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Reinventando la innovación en la empresa como base para el cambio del modelo productivo

Mucha literatura se ha publicado sobre el papel de la innovación en el desarrollo de las empresas y de la economía en general; casi toda ella en sentido positivo, como es lógico. Joseph H. Schumpeter (1883-1950), economista austríaco, en la formulación de su Teoría sobre el empresario innovador, define la innovación como el motor del cambio y del desarrollo económico, pero también hace referencia al concepto de “destrucción creativa” (concepto ideado por el sociólogo alemán Werner Sombart) como una forma de describir el proceso de transformación que va unido a las innovaciones, a través del cual para crear algo nuevo hay que destruir lo viejo. Las empresas que innovan lo hacen a costa de acabar con las empresas que no innovan. Sin embargo, la evidencia empírica ha demostrado que esto no es siempre así, pues junto a empresas y empresarios/emprendedores innovadores conviven empresas y empresarios conservadores e incluso empresarios especuladores. Estos últimos, los empresarios conservadores y especuladores también pueden tener éxito y son capaces de acumular suculentos beneficios económicos, a costa del fracaso de determinados empresarios innovadores.

Con el razonamiento anterior no pretendo poner en tela de juicio las bondades de la innovación. Yo también pienso, al igual que muchos otros colegas economistas, que la innovación es un motor de cambio de la economía, es una condición necesaria pero no suficiente, como solemos decir los economistas. Pero la innovación no es la panacea a todos los males de la economía y de las empresas, sobre todo si tenemos en cuenta que ésta ha de ir evolucionando también al ritmo que lo hacen las propias empresas y que lo hace el entorno. Así, la innovación tecnológica ya no es un factor clave de éxito para las empresas como lo fue en los años setenta y ochenta del Siglo XX. La innovación tecnológica es necesaria en las empresas para no quedar en una posición competitiva baja, pero ya no representa una fuente de ventaja competitiva como lo era antes porque el acceso a este tipo de innovación es relativamente fácil. Después de la innovación tecnológica, cobra relevancia la innovación de productos y de procesos y durante las últimas décadas han sido la innovación organizativa (cambios en la estructura organizativa y en los procedimientos) y más recientemente la innovación estratégica (cambios en el modelo de negocio de la empresa) las que se han convertido en los conceptos más modernos de la innovación. Sin duda alguna, la innovación hay que entenderla en un sentido amplio, y cuando una empresa se define como innovadora lo es porque los cambios los introduce desde las diferentes perspectivas y enfoques bajo una visión global e integrada de la organización.

En la actualidad, ante un entorno turbulento (complejo, dinámico, inestable y hostil) y una fuerte competencia, la innovación es un elemento relevante en la mejora de la capacidad competitiva de las empresas. Y cuando se plantea la necesidad de abordar por fin un cambio de modelo productivo, éste no tiene sentido llevarlo a cabo sin la mejora de la innovación. La I+D+i+d (Investigación, Desarrollo, Innovación y Diseño) es una variable estratégica en el funcionamiento de cualquier empresa y la formulación e implementación de una estrategia competitiva de diferenciación, estrategia que es fundamental para hacer frente a la competencia de las empresas del sudeste asiático y del norte de África, no es posible sin la fortaleza de esta variable. Pero cuando hablamos de un cambio de modelo productivo éste ha de desencadenarse desde la Sostenibilidad, otro concepto relevante hoy en día. Y la sostenibilidad exige incluir también el enfoque social y el enfoque medioambiental en las empresas. La intersección de lo económico, lo social y lo ecológico explica la sostenibilidad. Si falta alguno de estos tres componentes, la sostenibilidad no es posible. Pero, ¿cómo podemos conseguir la sostenibilidad de las empresas y, por tanto, de la economía? Uno de los principales gurús del management, Michael Porter, junto a otro profesor también de la Havard Business School en USA, el profesor Mark Kramer, publican en 2011 en la Havard Business Review un artículo sobre cómo crear valor compartido en las empresas. Desde mi punto de vista, ahí está la clave de la sostenibilidad de las empresas y, por tanto, de las bases para el cambio de modelo productivo.

El valor compartido es aquel valor que crea y que reparte la empresa, incluyendo dentro del mismo valor económico pero también valor social. El valor compartido es el resultado de combinar el valor económico con el valor social. Las empresas han de crear valor económico (expresado éste en términos financieros) para poder asegurar su viabilidad a lo largo del tiempo; pero también han de crear valor social, repercutiendo parte de sus ingresos en la sociedad a través de acciones de responsabilidad social: crear empleo estable y de calidad, contribuir a la igualdad de género y a la no discriminación, proteger el medio ambiente, … Solo las empresas que sean capaces de crear valor compartido podrán ser sostenibles. El pensamiento neoliberal, que fue liderado por Milton Friedman (1912-2006) durante varias décadas, señala que exigir a las empresas una determinada responsabilidad social, pone en peligro su supervivencia y es una medida excesivamente intervencionista. No es cierto ni una cosa ni la otra, o al menos no lo es del todo. Las empresas que son socialmente responsables, no solo no tienen problemas de supervivencia económica, sino que su valor económico aumenta, porque los clientes exigen cada vez más que las empresas adquieran ese compromiso social. Por su parte, el intervencionismo del Estado es hoy en día una garantía del sistema capitalista en el que nos movemos. La mayoría de los países occidentales mantienen un sistema de economía mixta, donde la intervención del Estado sirve para asegurar la redistribución de la renta y los excesos de poder de los grandes grupos corporativos. Pero la Responsabilidad Social Empresarial no se impone por el Estado, sino que es una estrategia que las empresas deciden aplicar con total libertad; el Estado, lo que puede hacer es incentivar ese tipo de acciones premiando a las empresas que las apliquen. No olvidemos que los premios en forma de incentivos fiscales y de exenciones tributarias son habituales en la economía capitalista para fomentar determinadas reformas laborales, expansivas, etc.

Por lo tanto, es el valor compartido el que puede asegurar un cambio de modelo productivo hacia la sostenibilidad. Y volviendo al tema de la innovación, para garantizar la creación de ese valor compartido no es suficiente con un sistema de innovación tradicional (tecnológica, de productos y procesos, organizativa, estratégica); no podemos crear valor compartido en las empresas sólo con la innovación económica. Es necesario introducir otro tipo de innovación que es la Innovación Social. Sin el enfoque social, como ya hemos dicho, es imposible conseguir la sostenibilidad. Mientras la innovación económica resuelve los problemas técnicos, la innovación social resuelve los problemas sociales (clima laboral, mejora de las condiciones laborales de los trabajadores, mejora del medioambiente, acceso al trabajo de personas en riesgo de exclusión, ...). Mientras la innovación económica persigue obtener resultados económicos, la innovación social persigue obtener resultados sociales. Luego ambos tipos de innovaciones son complementarias y no excluyentes. Tradicionalmente, la innovación social se ha asociado a las denominadas empresas de la Economía Social (cooperativas, asociaciones, fundaciones, …) pero en la actualidad el concepto de innovación social se atribuye a las Empresas Sociales, un concepto mucho más amplio que el de Economía Social en el que también tienen cabida las empresas de capitales que persiguen fines sociales o que tienen una fuerte responsabilidad social. Lo que permite extender el ámbito de la innovación social a cualquier clase de empresa u organización y, por tanto, convertirse así en un elemento para el cambio del modelo productivo desde una perspectiva amplia y globalizadora, no exclusiva ni específica de determinados tipos de organizaciones como algunos señalan para confundir.

Reinventemos pues la innovación, ampliando su campo también a lo social y creando una innovación compartida en la que se combine la innovación económica con la innovación social. Sólo así podremos conseguir el tan deseado y necesario cambio del modelo productivo dirigido hacia la sostenibilidad. En ese proceso de cambio hemos de implicarnos todos.

Mucha literatura se ha publicado sobre el papel de la innovación en el desarrollo de las empresas y de la economía en general; casi toda ella en sentido positivo, como es lógico. Joseph H. Schumpeter (1883-1950), economista austríaco, en la formulación de su Teoría sobre el empresario innovador, define la innovación como el motor del cambio y del desarrollo económico, pero también hace referencia al concepto de “destrucción creativa” (concepto ideado por el sociólogo alemán Werner Sombart) como una forma de describir el proceso de transformación que va unido a las innovaciones, a través del cual para crear algo nuevo hay que destruir lo viejo. Las empresas que innovan lo hacen a costa de acabar con las empresas que no innovan. Sin embargo, la evidencia empírica ha demostrado que esto no es siempre así, pues junto a empresas y empresarios/emprendedores innovadores conviven empresas y empresarios conservadores e incluso empresarios especuladores. Estos últimos, los empresarios conservadores y especuladores también pueden tener éxito y son capaces de acumular suculentos beneficios económicos, a costa del fracaso de determinados empresarios innovadores.

Con el razonamiento anterior no pretendo poner en tela de juicio las bondades de la innovación. Yo también pienso, al igual que muchos otros colegas economistas, que la innovación es un motor de cambio de la economía, es una condición necesaria pero no suficiente, como solemos decir los economistas. Pero la innovación no es la panacea a todos los males de la economía y de las empresas, sobre todo si tenemos en cuenta que ésta ha de ir evolucionando también al ritmo que lo hacen las propias empresas y que lo hace el entorno. Así, la innovación tecnológica ya no es un factor clave de éxito para las empresas como lo fue en los años setenta y ochenta del Siglo XX. La innovación tecnológica es necesaria en las empresas para no quedar en una posición competitiva baja, pero ya no representa una fuente de ventaja competitiva como lo era antes porque el acceso a este tipo de innovación es relativamente fácil. Después de la innovación tecnológica, cobra relevancia la innovación de productos y de procesos y durante las últimas décadas han sido la innovación organizativa (cambios en la estructura organizativa y en los procedimientos) y más recientemente la innovación estratégica (cambios en el modelo de negocio de la empresa) las que se han convertido en los conceptos más modernos de la innovación. Sin duda alguna, la innovación hay que entenderla en un sentido amplio, y cuando una empresa se define como innovadora lo es porque los cambios los introduce desde las diferentes perspectivas y enfoques bajo una visión global e integrada de la organización.