La alta velocidad a la que vienen produciéndose cambios en nuestra sociedad colisiona sobre las personas y, en consecuencia, termina por configurar una cadena de shocks que impactan sobre la economía. En la búsqueda de una mayor adaptabilidad, ello sugiere que los agentes económicos configuren con sus acciones mercados que resulten altamente flexibles.
En economía acostumbramos a hablar de flexibilidad. Pero en la mayor parte de las ocasiones no asumimos las implicaciones que representa este concepto.
Los agentes deben ser capaces de adaptar posturas y, pese a ello, mantener las ventajas y eficiencia propias del intercambio.
Un mercado se muestra flexible cuando ajusta antes y/o mejor que un mercado rígido. ¿Qué significa esto?
Los mercados están formados por personas y empresas, y ambos configuran lo que solemos llamar agentes económicos. Agentes porque actúan por cuenta propia e intermedian por cuenta de terceros. Económicos pues sus acciones y los efectos que éstas desencadenan se anclan en torno a un conjunto de causas y efectos, fundamentalmente de tipo económico.
Si acudimos a la primera acepción que nos facilita el diccionario de la RAE, flexibilidad supone la característica de algo que permite que sea doblado fácilmente.
En lo referido a mercados -financiero, de trabajo, de bienes o de servicios, por ejemplo-, la flexibilidad representa que los dos lados -oferta y demanda- sean capaces de ajustarse rápido, el uno al otro, ante cambios experimentados por la coyuntura del entorno.
En este punto debemos recordar que cuando nos referimos al mercado laboral nuestra intuición nos puede llevar a un error. En el mercado de trabajo los términos oferta y demanda ocupan la posición inversa que en los mercados de bienes o servicios.
Las empresas ocupan la posición del lado de la oferta cuando hablamos de mercados de bienes o servicios, mientras que en el mercado laboral la oferta de trabajo está configurada por el conjunto de personas que están dispuestas a trabajar y que, en consecuencia, ofrecen sus horas disponibles a cambio de una retribución.
Así, la demanda de trabajo viene representada por el conjunto de empresas que solicitan esas horas para sus diferentes actividades productivas y que actúan como empleadores a través de la contratación.
Centrado el marco de análisis, imaginemos un mundo en que los auxiliares administrativos escriben con una Hispano Olivetti de los años 30 y siguen los dictados de sus superiores para preparar cartas comerciales y memorandos remitidos por vía postal a clientes.
Supongamos que en este mundo hipotético el colectivo de los auxiliares administrativos sigue anclado -técnica y organizativamente- al segundo tercio del siglo pasado, pero un día, de repente, tras ser inventados, se da una generalización en el uso de ordenadores y procesadores de texto. Así mismo, aparece el e-mail y se expande la utilización de internet.
El colectivo de los auxiliares administrativos configura una parte de la oferta en el mercado de trabajo. Concretamente, la oferta propia de un determinado tipo de procesos que precisan las empresas para que, al ser combinados con otros, permitan la producción de bienes y servicios.
Evidentemente, podemos imaginar decenas de puestos de trabajo, algunos ligados a la planta de producción de la empresa, en los que en nuestro mundo de los años 60 del siglo pasado aún no se han desarrollado ni el Just in Time, ni los sistemas de Calidad Total o ni la moderna Gestión del Conocimiento.
Así planteadas, en este mundo imaginario, las circunstancias de producción son las que son y su capacidad es la que es. Y en este mundo no existen otros mundos. Queremos decir que no existen países más avanzados que otros en el sentido ya expresado. Todos los países comparten unas mismas características de orden organizativo y técnico. Y ello configura las posibilidades de oferta de las empresas en los mercados de bienes y servicios.
Aquellos auxiliares administrativos que aprenden antes y mejor la utilización de todo ese nuevo hardware y software provocan el ajuste de la oferta de trabajo (empleados) ante las insistentes peticiones de la demanda (empresas).
La demanda de trabajo (empresas) dirige sus peticiones hacia la oferta (empleados) a partir de una doble motivación: por un lado, porque la innovación (ordenadores, procesadores de texto e internet) existe en el mercado y es un hecho objetivo que no pueden cambiar. Por otro lado, las empresas tienen la certeza de que existen competidores que adoptarán la innovación de inmediato, tanto si ellas también lo hacen de forma rápida como si tardan en hacerlo. Sólo aquellas empresas que sean las primeras lograrán articular importantes ventajas competitivas sobre las rezagadas.
Y es por ello que el ajuste dinámico de competencias constituye una herramienta clave de desempeño en el mundo empresarial actual.
Los miembros que configuran la oferta en el mercado de trabajo ajustarán rápido su posición en tanto que aprendan y generen con alta velocidad nuevo know-how, eso que hemos dado en llamar procesos de innovación. Al fin y al cabo, competencias que se fundamentan en skills susceptibles de crear más valor en el mercado.
Las rigideces del mercado de trabajo se sustancian en la competitividad de nuestras empresas, el marco jurídico que posibilita la contratación, sus barreras de entrada (cotizaciones) y barreras de salida (costes del despido), los mecanismos de interlocución existentes entre agentes sociales y el modo en que se articulan las políticas activas y pasivas de empleo.
Sin lugar a dudas, el debate sobre el mercado de trabajo es de una gran complejidad. En futuras ocasiones abordaremos el análisis del diseño de políticas de empleo en mercados de trabajo como el alemán o el danés, nuestro sistema formativo y el papel dinamizador de las entidades locales en el proceso de identificación de perfiles competenciales que son demandados dentro de sus respectivos tejidos empresariales.
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