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Sólo una Tierra

“Sólo una Tierra” fue el lema en 1974 del primer Día Mundial del Medio Ambiente. Dos años antes se había celebrado la Conferencia de Estocolmo, iniciada un 5 de junio y que durante once días reunió por primera vez a la mayoría de los países del planeta para evaluar conjuntamente la situación medioambiental global. Y ese mismo año 1972 se publicó “Los límites del Crecimiento”, el informe elaborado por el MIT donde se documenta cómo los sistemas económicos basados en el consumo continuo y creciente de recursos naturales están abocados al colapso. Han tenido que pasar dos generaciones, 46 años, una degradación generalizada de la gran mayoría de los ecosistemas del planeta con consecuencias como una pandemia desconocida en un siglo, junto con la evidencia de que destructivos fenómenos meteorológicos extremos asociados a la emergencia climática suceden ya de forma periódica, para que, por primera vez, haya posibilidad de cambios sistémicos desde ese primer día mundial del medio ambiente. Y hay sólo tres opciones: una transformación real, bajo la premisa de una transición ecológica justa; un lavado verde que puede oscilar entre la mera cosmética o medidas correctas pero insuficientes y por tanto inútiles; un retroceso debido a la presión de la extrema derecha y la derecha extrema que, ya se está viendo, apuestan por volver al negacionismo climático.

A finales del pasado 2019, el 11 de diciembre, la UE presentó el Pacto Verde. Lo más interesante del mismo considero que es incorporar que la transición ecológica debe ser justa. Pero el conjunto del plan es insuficiente (en especial en lo que se refiere a la política agraria común y a los compromisos climáticos) como también lo fue el Acuerdo de París alcanzado en la Cumbre sobre el Clima de 2015 (COP21) y volvió a ser decepcionante la pasada COP25 celebrada en Madrid hace seis meses. Los precedentes, pues, no son los mejores.

En el contexto estatal observamos situaciones tan contradictorias como que en este mismo trimestre en que se presenta el proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética se aprueba un nuevo transgénico (MON 810) y se cancelan importantes inversiones en movilidad sostenible que nos tememos pasarán a destinarse a más hormigón. Al mismo tiempo, las comunidades autónomas gobernadas por las derechas apuestan por el ladrillo sin aprender nada de la crisis del 2008 de la que aún no habíamos salido. Todo ello cuando España tiene una huella ecológica dos veces y media mayor que la que le correspondería para estar en equilibrio.

Sólo tenemos una tierra y vivimos de tal forma que necesitaríamos casi tres. El verano de 2004 fue el inicio de Compromís pel Territori, la plataforma social con la que hicimos frente a la depredación llevada a cabo por el PP al amparo de la Ley Reguladora de la Actividad Urbanística que heredaron y reconvirtieron en una herramienta masiva de destrucción territorial, de sellado de suelos agrícolas. Y de incremento de las emisiones de CO2 debido a la producción de cemento y a que el hábitat disperso impide la movilidad sostenible. En 2007 el País Valenciano se había convertido en el territorio de la UE que más había incrementado sus emisiones de gases de efecto invernadero desde 1990 y que más incumplía el Protocolo de Kyoto, y así lo denunciamos desde Acció pel Clima. La Llei de l’Horta, la revisión de la LOTUP y el PATIVEL han sido las herramientas de la pasada legislatura para revertir la situación y proteger y recuperar el territorio. Y en ésta la herramienta debe ser la Ley de Cambio Climático y Transición Ecológica.

Para cambiar un sistema insostenible e injusto es necesario un cambio radical: las emisiones de CO2 no se podrán reducir lo suficiente sin aproximar servicios, ocio y trabajo al lugar donde viven las personas lo que significa barrios y pueblos vivos y “autosuficientes”; la Soberanía Alimentaria es obligada; también lo es la lucha contra la obsolescencia programada y la relocalización de la producción de bienes que deben incorporar su huella de carbono y ecológica en los costes; infraestructuras fuera de escala y mal pensadas deben ser revertidas (un ejemplo: no debe producirse ampliación alguna del puerto de València y se ha de eliminar el macrodique construido en 2007 y que está dañando al Parque Natural de L’Albufera. Y, por supuesto, hay que recuperar la ZAL) ahora que el sistema-mundo se achica. Los recursos económicos para hacerlo, y para luchar contra la desigualdad, existen: en el caso español una fiscalidad similar a la del resto de la UE, estamos nueve puntos por debajo; en la UE aplicar la Tasa Google y acabar con los paraísos fiscales internos. Y, a escala global, si la robótica y la Inteligencia Artificial van a destruir empleo de forma no conocida antes, deberán tener una fiscalidad especifica que contribuya a financiar el estado del bienestar. Una fiscalidad verde socialmente justa es necesaria y posible. Y creo que la perspectiva de los cuidados es el enfoque fundamental para guiar la transición ecológica justa que es la única alternativa que tenemos a un colapso caótico.

El ecologismo contemporáneo tiene muchos de sus hitos fundacionales asociados a mujeres: Rachel Carson y su “Primavera silenciosa”, Jane Jacobs con “Muerte y vida de las grandes ciudades”, Donella Meadows como autora principal de “Los límites del crecimiento”, Marie Bohlen y el “Comité no hagas una ola”, Petra Kelly y la fundación de Los Verdes. Ahora, otra mujer, Greta Thunberg, ha conseguido conectar a la ciudadanía mundial con la emergencia climática recordándonos que estamos en tiempo de descuento. Los 46 años transcurridos desde el primer día de la tierra y todo lo ocurrido desde entonces nos muestran que hemos perdido tanto tiempo que, ahora, cada día cuenta. No hay más tiempo que perder.

*Natxo Serra, secretario de Organización VerdsEquo