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Solidaridad europea: social, medioambiental e intergeneracional

Andreu Iranzo

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La Unión Europea afronta de nuevo unas elecciones cuyos resultados – casi como siempre – se antojan decisivos para el futuro del continente. Nos jugamos más o menos integración entre los Estados miembro, más ampliación hacia el Este y el Norte o quedarnos con los socios actuales, políticas con un marcado carácter social, humanitario y sostenible u otras que defienden objetivos más conservadores, mayor sostenibilidad medioambiental y lucha contra el cambio climático o continuar por la senda de una economía mundial de mercado descontrolada, más y mejores derechos laborales y sociales o el retorno a épocas oscuras de división entre los pueblos de Europa.

En la práctica: políticas proactivas e integradoras para que nuestros hijos y nuestras hijas puedan vivir en paz en su continente, emprender y disponer de mayores oportunidades vitales, profesionales, empresariales, o, en cambio, volver a cerrar las fronteras para que cada Estado vaya gestionando lo suyo como pueda y frente al resto, como ya ha ocurrido en siglos pasados y como tan mal ha acabado en multitud de ocasiones. La tercera opción sería la actual, la del laissez faire, laissez passer, la que se encuentra en entredicho por centrarse –si no en la teoría, al menos sí en la práctica– en la defensa de unos intereses con un marco común, pero que de momento parece profundizar poco en las necesidades reales de las personas.

Quizá convenga recordar que los ciclos económicos, por lo general, son más largos que los ciclos políticos. Por tanto, los resultados de unas elecciones europeas que se celebran cada cinco años, en realidad tienen un impacto a más largo plazo más allá del término de la propia legislatura. Esto significa que las decisiones políticas que incentivemos la ciudadanía europea con o sin nuestro voto, irán más allá que el simple convencimiento ideológico, el interés individual, el descontento o el voto de castigo para nuestros gobernantes. En realidad, estamos decidiendo el futuro de nuestros hijos y nuestras hijas, y somos y seremos responsables de los resultados de las urnas y de las políticas que se decidan y se apliquen tanto en el futuro inmediato como dentro de unos años.

La desafección en la Unión Europea es evidente: aunque con variaciones entre periodos, los distintos Eurobarómetros vienen a reflejar una menor confianza en las instituciones europeas y una menor implicación en todo lo que tenga que ver con Europa. Sin embargo, las decisiones que se toman en Bruselas influyen, día sí, día también, en nuestra vida diaria: empleo, formación, educación, sanidad, protección social, medio ambiente, cambio climático, relaciones comerciales, investigación, innovación, nuevas tecnologías, etc. Y esta caída de la confianza en Europa coincide con años y años de modelos de gobernanza excesivamente neoliberal en las instituciones europeas. Según un buen número de fuentes, el ascenso de la extrema derecha empeoraría esta situación, que parece abogar por la destrucción de los logros sociales, económicos y medioambientales de la Unión Europea, y tira del miedo a lo desconocido y, más concretamente, a la inmigración. Sin embargo, también hay serios indicios de que otras fuerzas de carácter verde y solidario puedan ser determinantes a la hora de conformar núcleos de decisión efectivos en las instituciones, que cambien el sentido de la política europea, con orientaciones más sociales y medioambientales.

A todo esto, volviendo al tema de la inmigración, y de los refugiados, cabe recordar que aquellas personas que vienen a Europa a menudo en condiciones infrahumanas –y aquellas que lo intentaron y no lo lograron– no pretenden imponer modos de vida, ni ideologías, ni religiones. Tampoco vienen con ánimo de generar quebranto económico a la Seguridad Social, ni abusar de nuestros sistemas estatales de protección social. Se trata de humanos, que se mueven en un abanico de intenciones que van desde el deseo legítimo de mejorar su nivel de vida a la necesidad de jugarse sus vidas y las de sus hijos e hijas para tratar de escapar a la barbarie. Por cierto, en multitud de ocasiones esta barbarie se produce como consecuencia de políticas occidentales equivocadas en el Mediterráneo, Oriente Medio y el África Subsahariana. En Europa podemos llenarnos el estómago de cobardía oportunista y miedo infundado y mirar hacia otro lado, o tratar de ayudar a estas personas por motivos fundamentales de ética y moral propia de nuestros pueblos europeos: ama a tu prójimo como a ti mismo, dicen los textos sagrados de los credos más practicados en Europa. Y de paso, abrir nuestras mentes y enriquecernos gracias a un aporte cultural, étnico y social, sin duda beneficioso para nuestras sociedades receptoras.

Pero volvamos al asunto que nos ocupa. El próximo 26 de mayo, las personas censadas en el Estado español tendremos la oportunidad de influenciar el sentido del futuro de la Unión Europea. Y junto con ello, tendremos la responsabilidad de cumplir con algo tan trascendental como la solidaridad intergeneracional con nuestra juventud, los niños y las niñas que conviven con nosotros, pero también con las personas que están por venir. Evitemos asomarnos al abismo de la aversión al proyecto europeo: es el momento de ser responsables con nuestro entorno, solidarios con nuestras familias, amistades y vecinos, y ser coherentes con lo que en el fondo pensamos y en la práctica desearíamos. Europa, además de ser necesaria, importa y mucho, pero sobre todo importan los europeos y las europeas, de nacimiento o de adopción.

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