Pilar Rubio Costa ha empezado a dormir “mucho mejor” después de recurrir a la sanidad privada para que le aliviara sus dolores de rodillas hace tres semanas. Explica esta mujer de 80 años desde su domicilio, en el barrio popular de Carrús, en Elche, que ha pasado por una pesadilla desde finales de febrero, cuando el sistema público tenía que haberle realizado la última infiltración en las dos piernas, como era costumbre cada seis meses tras diagnosticarle desgaste óseo de sus rótulas hace tres años. Literalmente desesperada, “no podía más, ya no podía ni caminar”, se justifica, y sin que su médico de cabecera pudiera ofrecerle otra cosa que calmantes. “Y no los quería porque su efecto dura pocos días”, optó por lo que nunca pensaba que haría, pedir cita en una clínica.
El colapso de la atención sanitaria pública, en todos sus niveles, por la pandemia del Covid-19, está llevando a usuarias y usuarios que se lo pueden permitir, o que no les queda más remedio, a buscar alternativa en las empresas de salud, un negocio que no se está resintiendo. Así lo constatan, por ejemplo, los seguros de salud, cuya facturación entre enero y septiembre superó los 7.000 millones, 327 millones más que en el mismo periodo de 2019 gracias a las pólizas de asistencia sanitaria, que crecieron un 5,14%, según la patronal del sector asegurador Unespa.
Este fenómeno ha venido favorecido por la apuesta de las entidades bancarias de comercializar seguros de salud coincidiendo con la crisis sanitaria. Una de ellas es Banca March, que lleva desde septiembre ofreciendo el seguro de DKV, compañía aseguradora que registró entre enero y agosto un incremento en las ventas de seguros de salud individuales del 35%, “el crecimiento más importante de su historia”, aseguraron fuentes de la empresa. A este respecto, durante la pandemia, la consultora Bain & Company realizó una encuesta a mil personas. Entre los que no tenían seguro, un 27% afirmaba que tenía intención de firmar uno. Curiosamente, el 23% de los interesados afirmaba tener escasos recursos, con ingresos mensuales de cero a mil euros.
En el caso de Pilar Rubio, sus únicos ingresos provienen de una pensión de viudedad de 683 euros. Si hubiera cotizado todos los años que trabajó en el sector textil, revela, su situación sería diferente y podría haber hecho frente sin problemas a la factura del hospital privado de su ciudad para la infiltración de sus rodillas. Un total de 810 euros, precio que osciló de los 280 euros iniciales que le dijeron, sin contar las visitas al médico especialista, que cuestan 70 euros. Al final, un familiar de Pilar se ha ofrecido a hacer frente al pago y ella espera que la próxima infiltración sea en la pública. La Conselleria de Sanidad Universal y Salud Pública reconoce la demora: “Se paró todo con el estado de alarma porque no debían venir los pacientes al hospital para evitar un posible contagio”. Y el Servicio de Atención e Información al Paciente (SAIP) añade que ya se han retomado las infiltraciones y que están empezando a llamar a los pacientes que están en lista de espera, entre los que se encuentra Pilar, quien sigue sin saber cuándo podrá volver a su hospital de toda la vida.
Factura de 6.150 euros
En cambio, la factura de Josefa Girau, de 67 años, ha sido bastante más elevada: 6.150 euros por operarse el hombro en una clínica de Benidorm. Cuenta su hija Noelia Bru que Josefa tuvo la mala fortuna de caerse en la calle unos días antes del 14 de marzo, día en el que se decretó el estado de alarma. Los dolores en el hombro, lejos de desaparecer, aumentaron hasta el punto de impedirle, como a Pilar, dormir por la noche. Sin la posibilidad de hablar con su médico y tras intentarlo en el ambulatorio varias veces sin éxito, lo único que consiguió fue que le pincharan para el dolor, efecto que se disipaba pronto.
“No le quedó más remedio que acudir a la privada donde le dijeron, tras una resonancia, que tenía los ligamentos del brazo rotos”, recuerda Bru. Sin seguro y costeándose de su bolsillo, asumió el pago “desesperada”. “Cuando fue a clínica no sabía qué le iba a costar, tenía tanto dolor que le daba igual el dinero”, señala su hija tras aclarar que sus padres tienen una situación “desahogada”. “Aunque no la tuvieran, mi madre hubiera mendigado si les hubiera hecho falta”, concluye.