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Tocata y fuga de la izquierda o el Pacte del Botànic como nueva frontera

Podría haber sido un preludio, complejo y enrevesado sin duda, para una etapa de transición entre lo viejo y lo nuevo, pero se ha convertido en una tocata y fuga. No hay más que ver la encuesta publicada por eldiario.es para constatarlo. Los estridentes tonos de la tocata del PSOE, con ese complot interno que culminó en el derribo de Pedro Sánchez, han dado pie a la fuga masiva del electorado de izquierdas hacia el desencanto y la desmovilización, un estado de ánimo que socava a los socialistas, pero que también afecta a Podemos, mal que le pese a un Pablo Iglesias más interesado en ocupar la primera fila de la oposición que en articular alternativas viables al sistema.

Después de dos elecciones generales en pocos meses, a falta de que culmine el proceso con la vergonzante abstención socialista que ha de permitir renovar el mandato a Mariano Rajoy justo cuando el PP, como organización política, y un buen puñado de sus exdirigentes, se sientan en el banquillo por obscenos delitos de corrupción política, pretenden unos convencernos (y convencerse) de que van a tener la llave de un “gobierno parlamentario” que podrá imponer a Rajoy otras políticas, e intentan otros prolongar la fantasía de una ola de cambio que ya rompió contra la playa sin que su fuerza haya sido bien administrada.

Resulta inverosímil la pretensión de los flamantes gestores del PSOE de orientar por la senda de la “responsabilidad” política su rendición y despojarla de cualquier incondicionalidad, mientras contemplan en clamoroso silencio el espectáculo judicial de la Gürtel y las tarjetas black. Y resulta irritante la actitud “combativa” del líder de Podemos repartiendo amenazas de derribo (después matizadas) de gobiernos autonómicos de izquierdas, como si pudiera permitirse acabar de romper el juguete porque alguien, desde luego no los sufridos electores, le facilitará otro nuevo.

No se romperán los gobiernos de izquierdas porque eso equivaldría a regalarle al PP, no solo el poder en la Moncloa, sino en toda aquella parte de España que se rebeló en 2015 ante la corrupción, la prepotencia y la dureza con la que se ha desempeñado la derecha estos últimos años. Tampoco se romperá en Valencia el gobierno surgido del Pacte del Botànic por más que la líder valenciana del PP, Isabel Bonig, se desgañite profetizándolo.

Sin duda, el dirigente de Podemos en el País Valenciano, Antonio Montiel, no será quien contribuya a ello. En todo caso, su propósito es reforzar el Consell que encabezan el socialista Ximo Puig y Mónica Oltra, de Compromís, con la entrada de la formación morada. Sería el primer caso en España. Y digo sería porque los críticos con Montiel y con Àngela Ballester, la otra dirigente de referencia de Podemos en el País Valenciano, están en contra y no lo harán posible. Son jóvenes y ambiciosos. No quieren que Podemos se “domestique”. ¿Pero pasa por su cabeza la idea de dejar sin apoyo parlamentario al gobierno que representará, quiera o no, la nueva frontera entre lo viejo y lo nuevo? Resulta difícil pensar que Ferran Martínez, Sandra Mínguez, César Jiménez, Antonio Estañ y otros no sean capaces de ver que el pacto valenciano adquirirá, en el panorama tras el fallido año electoral, una importancia estratégica de primer orden. Y que reforzarlo debería ser una prioridad de todas las izquierdas.

Si alguna vez existe la posibilidad de un gobierno alternativo al del PP en España, tal como están las cosas, tendrá que parecerse en su composición al del Botànic. La “vía valenciana” vuelve a los prolegómenos del largo ciclo electoral, pero en un paisaje marcado por la derrota de una izquierda que no ha hecho viable en España su pluralidad. Será el gobierno valenciano también un adversario a batir para el PP. Y los temas pendientes, con la reforma del modelo de financiación autonómica como problema más acuciante, no son los más apropiados para un pulso de estas características. Mónica Oltra, como Compromís en su conjunto, hace ese análisis. Y por eso cierra filas.

Es verdad que Ximo Puig se ha alineado en el PSOE con un movimiento interno que, objetivamente, desemboca en el peor paisaje para el gobierno de la Generalitat que preside. A él, más que a nadie ha de parecerle un fracaso lo que ha ocurrido y lo que está por ocurrir en su partido. La esquizofrenia de su posición o, como mínimo, la discordancia entre sus motivaciones de dirigente partidario y de presidente de los valencianos complicará la libertad de movimientos que hará falta para lidiar con un Gobierno hostil, al que su propio partido habrá permitido continuar en el poder, y cuyo presidente tendrá realmente la llave ante un supuesto “gobierno parlamentario” que se niegue a plegarse a los requerimientos de “responsabilidad” que habrán facilitado su investidura. Sólo Rajoy decidirá cuánto dura la legislatura.