En estos días, una coincidencia macabra, terrible, ha hecho que conmemorásemos el Día Internacional contra la Violencia de Género mientras dos pequeñas morían asesinadas a manos del maltratador de su madre. No he podido evitar que mi hijo, de la misma edad de la mayor de las víctimas, tuviese conocimiento de este suceso tan doloroso. No me sorprendió oírlo expresar su estupor, indignación y tristeza;lo que no esperaba fue lo que dijo tras escuchar comentarios sobre la violencia machista que se hicieron en televisión alhilo del suceso: “no sé por qué siempre hacen parecer que todos los varones somos malos. Pues yo no soy así y nunca lo voy a ser”.
Subyacen bajo estas palabras infantiles que me emocionaron una queja masculina que no sólo he oído de sus labios, sino también de los de adultos que observan con preocupación cómo los estereotipos de género también se les aplican a los hombres, enrareciendo el clima y dificultando la lucha por la igualdad que ellos también defienden.
Hace poco asistí estupefacta a un acto público en el que hubo una intervención de un hombre, una persona progresista y en absoluto machista. A pesar de ello, tras sus palabras, una mujer del público que se presentó cómo investigadora universitaria en temas de igualdad de género, le reprochó el uso de lenguaje sexista, pues a pesar de que el ponente había tenido cuidado de usar masculinos y femeninos allá donde la corrección política lo aconseja en los últimos tiempos, se le habían “deslizado” expresiones como “el espejo de Blancanieves” que había utilizado como metáfora de las personas que sólo quieren oír elogios,como la madrastra del cuento.
Me indignó, como mujer y como defensora que he sido, soy y seré a ultranza y en todas las esferas públicas y privadas de mi vida de la igualdad entre sexos, este feminismo corto de miras. También me sorprendió ver cómo este hombre se disculpaba, pues parece que los varones tuviesen que cargar de forma genérica con la losa de lo que parte de su género haya hecho contra los derechos de la mujer, como un pecado original que arrastraran por el hecho de haber nacido hombres.
Las administraciones están gastando recursos públicos en entidades que se dedican a leer la prensa en busca de lenguaje sexista para luego poner multas, como le pasó a un empresario andaluz que publicó una oferta de empleo en la que se pedían “informáticos”, por no especificar que el puesto se refería por igual a aspirantes de ambos sexos. No veo el mismo empeño en prevenir, perseguir y castigar las discriminaciones laborales de las mujeres que se quedan embarazadas, o que ya son madres, o que simplemente están bajo sospecha por el simple hecho de ser fértiles. Hay entrevistas de trabajo en las que te preguntan hasta si tomas anticonceptivos y de qué tipo, para determinar las probabilidades de que un embarazo tuyo fastidie su productividad.
Y si nos vamos al extremo más grave de la desigualdad, el de la violencia, hemos de preguntarnos: cuando siguen muriendo mujeres que tenían órdenes de alejamiento de su agresor o cuando los menores son objeto de la más terrible crueldad en forma de maltrato psíquico e incluso asesinato por falta de reformas legales y recursos para valorar convenientemente su situación de riesgo, ¿de verdad es tan importante que gastemos tiempo, saliva y dinero en ir contra la economía del lenguaje diciendo “maestros y maestras”, “alumnos y alumnas” o incluso miembros y “miembras” como la ex ministra?
La lucha para frenar la violencia contra la mujer (y contra los menores, y contra los ancianos, o contra cualquier hombre o mujer que se encuentre en situación de desventaja social por alguna situación) necesita reformas legales, más recursos económicos y humanos, más formación y mejores protocolos de prevención. En este asunto, lamentablemente, la Comunidad Valenciana está en cabeza, al ser la segunda autonomía en número de víctimas con orden de protección o medida cautelares en 2013.
Al cumplirse diez años de la Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género,asociaciones de mujeres, de jueces y organismos como el Observatorio contra este tipo de violencia aluden a la necesidad de avanzar en la protección a las víctimas. Uno de los cambios en los que se trabaja es considerar a los hijos menores como tales.
Las organizaciones de víctimas de maltrato hablan de la falta de medios que, según denuncian, han mermado desde el inicio de la crisis, lo que se traduce en una peor atención global y de una reducción importante de las órdenes de protección.Ya en 2010 el Sindicato Unificado de Policía advertía de la insuficiencia de los recursos para proteger a todas las mujeres en riesgo, como se comprueba con la vulneración de las órdenes de alejamiento.
En 2014 se han reducido las sentencias condenatorias y un 80% de las víctimas no denuncia. Amnistía Internacional España denuncia la persistencia de obstáculos para denunciar, las deficiencias en las investigaciones de oficio, la falta de protección a la víctima y los todavía “prejuicios discriminatorios” en el sistema de justicia.
El Observatorio cree necesario modificar la ley para ampliar las medidas penales y civiles, establecer nuevos tipos penales como el acoso en el marco de la violencia de género, y el ciberacoso, darle encaje legal a las pulseras GPS para los maltratadoresy mejorar las evaluaciones de riesgo que hace la Policía cuando se denuncia.
Asimismo, jueces apuntan a la necesidad de extender el concepto de violencia por motivos de género en las relaciones personales a las parejas homosexuales, como señala una Directiva de la Unión Europea de 2012.
Además de todos estos factores, es fundamental aumentar la prevención en forma de educación en la igualdad, desde la escuela, desde los medios y, muy importante, desde la familia. En este asunto de la concienciación de los jóvenes me dio mucho que pensar un programa que emitieron ayer mismo en televisión sobre la organización terrorista Estado Islámico.
Resultaba espeluznante conocer cómo chicas españolas, la mayoría ceutíes, se sumaban voluntariamente a las filas de la organización como parejas de los “combatientes” (que se creaban on line en una especie de siniestra web de citas) y cómo eran utilizadas para la satisfacción de los terroristas, para cuyo código, contra todo derecho humano, es lícito que una mujer sirva de esclava sexual a un número indefinido de soldados.
A algunos les puede parecer que el secuestro de niñas en Nigeria (a propósito, ¿qué ha sido del #BringBack OurGirls en la desmemoriada vorágine informativa?) es algo que pasa en otras partes del mundo, pero Ceuta está aquí mismo, es España. Igual que españolas son las numerosas jóvenes adolescentes que según las encuestas no consideran preocupante y toleran el acoso al que las someten sus parejas con conductas celosas, control de sus comunicaciones y relaciones personales, y ciberacoso.
Creo que el panorama es muy preocupante y hace urgente que dejemos a un lado las políticas superficiales del eufemismo y la corrección política para meterle mano de lleno a un problema que nos afecta a todos, hombres y mujeres.