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Objetivo: causar a los dioses algunas molestias

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Releyendo algunos artículos de la desaparecida revista Archipiélago (nº 18-19, 1994, disponible en la Red) me llevan inevitablemente a las batallas de estos últimos cuarenta años en la lucha por la protección del territorio y del medio ambiente en nuestro País. Ese magnífico número reunió a quienes, para mí, han sido los principales referentes en el estudio crítico de los transportes en España.

En uno de esos artículos titulado Otra forma de pensar el transporte me reencuentro con Alfonso Sanz que cito porque viene a cuento estos días. Batallas perdidas y otras ganadas que nos llevan a preguntarnos, como hacía él entonces, “si todo el conjunto de esfuerzos prácticos e intelectuales realizados a contracorriente de las políticas y de la mentalidad dominantes han merecido la pena y si realmente han cambiado algún elemento significativo de la evolución previsible del sistema de transporte”.

En algún momento habremos de recopilar algunas de las batallas de estos últimos cuarenta años para extraer enseñanzas útiles y energías renovadas para seguir en la brecha. Porque “quizás la mejor virtud de quien quiera cambiar las cosas es evitar la desesperación ante la lentitud con la que efectivamente cambian, y aprovechar las batallas y sus descansos para mirarse y cambiarse a uno mismo”.

Qué les voy a contar después de tantos escritos, propios y ajenos, charlas y debates sobre los excesos de obras públicas de transportes para beneficios privados -un caso único en Europa por sus dimensiones - y en concreto sobre la incomprensible vigencia, todavía hoy, de la ampliación del puerto de València, respaldada por un Gobierno que  ya nos regaló en diciembre un lamentable espectáculo .

Alfonso cita el libro “La generación inquieta” (1974), de Patrick Rivers, periodista británico que divulgó brillantemente las consecuencias sociales y ambientales del transporte, en cuyo prefacio señala: «Cuando un puñado de personas ganamos el primer asalto contra los proyectos de construir una autopista que causaba graves perjuicios a la comunidad, comprendí que no eran irrevocables los efectos de la codicia y la insensatez: simplemente prosperaban porque frente a los mismos se adoptaba casi siempre una actitud pasiva».

Aquí en València podemos mostrar dos victorias históricas, como nos recuerdan hoy el Jardín del Túria y el Parque Natural de la Albufera, esta cumple ahora cincuenta años. Episodios que demuestran que se pueden encontrar “actitudes decididamente positivas y optimistas sobre la capacidad de modificación de los comportamientos individuales y las actitudes colectivas.”

Sin embargo, esa actitud pasiva también se ha dado en otros muchos casos, y solamente la decidida voluntad y capacidad de acción de algunos colectivos, en este caso la Comissió Ciutat-Port, ha conseguido remover las plácidas aguas de esta sociedad tan autocomplaciente y festiva, forzando (sin resultado) a exigir transparencia y participación, una obligación, insisto, que debió asumir desde el principio la Administración Pública.

Por eso es importante que respaldemos decididamente algunas movilizaciones en la calle, como la del próximo viernes día 31 de mayo, destinada a advertir que la inacción nos convertiría en la generación que celebró en 2024 la capitalidad verde europea mientras consentía atentados de graves consecuencias sociales y ambientales para nuestros sucesores, como es el caso de la ampliación portuaria. Un conflicto cuyo final no está escrito, aunque ya hay algo meridianamente claro: el relato lo han ganado los opositores.

Alguien dijo que “mientras los dioses no cambien, nada ha cambiado” y por ello hemos de causar a esos dioses algunas molestias.

A Vicent Torres, in memoriam.

Releyendo algunos artículos de la desaparecida revista Archipiélago (nº 18-19, 1994, disponible en la Red) me llevan inevitablemente a las batallas de estos últimos cuarenta años en la lucha por la protección del territorio y del medio ambiente en nuestro País. Ese magnífico número reunió a quienes, para mí, han sido los principales referentes en el estudio crítico de los transportes en España.

En uno de esos artículos titulado Otra forma de pensar el transporte me reencuentro con Alfonso Sanz que cito porque viene a cuento estos días. Batallas perdidas y otras ganadas que nos llevan a preguntarnos, como hacía él entonces, “si todo el conjunto de esfuerzos prácticos e intelectuales realizados a contracorriente de las políticas y de la mentalidad dominantes han merecido la pena y si realmente han cambiado algún elemento significativo de la evolución previsible del sistema de transporte”.