. Como le pasó a Podemos en 2015. El partido ultra de Santiago Abascal ha catalizado el mensaje de descontento con “la casta andaluza” y, en un escenario de ataques xenófobos contra la inmigración liderado por el PP de Pablo Casado, es evidente que ese sector de la población ha optado por el discurso original, que siempre es mejor que la copia.
Pero a Vox le vienen ahora seis meses complicados. Seis meses en los que, pese a volar con el viento de cola, se pondrá el foco en sus discursos xenófobos y machistas y en los que sus doce diputados se equivocarán y evidenciarán sus contradicciones. Los electores valencianos ya están advertidos y serán conocedores del discurso ultraderechista de este partido. Porque, aunque parezca mentira, la mayoría de los ciudadanos no se lee los programas electorales y se informa a través de los medios de comunicación y las redes sociales. Hay los mismos fascistas en Andalucía hoy que hace tres meses.
Además, el fantasma de Vox será un catalizador del voto de la izquierda y, su sombra, seguro que sirve para movilizar a un importante número de votantes que de otra manera se quedarían en casa. A los electores les gusta que su voto sirva de algo. Y es que, al contrario que en Andalucía donde PSOE y Adelante Andalucía son casi antagónicos, en la Comunitat Valenciana PSPV, Compromís y Podemos sí que han mostrado su intención de gobernar juntos. Y cada voto será necesario y de utilidad.
Las elecciones a la presidencia de la Generalitat coincidirán con las municipales, lo que supondrá un importante incremento de la participación. En un ambiente crispado por la ultraderecha y con el PP haciéndole la competencia, la participación puede ser superior al 76% -18 puntos más que en Andalucía-, cifra que según el historial demoscópico beneficia a la fuerza que está en el poder.
El efecto sorpresa de la ola del cambio tampoco parece válido en la Comunitat Valenciana. El Botànic solo lleva cuatro años y, cuando los electores miran al retrovisor, todavía están recientes los casos de corrupción política de los gobiernos de Francisco Camps y Eduardo Zaplana. De hecho, los diferente sumarios judiciales seguirán salpicando a los populares en plena campaña electoral.
En mayo de 2019 habrá, como parece evidente, un crecimiento de Vox a costa del PP, como por cierto ha pasado en Andalucía. Pero por su ala conservadora y xenófoba. En las elecciones autonómicas ya no habrá efecto sorpresa, ni votantes confundidos y mucho menos una ola de electores que ansíen un cambio político. Al menos a nivel autonómico.
Falta saber qué pasa con el conflicto en Catalunya. Por la situación vivida en Andalucía, no parece que el Gobierno de Pedro Sánchez vaya a seguir coqueteando tan abiertamente con las formaciones independentistas. Y en el Botànic ya llevan varios años mirando hacia otro lado en este tema. Para no quemarse los ojos.