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Tamazula

Ignacio Blanco

A partir de ese nombre tan sonoro, que siempre me ha traído resonancias africanas, empezó la investigación que hoy ha concluido en una nueva macrorredada contra la corrupción del PP valenciano. Sergio Blasco, sobrino del antaño todopoderoso y ahora recluso carcelario Rafael Blasco, ha sido detenido junto a otras ocho personas por crear y mantener una trama criminal (otra más) sostenida con fondos públicos de la Conselleria de Sanidad y de la Diputación de Valencia. Hace ya más de tres años que varias diputadas de Esquerra Unida pusieron su firma en sucesivas denuncias a la Fiscalía Anticorrupción, y su voz en los debates parlamentarios y las ruedas de prensa, para destapar la red mafiosa tejida por el sobrinísimo desde la gerencia del Hospital General. Un entramado de empresas familiares y testaferros que se extendía desde la cuna ribereña de los Blasco hasta Perú, Angola, República Dominicana o Guinea Ecuatorial.

Sergio Blasco dimitió el 27 de noviembre de 2014, dos horas después de que Esther López Barceló desvelara en el pleno de las Cortes Valencianas algunas de sus adjudicaciones irregulares y de sus “colaboraciones” internacionales. Previamente, la Fiscalía había profundizado en una de las denuncias hasta formular la oportuna querella en el juzgado. Otra fue sorprendentemente archivada. Desde entonces ha pasado mucho tiempo, durante el que se ha producido el ansiado cambio de gobierno en la Generalitat, Sergio Blasco ha continuado haciendo negocios interoceánicos y la justicia -ahora lo sabemos- ha seguido su pista.

Pero volvamos al principio.

-“Tamazula, ese es el hilo del que hay que tirar”, dijo una voz desconocida al otro lado del teléfono. Y colgó.

Ahí empezó el silencioso y audaz trabajo de Lucas Marco, asesor que ayudó a destapar otros casos de corrupción y que -él solito- desmadejó el ovillo de una trama con ramificaciones que implican directa y personalmente al propio Rafael Blasco. No se pueden contar -de momento- las distintas vicisitudes de su investigación, pero os aseguro que hay material para un buen guión cinematográfico. Por experiencia sé que para descubrir a los corruptos hace falta mucho trabajo de despacho, pidiendo y analizando expedientes administrativos de contratación, pero en este caso hubo también una importante labor detectivesca: llamadas anónimas, reuniones secretas, gargantas profundas... A veces hay que adentrarse en el corazón de la bestia para trazar el croquis de sus entrañas... y que la justicia haga el resto.

Por eso hoy es para mí un día de máxima felicidad, cómo lo fue el 26 de enero de 2016, cuando fueron detenidos Alfonso Rus y sus compinches. La labor de aquel fantástico grupo de diputados y asesores, en las Cortes y en la Dipu, se puede ilustrar con los nombres propios de sus integrantes pero también con los de los casos de corrupción que investigamos y denunciamos: Calatrava, Cotino, Fórmula 1, Nóos, Over Marketing, Sergio y Rafael Blasco, IMELSA (luego Taula), RTVV, Palau de les Arts... Lo siento pero siempre me olvido de alguno.

Es tristemente cierto que no tuvimos recompensa electoral, profundamente irritante que los medios -sobre todo, pero no sólo, los madrileños- sigan atribuyendo inmerecidamente nuestro trabajo a otros partidos -hoy ha vuelto a pasar-, y especialmente penoso el trato recibido de los usufructuarios de unas siglas por las que nos dejamos la piel y de las que ahora tratan de borrarnos -de la página web ya lo han hecho-; pero hay una satisfacción que compensa todos los sinsabores: ver detenidos, juzgados y condenados a esos chorizos indecentes del cilicio y la gaviota que saquearon las arcas públicas con tanta alegría y desvergüenza.

Por eso, esta mañana, al conocer la noticia de la detención de Sergio Blasco, una gran sonrisa ha ocupado mi cara mientras a los labios me venía una sola palabra: “¡Tamazula!”.

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