Empieza la Feria del Libro de Valencia (del 20 de abril al 1 de mayo). Como todas las ceremonias, tiene su ritualidad, pero también un renovado entusiasmo. Como todos los años. Sí, y no. Se respira otro aire. No es algo escandaloso. No hay dinero, todo hay que decirlo, o muy poco. La cuestión es otra: la Administración ya no se muestra tan tirante, por no decir hostil. La complicidad parece evidente. La Feria, de entrada, se presenta más animada, con nuevas casetas y un número ingente de actividades. Todo eso quizá ayude a afrontar con otra cara los momentos problemáticos, delicados que vive el sector del libro. El presente y el futuro presentan marejada. Las empresas conviven como pueden e intentan sobrevivir.
Si, por lo que respecta a la literatura valenciana en lengua catalana, el año 2015 se inició con buen pie literario, con títulos relevantes, como por ejemplo Un dinar qualsevol (Una comida cualquiera), de Ferran Torrent, y Gegant de gel (Gigantes de hielo), de Joan Benesiu –el libro revelación del año y que mereció el Premio Librero–, la segunda tanda del año ha traído también propuestas entusiastas. Raquel Ricart publicaba El temps de cada cosa (El tiempo de cada cosa, RBA) que mostraba una partida plural entre dos continentes para pintar a unos protagonistas arrastrados por el remolino del azar (lleno de secretos y de vacíos), que deben sufrir y soportar y al mismo tiempo tratar de explorarlo con el fin de rehacer las piezas del edificio vital malogrado, y poder así reconducir las rutas personales y hacer aflorar el vitalismo que llevan cabizbajo, asustadizo, bajo los temores y las inercias. Nos encontramos ante una trama dramática de personajes trasterrados, de adversidades incesantes, de conformaciones dolorosas, con sombras y luces, catarsis y final reparador.
La sega (La siega, Proa) representa un cambio significativo en la singladura narrativa de Martí Domínguez, el autor, porque deja de lado el ciclo histórico que recorría la Europa de la modernidad, pero sobre todo porque es una obra potente que trastoca resortes que conmueven, hilvanada con un estilo efectivo y una lengua sabrosa. Nos transporta a un pedazo del Maestrazgo de los años cuarenta del siglo pasado, donde los maquis llevan su guerra particular contra Franco. Un conflicto de acción y reacción, de venganza y contravenganza. El régimen pone en marcha una guerra de represión brutal y los habitantes de las casas de labranza pasan a ser las víctimas propiciatorias. Vivimos la tragedia desde la punzada interna de la familia del narrador, un zagal de 10 años. El combate de desgaste extiende la carcoma del miedo y de la desconfianza: todos recelan de todos.
En Les veus i la boira (Las voces y la niebla, Espuma), ganadora del Premio Alfonso el Magnánimo de narrativa 2015, Vicent Usó renueva las problemáticas que le caracterizan y depura y despliega con efectividad la versatilidad de su juego narrativo y la articulación de las distintas voces. La novela, con la combinación de tiempos diferentes (desde los años treinta hasta finales del siglo pasado) y espacios diversos, nos lleva al centro de la historia para remover los resortes fuertes del secreto: la mentira, la ficción y la impostura. La mentira tiene sobre todo efectos demoledores en la política y en la economía. La trama aborda así aspectos que hacen estragos en el mundo actual, tanto en el próximo como en el más brumoso, como el corte y los velos entre la realidad y las apariencias y los ecos a menudo devastadores que han introducido las distintas etapas de la globalización (estraperlo, contrabando, control de la construcción y de los negocios, tráfico de armas...) que en el Castellón y en la Mallorca de la novela tiene concreciones muy potentes.
Fuera de la ficción, hay diversos títulos que señalar. Uno muy significativo, por la amplitud de su mirada y de sus observaciones es Sobre una neu invisible (Sobre una nieve invisible, Publicacions de la Universitat de València), de Vicent Alonso, que no es una mera continuación del dietario anterior; es más maduro en la voz y más sólido en el instrumento y se abre el abanico de perspectivas. Es un fiel seguidor del ideal de Montaigne: es un obstinado observador del tránsito del yo. La vida cotidiana, sin expansiones, es el hilo conductor del discurso. Es donde reside la verosimilitud y la verdad. Si el autor se juzga y juzga a los demás, lo hace para señalar su singularidad y exponer la capacidad de ir más allá de la epidermis de las situaciones particulares. El juicio y la conciencia son mecanismos clave para iluminar el significado o la intención de cada acto o tema y detectar, si es preciso, la responsabilidad que de ello se desprende.
Aunque no pertenece a la ficción, hay que destacar Ningún no ens espera (Nadie nos espera, Periscopi), por la personalidad de Manuel Baixauli, y porque son dos libros en uno, ya que no solamente reúne artículos publicados en El País, sino también las ilustraciones, muy bien reproducidas, que los acompañaban. Son artículos potentes y muy bien escritos.
Uno de los primeros libros del año ha sido L’illa sense temps (La isla sin tiempo, Meteora), de Esperança Camps, que con ingredientes de la novela policíaca y una prosa sinuosa, amasada con ambigüedades y silencios, interroga los motivos del asesinato de una mujer mayor. En el proceso, nos muestra el clima asfixiante de la isla y los meandros de la naturaleza humana. En este terreno, una propuesta valiente es Tota la veritat, (Toda la verdad, RBA), Premio Crímenes de Tinta, de Núria Cadenes, porque el asesinato de un hombre de éxito en un pueblo de vacaciones es el detonante para pintar una historia donde la población tiene otras vidas y otras muertes también relevantes.
Este año también hay libros colectivos. Entre dones (Entre mujeres, Balandra) es la primera recopilación de relatos compuesta íntegramente por autoras valencianas. Es una lectura interesante ya que pone de manifiesto que las narradoras han aumentado en número y peso literario. A partir de protagonistas femeninas encontraremos un conjunto interesante de historias muy diverso en estilos y objetivos.