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Cambios de ruta y miedo a la violencia: así afecta el acoso sexual en el transporte público a las mujeres

El acoso sexual en el transporte público tiene efectos sobre el bienestar de las mujeres. Un estudio de la Universitat de València, que realiza una revisión de la literatura científica existente, sostiene que el acoso sexual en el espacio público genera impactos directos sobre la percepción de la seguridad y la salud física y mental de las mujeres. En concreto, la investigación, publicada en Plos One y que abarca una decena de países, sostiene que estas dinámicas, “además de explicarse en gran medida por las desigualdades existentes arraigadas en los determinantes sociales, profundizan en las brechas de género”.

Además de la alta frecuencia, la falta generalizada de denuncias y los efectos adversos sobre la seguridad de las mujeres, la revisión identifica correlaciones entre el acoso y las adaptaciones de comportamiento de las mujeres en los viajes. Además, revela una notable disparidad entre las medidas existentes y las que las víctimas potenciales consideran más eficaces. Las conclusiones subrayan la necesidad apremiante de escuchar y promover la inclusión de las mujeres en la toma de decisiones relativas a asuntos de transporte, apuntan los investigadores.

El acoso influye en las oportunidades de las mujeres para utilizar ciertos modos de transporte y limita su capacidad para moverse libremente y contribuye a profundizar estructuralmente las brechas existentes, insisten los autores. En general, las mujeres tienen más probabilidades que los hombres de utilizar el transporte público por razones de ingresos, así como de “sufrir simultáneamente victimizaciones, deterioros psicosociales y amenazas para la salud en el entorno de tránsito”.

El estudio cita que el acoso en tránsito se define como un daño específico de género que provoca sentimientos de invasión, ira, humillación, miedo, angustia emocional y estados de ánimo de “desempoderamiento” . Recuerda que un metaanálisis reciente “respalda asociaciones positivas entre acoso sexual y síntomas de mala salud mental, lo que contribuye a su deterioro, y establece evidencia de una asociación significativa entre acoso sexual y síntomas de depresión”.

El miedo a la violencia

El transporte público a menudo se considera espacialmente propenso al acoso debido a varias razones interrelacionadas, dice el estudio, que se refiere, por ejemplo, a que “la alta densidad de pasajeros en espacios reducidos crea un entorno propicio para conductas no deseadas, ya que la proximidad física puede aumentar las posibilidades de acoso”. Otro aspecto es la falta de privacidad en estos espacios compartidos, que puede hacer que las víctimas se sientan más vulnerables y menos propensas a denunciar incidentes. Además, “la estructura jerárquica y el diseño de algunos sistemas de transporte público pueden facilitar la impunidad, permitiendo a los acosadores mezclarse fácilmente entre la multitud y escapar de la identificación”. En este sentido, destacan el último informe de Naciones Unidas sobre el acoso, que indica junto al ámbito laboral, el transporte es un escenario clave para explicar y erradicar el acoso contra las mujeres.

Además, se afirma que el uso del transporte público permite a los acosadores porque les brinda anonimato, proximidad a las víctimas y, por lo tanto, la oportunidad de participar en conductas de acoso. Los estudios que abordan especificidades culturales han afirmado que la percepción de impunidad por este comportamiento y otros potencialmente relacionados puede ir de la mano con la aceptación del acoso por parte de los hombres.

“La implicación psicosocial más comúnmente documentada del acoso del transporte es el llamado miedo a la violencia, que conduce a diferencias de comportamiento basadas en el género, así como a su manifestación espacial de las relaciones de poder basadas en el género”, prosigue el estudio. Por ejemplo, cita, este temor lleva a las mujeres a utilizar precauciones específicas, como evitar lugares por la noche y depender de otras personas para protegerse.

La investigación apunta limitaciones clave para el análisis como la falta de consenso, el sesgo cultural y la ausencia de un enfoque integral para reconocer qué comportamientos y eventos podrían considerarse casos de acoso en el transporte. Además, los estudios existentes que miden el acoso sexual, son “realmente escasos en la mayoría de los países, suelen ser limitados en términos de rigor metodológico y claridad operativa”.

Los estudios revisados resaltan un contraste entre la conciencia gubernamental sobre el problema, que califcan como alta, y la escasez de acciones para mejorar la seguridad de las mujeres en el transporte. “Se puede constatar la existencia de una cierta discrepancia entre las medidas implementadas por los gobiernos y entidades y la percepción real que las mujeres tienen sobre las mismas. En esta línea, existen otras experiencias que incorporan la visión de la sociedad civil, las asociaciones feministas y la experiencia de los departamentos de Igualdad de Género”. Como ejemplo de buenas prácticas, los investigadores de la UV ponen el programa del Ayuntamiento de València denominado “paradas violetas”, que incorpora paradas nocturnas “bajo petición” para mujeres viajeras en todos sus autobuses públicos. La seguridad es, de hecho, una preocupación creciente, como indica el barómetro del Ayuntamiento.

También se ha demostrado que los factores demográficos - edad, educación o tamaño de la ciudad- tienen un impacto en la dinámica del movimiento de las mujeres. Además, factores como la percepción de seguridad en el entorno urbano y ser víctima o testigo de una situación de violencia o acoso son significativos, aunque dependen de las características socioeconómicas del país, así como de la situación personal de el usuario, detalla la investigación. En este sentido, en los países desarrollados, las mujeres, como parte de sus estrategias de prevención del acoso, pueden seleccionar otros medios de transporte público o privado para realizar sus viajes rutinarios. Aunque en muchas ocasiones las mujeres de bajos ingresos no tienen la posibilidad de cambiar de medio de transporte, recalcan.

El estudio, Invasion of privacy or structural violence? Harassment against women in public transport environments: A systematic review, se publicó en la revista Plos One el pasado febrero. Realizado por Sergio A. Useche, Natura Colomer, Francisco Alonso y Mireia Faus, del Instituto de Investigación en Tráfico y Seguridad Vial de la UV, obtuvo respaldo de la Generalitat Valenciana.