Solidaridad ciudadana, 1- Política Social, 0
“Acompáñame, tengo 20 euros para gastar. Mira a ver qué os hace más falta”. Estas palabras me las dijo el sábado un señor de más de 70 años en uno de los muchos supermercados que colaboraba con la recogida solidaria organizada por el Banco de Alimentos. Al momento, otro cliente –más o menos de la misma edad que el anterior- hizo lo mismo. Incluso, cuando fue a pagar se indignó porque le faltaba un euro por gastar… A lo largo de la mañana nadie salió con las manos vacías para la nevera solidaria. Un kilo de arroz, lentejas, pañales, compresas, gel, lejía, yogures…
Puedo asegurar que no hubo ni un solo cliente del súper que se olvidara de la acción solidaria ese día. Quizás, lo que más me conmovió fue una chica joven. Con cinco bocas que alimentar en casa, usuaria habitual de la ayuda de Cáritas y que no dudó en colocar un kilo de arroz en las cajas del Banco de Alimentos.
Me conmueve, me abruma, me reconcilia con el mundo la solidaridad de la gente. De los vecinos de un barrio que no dudan en ayudar, de los miles de voluntarios que dedican su tiempo a Cáritas, al Banco de Alimentos, a ACNUR, a Cruz Roja, ¡qué más da el nombre!, de millones de ancianos que reparten su pensión entre sus hijos para que sus nietos coman, se vistan, tengan libretas o bolígrafos.
Pero también me da miedo. Temo que acciones como la del pasado fin de semana (de solidaridad desbordante) puedan confundirnos. Porque creo que nadie quiere volver a la beneficencia. Y estamos en un límite peligroso. Somos los ciudadanos los que estamos asumiendo el papel del Estado. Y es el Gobierno, las comunidades autónomas, los ayuntamientos, las diputaciones…las que deben desplegar una red de servicios sociales que llegue a todos. Tienen técnicos estupendamente preparados, y tienen infraestructuras para dar servicio a todos los barrios. Y, sobre todo, es su trabajo, es su deber y pagamos por ello.
Ese señor que gastó sus 20 euros el sábado ha invertido mucho más dinero cuando trabajaba para que se crearan esos servicios sociales.
Esa chica joven o su padre han pagado con creces la ayuda que ahora reclaman.
El anciano que mantiene a su familia con la pensión ya tributó hace muchos años por los libros de sus nietos o por el colegio o el médico de su esposa.
Por todo eso, y a pesar de que los ciudadanos han vuelto a demostrar que están muy por encima de sus dirigentes, no puedo estar contenta.
Al fin y al cabo, el éxito de la campaña solidaria del fin de semana pasado es el fracaso de la política social de todo un estado.
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