Después del dolor, la rabia estalla en Paiporta durante la visita de los reyes
Las nubes que volvían a ceñirse sobre Paiporta a primera hora de la mañana del domingo no prometían nada bueno. En la entrada del pueblo, por el norte, al lado del polígono donde el barro en algunos puntos sigue llegando al tobillo, unos vecinos la emprendían a gritos con dos agentes a caballo que les prohibían el paso por la vía principal, obligándoles a dar un rodeo por las naves para volver a sus casas, cinco días después de que la DANA convirtiera esta localidad en el epicentro de la catástrofe. Resignados, esquivando baches y coches, seguían su camino junto a cientos de voluntarios que venían andando desde la otra punta de Valencia, cruzando el puente que atraviesa el río Turia, convertido en un amasijo de fango. Muchos no entendían por qué se había hablado de restringir el acceso a la localidad. “Será por lo de los reyes”, decían algunos.
Otros ya los estaban esperando en la primera rotonda de esa calle, el Carrer de València, al lado del cordón preparado por la Casa Real para que la prensa pudiera grabar, fotografiar, contar la llegada al pueblo de Felipe VI y Letizia, acompañados por el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y el de la Generalitat, Carlos Mazón. Eran decenas, quizá un par de centenares, vecinos y vecinas, mezclados con voluntarios llegados desde Valencia y otros puntos del país. Y luego un grupo más reducido con vestimenta ultra, algunos con las caras cubiertas por bragas, parados en la acera de la intersección de la calle Valencia con Mestre Palau. Mientras la comitiva se hacía esperar, los ánimos se iban caldeando. “¡Que no nos avisaron! ¡Que la gente se hubiera salvado! ¡Que lo material nos da igual, pero cerrad los comercios! ¡Desalojad Paiporta! En el Mercadona han muerto mil personas”, decía una mujer con el pelo negro largo y los ojos marcados de cansancio que asomaban por encima de la mascarilla azul, como la que muchos llevaban este domingo por las calles del pueblo.
El Mercadona del que hablaba, y que ya no se llama así, es el Hiperber abierto este mismo año y que está a unos 50 metros de la rotonda, en la misma calle Valencia. En el garaje que este supermercado compartía con los vecinos del mismo bloque de viviendas se teme que quedaran atrapadas personas. Fue una cuestión de minutos.
Y así, en una cuestión de minutos, también la tensa espera de la llegada de los reyes se convirtió en un polvorín de gritos, lanzamiento de barro, palos y empujones.
El caos empezó hacia la una de la tarde, en cuanto los reyes, Sánchez y Mazón enfilaron la última parte de la calle Valencia, justo antes de entrar a la zona de la rotonda. El grupo con estética ultra, que primero había lanzado barro contra el cordón de la prensa, intentó deslizarse por el lateral hacia la comitiva forcejeando con la guardia civil que les paraba a manos descubiertas. Detrás venía gente con palas, lanzando gritos y barro.
– ¡Fuera! ¡Fuera!
– ¡Mentiroso! ¡Perro! ¡Hijo de puta! ¡Nos han vendido!
Los guardaespaldas del rey abrieron unos paraguas para protegerle mientras avanzaba junto al presidente del Gobierno y al de la Generalitat. Todos siguieron andando hasta que, ya en la rotonda, decenas de personas, gritando, entre empujones les pararon el camino. Instantes más tarde, Sánchez desapareció después de que lanzaran palos en su dirección, una acción reivindicada por un grupo de la galaxia de la extrema derecha. Mazón siguió algo más detrás de Felipe VI pero al rato también ya no estaba. El rey avanzó unos metros más, entrando entre la gente, hasta acercarse a hablar con un grupo de jóvenes que se habían encaramado sobre unos coches aún empotrados entre las plantas que decoraban la rotonda.
– ¡Coged una pala!
– ¡Asesinos! ¡Asesinos! ¡A qué habéis venido!
El monarca trataba de calmar los ánimos. El gesto serio pero firme y una expresión que, por momentos, hacía pensar que no se estaba dando cuenta de lo que, mientras tanto, estallaba a su alrededor. Y el peligro al que no solo él, sino los que se concentraban en la plaza se estaban exponiendo. Las carreras que se producían cuando el cordón de los agentes trataba de alejar la protesta se topaban con los restos de la destrucción y un suelo resbaladizo y traicionero.
El dispositivo de seguridad estaba lejos de ser el que otras veces se había visto en manifestaciones y protestas. Guardias civiles, municipales, Policía Nacional sin equipamiento antidisturbios ni cascos... Algunos admitían que nadie les había avisado de que algo así podía pasar. El tumulto pilló a los agentes desprevenidos, como si nadie se esperara lo que estaba ocurriendo ante sus ojos. Como si nadie hubiera calculado que, cinco días después de que en las calles de Paiporta se acumularan la desesperación y los muertos, una población al límite, con las almas partidas y los cuerpos doblados por el cansancio, pudiera hacer algo más que recibir a los reyes aplaudiendo y agradeciendo la ayuda de un Estado que sienten que llegó tarde, como tarde, tardísimo, llegó la alarma de ese martes en el que muchos lo perdieron todo.
– ¡A ti no te falta nada! ¡Ni a ti, ni a tus hijas!
Mientras el rey seguía tratando de acercarse a la gente, en el lado opuesto de la rotonda, una mujer increpaba a la reina que se llevó unos segundo las manos a las sienes. Fueron unos instantes eternos. Luego, con la cara descompuesta y manchada de barro, trató de recuperar la compostura para seguir hablando con una vecina a la que después cogió las manos en las suyas.
Ya había pasado más de media hora desde que habían aparecido en Paiporta y la foto de la llegada de las más altas autoridades del Estado era ya la de la rabia, después de días en los que la estampa había sido la de los ríos de voluntarios, del pueblo echado en la calle para remar todos a una.
“Las pruebas de solidaridad que hemos visto a lo largo de las últimas horas, de los últimos días, para dar respuesta a muchas de las angustias, necesidades y demandas de las vecinas y vecinos de las localidades afectadas son el mensaje que tiene que quedarse en el conjunto de la sociedad”, dirá después, a media tarde, el presidente del Gobierno en una comparecencia ya desde el Centro de Emergencias de la Generalitat Valenciana. “Al final, la mayor parte de la ciudadanía lo que quiere es la solución, compromisos por parte de las instituciones públicas y, evidentemente, lo que hacen es rechazar y marginalizar cualquier tipo de violencia que se pueda perpetrar como la que hemos visto en el día de hoy. Pero sí quiero trasladar que el Gobierno de España no se va a desviar de su principal objetivo, que es salvar vidas, recuperar los cadáveres de las personas que han fallecido y empeñarnos en reconstruir la provincia de Valencia y todas las zonas de España que se han visto afectadas. (…) No nos vamos a desviar pese a lo que puede suceder, pese a algunos violentos absolutamente marginales”.
“Hay que entender el enfado y la frustración de muchas personas por lo mal que lo han pasado, por la dificultad de comprender cómo funcionan los mecanismos y la operatividad de atender la emergencia”, dirá más tarde el rey. Había dejado ya Paiporta en un coche negro, después de haber vuelto andando por la calle Valencia parándose a hablar una y otra vez con los vecinos, entre gestos de calma y diálogos imposibles. “El Rey va a pelo, mamá”, le dijo una chica a su madre por el movil. Y era literal. El cordón de seguridad estaba desbordado.
Poco antes de subir al vehículo, una mujer se le acercó pidiendo, rogando, que no les abandonaran: “Les ruego, necesitamos ayuda, por favor”. Un voluntario que se había quedado a un lado de la calle sentado en una silla abandonada en el arcén, se levantó, se aproximó y le culpó por haber interrumpido con su visita las labores de la gente que había llegado para ayudar. “Llevamos todos dos horas parados aquí por ustedes”, le espetó. “Lo sé, lo sé”. contestó el rey. Después, la comitiva se fue y minutos más tarde la calle Valencia volvió a abrirse al paso de los camiones y de los vehículos que van y vienen desde el epicentro de esta tragedia.
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