Crónica Un mes de la DANA

València, año cero: un retrato tras la hecatombe

27 de noviembre de 2024 22:54 h

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“Cuando amaneció, cogí a tu madre y a tu tía de la mano, que tenían 6 y 13 años, y fuimos caminando durante horas por el barro hasta el barrio de Sagunto, donde vivían mis padres, a ver si estaban vivos y qué había pasado”. Carmen salió de casa y no reconoció su ciudad un 15 de octubre de 1957, tras unas inundaciones que dejaron 5 metros de agua en València y torrentes de 3.700 metros cúbicos por segundo en la capital (el mortal barranco del Poyo alcanzó en esta DANA menos, 2.228,9). Todos los adultos que vivieron aquello están muertos, pero dejaron en sus hijos (hoy llamados 'boomers') una honda impresión.

Lo que vivió Carmen es exactamente lo mismo que vivieron 70 años después más de 300.000 vecinos de l'Horta Sud, La Ribera, Utiel o Chiva cuando salieron de sus refugios tras el 29 de octubre de 2024, solos o de la mano con sus hijos, una fecha en la que los valencianos ponen de nuevo el contador a cero tras la devastación de una DANA anunciada. Sus riesgos fueron comunicados al Consell por cauces internos –habrá que ver qué fue mejorable y mejorarlo– y cacareados en redes sociales y televisiones durante todo el día, una ventaja tecnológica y masiva que no existió en 1957. En las fotos históricas que se conservan y las de anteayer, las mismas escenas de ciudadanos y voluntarios haciéndose cargo del fango y el lodo con sus propios instrumentos: palos, escobas, mochos improvisados con sábanas o trapos.

València cumple este viernes su primer mes de vida en una nueva era: la era d. D., después de la DANA. Si antes del día 29 de octubre se debatía sobre el exceso de turismo, el desbocado precio de la vivienda, la ausencia de un corredor ferroviario mediterráneo o cómo subir el valor añadido de una Comunitat estancada en los servicios, el día siguiente se pararon todos los relojes. Soterramientos de vías, zonas verdes, planes urbanísticos, subvenciones o regeneración de playas metidos en un cajón, donde tendrán que esperar hasta que a València le sobre algo de energía para algo que no sea “volver a antes del 29 de octubre”.

Los expertos avisan de que se saldrá, como en 1957, pero pasarán años. Entonces se construyó el pantano de Loriguilla y se desvió el cauce del río Túria a las afueras de la ciudad. Eso salvó el pasado mes a la capital, mientras se anegaban los pueblos que quedaron a la otra parte de esa muralla hídrica. En esta nueva arremetida está por ver a qué conclusiones y medidas se llega para mitigar el destrozo humano y material en el futuro.

El 29 de octubre llovió mal. No por uno, sino por dos sitios. Se acumularon lluvias brutales en la cabecera de un barranco seco, el Poyo. Cauce abajo se encontró con el cinturón metropolitano de l'Horta Sud muy poblado, donde ni llovía, y un millón de personas allí y en la capital hacían una vida tan despreocupada y rutinaria como siempre. Hasta que recibieron un desconcertante y tardío mensaje. Todo ese canal de vida arrancada no desemboca en el mar, sino en el Parque Natural de la Albufera, con competencia política tripartita (Ayuntamiento, Generalitat, Estado). Aunque aún no lo han descubierto, será otra batalla política.

El otro sitio donde llovió mal fue Utiel, en el río Magro, que la mañana del 29 ya se había desbordado y condenado a la muerte a 6 personas mayores con poca movilidad. Esa agua fue engordando hasta toparse con el embalse de Forata, a punto de romperse, y todas las localidades que viven a sus pies, en la comarca de La Ribera (Carlet, Alcúdia, Algemesí, Alginet). A mediodía, mientras Carlos Mazón comía y hacía una larga y extemporánea sobremesa en el Ventorro, dos brazos de agua cercaban la provincia de manera tan sorda como avisada por la Aemet, los trabajadores del 112, los alcaldes, la televisión À Punt y las redes sociales, que bullían de fotos y vídeos.

Ha pasado un mes y ya se puede llegar a la zona cero sin tener que aparcar tres kilómetros antes o caminar con botas por los arcenes de las autovías. La movilidad se ha recuperado y los suministros básicos como luz y agua también. El ministro Óscar Puente se ha convertido en carne de meme por la celeridad en reparar grandes vías como las que llevan a Madrid o Alicante y varias líneas de Cercanías. Pero sigue el fango, no llega el dinero, hay bajos puestos a orear sin rastro de lo que eran antes pymes y comercios. Los almacenes de donaciones luchan con sentido común, pero sin planes contra la desorganización (“antes de recoger hay que saber cómo lo vas a entregar”).

Los vecinos que se marcharon de sus casas inundadas –todos los que han podido porque las instalaciones eléctricas son peligrosas, hay edificios con riesgos estructurales o miedo a que los haya– se buscan la vida en casa de amigos y conocidos. Miles de niños esperan un colegio sin nada más que hacer que correr en un fango que empieza a acumular riesgos de infecciones. Casi todos empezarán, con suerte el año que viene, a estudiar en barracones en sus localidades. La Conselleria de Infraestructuras (que también se encarga de Medio Ambiente y Agua) ha anunciado que “empieza” esta semana a retirar los más de 120.000 coches arrumbados y desvencijados frente a las casas, un horizonte macabro que martillea la memoria todos los días en todos los vecinos y que sería un enorme peligro en caso de incendio.

En el año cero d. D. se han aprobado ayudas de manera rápida, aunque no se hayan recibido con la misma velocidad. El consorcio de seguros valora su parte, hay dinero a fondo perdido para la vivienda, muebles y negocios: 10.000 euros máximo para empresas que facturan menos de un millón de euros, la mayoría en la zona. Se han anunciado líneas de crédito convenientes. Pero habrá que ver si todo esto cubrirá lo que se perdió al 100%. Lo que es seguro es que no está llegando con celeridad: el dinero público cuesta y tiene sus controles y condiciones, pero hay quien no puede aguantar más, porque ha aguantado demasiado. También hay quien ha reabierto su negocio (los menos), y quien ha conseguido una normalidad relativa (porque perdió poco, porque tenía otro piso, porque el colegio de sus hijos no sufrió daños, porque tiene más conocidos y más contactos).

Llegados a este punto, con una nueva y odiosa anormalidad instalada y asumida en los supervivientes, tampoco hay dudas de que las desconfianzas entre dos administraciones que tienen distinto signo político (el Gobierno central, PSOE, tiene la mayoría del dinero y la autonomía, del PP, la mayoría de la capacidad de gestionarlo) han hecho tropezar el tiempo. Sobre todo, por la increíble respuesta tardía de la Generalitat en los primeros días: “Te encomiendo llevar a cabo estas actuaciones con celeridad y rigor”, pedía el martes Mazón a su nuevo y militar vicepresidente sobre el plan de recuperación. “Ara, mare”, que dicen los valencianos.

Enfrente, una ciudadanía desolada y espectadora de las horas que pasan, que intuye que tenía un gobierno autonómico más instagramer que consistente y que se sintió abandonada al ver que el Gobierno central no tomaba las riendas: se imponía la competencia y la lógica ejecutiva a la manifiesta incompetencia incomprensible de un Mazón noqueado en los momentos clave. La primera manifestación, de 130.000 personas en una ciudad de 800.000, dijo alto y claro que quien no avisó no puede gestionar el complejo futuro.

El president –que empezó la crisis muy institucional y moderado– fue mudando hacia las posiciones más agresivas de su jefe nacional, Alberto Núñez Feijóo. La quiebra de la confianza entre Gobierno central y autonómico se ha ido agrandando, con más volumen en las declaraciones cuanto más acechado se sentía el president del Consell y más evidente era para Madrid que el fracaso de Mazón es el fracaso de todos, porque así es percibido en la calle. En las zonas cero se empieza a imponer el 'antisistemismo' y no se hacen análisis sesudos sobre quién fue el responsable, se sobrevive. Cada vez más la respuesta, aunque pueda ser injusta, es “todos”.

Hasta de los militares se puede oír hablar regular ya en las zonas inundadas. Lo que ha quedado a salvo de crítica, además de un grupo de alcaldes y a la de Chiva le van a hacer moción de censura, ha sido la solidaridad de vecinos y algunos empresarios locales. Hay quien mandó sus camiones a la DANA en vez de seguir con su negocio, quien pidió vacaciones para ir a ayudar, bomberos y ciudadanos de todas partes de España. La generación Z, a pie de calle ayudando a los mayores. “Esto no lo vamos a olvidar”.

Ahora, esa misma ciudadanía entiende por experiencia que el cambio climático mata y la disputa política alarga las agonías. “Si hubieran sido del mismo partido, no estaríamos así”, se puede escuchar en la calle aunque no haga falta ni preguntarlo. Es una hipótesis a tener en cuenta. Como la de qué hubiera pasado si en vez de Mazón hubiera estado al frente su antecesora al frente del PP valenciano, Isabel Bonig, a la que dilapidó en dos días gracias a la implicación de Teodoro García Egea y Pablo Casado.

Si ha habido una revelación de estrategia política en esta tragedia es cuán presidencialista es Mazón y qué poco informado estaba su equipo, que se incorporó una semana después a la gestión de la emergencia sin datos ni información. Ni en las redes sociales ni en las reuniones, ni en comparecencias se ha visto un gobierno fuerte, sino a un presidente protagonista con tres asesores como actores secundarios y que no logra trabajar en equipo. Acaba de rechazar que haya presencia de alcaldes en el Centro de Coordinación de Emergencias (Cecopi) que gobierna el futuro de los municipios de esos mismos alcaldes.

El pasado martes, en la toma de posesión del teniente general al que se ha encargado sacarnos de esta, supimos que no hay un plan de reconstrucción todavía. Se sabe porque se lo acaban de encargar, como admitió en público el president. También supimos que Mazón, que vendió adelgazamiento del Consell y montó consellerias enormes muy difíciles de gestionar, ha eliminado los topes salariales para que el oficial en la reserva Gan Pampols no pierda salario. Para “captar talento”, justificó sin más.

Estos días se ha descubierto a un presidente frío, también en su discursos ante Les Corts donde no había ni perdón real ni humildad ni compasión (del latín sufrir con alguien), y con una oratoria más propia de “vivero de empresas” que de líder de una comunidad que necesita auxilio. Que se sepa, el president no visita la zona cero mas que cuando vienen los reyes y en alguna visita controlada y relámpago. Desde la primera semana y la “comida privada de trabajo”, Mazón y los suyos se han emboscado.

Aún no ha convocado una rueda de prensa con preguntas y hay que conformarse con los canutazos a correprisas a las puertas de los actos a los que va, prácticamente ninguno: de casa al Palau de la Generalitat y al Cecopi, adonde acudió este fin de semana por videoconferencia desde su ciudad, Alicante, donde tiene a su familia.

Lo de pasar los fines de semana en Alicante, la provincia de origen de buena parte del Consell, ahonda la mella de hartazgo en una ciudadanía que siente que su gobierno no le atiende suficiente y, a veces, le desprecia en declaraciones públicas. Como las de la consellera cesada Nuria Montes, parecidas en insensibilidad a las del conseller (no cesado) de Educación que, tras morir un operario en un colegio declarado en ruina reivindicó su derecho de no estar gobernando en domingo, sino pasando el fin de semana con la familia.

La olla a presión que es València –en la zona cero es ya contra todo, como comprobó en persona Margarita Robles tras aparecer en Paiporta con una actitud inoportuna– se va llenando de vapor y se convocan manifestaciones para derramar temores y enfados, como la del próxima sábado, cuando es previsible que la ciudadanía dé a Carlos Mazón el segundo toque a toriles. Ya no va de la comilona, ahora va de si es capaz, con sus fichajes y su currículum, de sacarnos de esta.

València está mucho peor de lo que sale en la tele, y eso que en la tele se ven barbaridades, tanto sociales como políticas. Como a un Feijóo este miércoles en el Congreso intentando con sorna (sobraba) e ironías (inapropiado) intentar limpiar de responsabilidades a su presidente autonómico, al mismo al que desautorizó, ha criticado por no estar en el Cecopi y ha advertido que no tolerará más errores. Desde entonces ha tolerado dos: la muerte de un trabajador que trabaja en un colegio en ruina y una 'fácil de explicar pero difícil de entender' posible subida de salarios para el Consell.

El presidente de Gobierno había anunciado en su intervención inicial en esa misma sesión otro paquete de 60 medidas, que incluye 10.000 euros a la compra de coches en una comarca que ha quedado condenada al autobús (otro asunto mal resuelto) o a caminar. Se calcula que la riada ha destrozado más de 120.000 vehículos, que fueron los icebergs más peligrosos de las inundaciones, dejaron casas y calles taponadas y ahora son un peligro al aire libre, muros de chatarra en descomposición.

El medio ambiente, ahora mismo, espera su turno, y tiene muchos números por delante de la cola. Primero las urgencias básicas y las personas. La pregunta es si luego no será demasiado tarde. ¿Se aprovecharán los fondos para un macroplan de transporte público y ciclista en una zona que es casi llana? ¿Dónde acabarán todos esos coches? ¿Por qué no se pusieron cubas para recoger lodos y se ha tenido que tirar al alcantarillado? Ahora que se tiran, junto a aguas fecales, al barranco del Poyo porque los sumideros no tragan, ¿qué pasará cuando acaben desembocando en la Albufera, que es ya un vertedero al aire libre? ¿Por qué han tenido que ir cuadrillas de voluntarios allí a recoger precariamente todo lo que depositó la riada? Un mes después, otra vez los voluntarios.

Sin una normalidad imperante todavía, hay que ponerse a construir paralelamente un nuevo orden. La recién creada Conselleria de Emergencias tiene el encargo de hacer un plan nuevo, pero sobre todo deberá asegurarse de que cumple y se conoce, que ha sido el principal problema en esta DANA.

Habrá que ensayar y mejorar la logística de la reconstrucción, priorizar, revisar planes urbanísticos, volver a levantar centros públicos, infraestructuras, viviendas y colegios. Habrá que construir una nueva cultura meteo, desterrar el negacionismo y la minimización de los peligros. Construir fuera de zonas inundables y hacer obras de ingeniería hidráulica para que, si vuelve a pasar (y pasará), destroce menos. Habrá, también paralelamente, que seguir gobernando, convocando oposiciones, gestionando hospitales, arreglando setos y carreteras. Habrá que hacer todo eso a la vez en muchos sitios durante muchos años. Habrá que acordarse cada 29 de octubre y cada 29 de octubre recordar a los muertos y dar las gracias a todos los voluntarios.

En el primer mes de la nueva era, València espera aún la normalidad, mientras se queja del abandono, pide responsabilidades y pone todo de su parte. Es importante hacerlo todo bien y salir mejores, para que los hijos de esta DANA no tengan que coger a los suyos un día de octubre de 2064 y decirles “poneos las botas, vamos a ver si están bien los abuelos”, como hizo un 15 de octubre de 1957 mi abuela Carmen.