La falta de perspectiva en la interpretación de los acontecimientos –provocada por la dinámica del cortoplacismo electoral- fomenta la toma de decisiones que hoy parecen una fuente de ahorro, cuando en realidad son una hipoteca más que habremos de acarrear. Una hipoteca en forma de una menor cualificación de las personas y, por lo tanto, de una mayor dificultad para que éstas alcancen sus objetivos vitales. Es ahora, en momentos de crisis económica, cuando con más énfasis conviene recordar que la cultura y la educación no son un lujo, sino aspectos de primera necesidad para construir la realidad presente y un futuro mejor. Quienes ostentan responsabilidades públicas deben de ser conscientes de que el arte contemporáneo no es un aderezo, ni un ornamento, y que su exhibición es algo más que un acto social: es una forma de transmisión de conocimiento, un modo de estímulo de la inteligencia colectiva.
Los creadores de hoy, con su trabajo, están ya escribiendo una historia que será valiosa para interpretar nuestro tiempo, démosles la posibilidad de cumplir con su servicio. ¿A qué modelo de sociedad y de ciudadanos aspiramos? Los excesivos recortes en cultura, justificados recurrentemente por la crisis, no solo dejarán entre nosotros una merma de oportunidades, sino que dará lugar a generaciones venideras sin la posibilidad de acceder a la riqueza cultural que nos es propia.
El camino por el que han optado algunas instituciones culturales públicas supone echar mano a colecciones propias y ajenas para cubrir sus programaciones expositivas, bajo la premisa del ahorro presupuestario. No estoy seguro de que esos movimientos garanticen una ventaja al respecto, pues suelen llevar aparejados otros compromisos económicos. De lo que no me cabe duda es que los recursos destinados a ese fin no están sirviendo para impulsar a los agentes artísticos y culturales que operan en la actualidad, que son quienes necesitan de los recursos y el apoyo público para sacar adelante sus investigaciones.
Recientemente se presentó el programa de exposiciones del Consorcio de Museos de la Comunitat Valenciana, en el que se agrupan por epígrafes las distintas propuestas a desarrollar durante el presente ejercicio. Lo llamativo del asunto es el volumen de proyectos dedicados a mirar al pasado, bajo la categoría de exposiciones conmemorativas, homenajes, exposiciones históricas, recuperación de artistas, retrospectivas, etc., que suponen alrededor del 75% de las exposiciones programadas. El interés desmedido de la institución por referirse a un tiempo pasado, ese que para algunos siempre fue mejor, lleva implícita la decisión política de estrangular el presente.
Por importante que fuera –que lo es- la aportación artística y cultural realizada por Sorolla, Benlliure, Pinazo o Blasco Ibáñez, el constante regodeo expositivo y el caudal de recursos que las instituciones públicas valencianas han destinado en esa dirección desde hace unos años, nos obliga a advertir que en un momento de carencias como el actual se hace urgente racionalizar el empleo de los presupuestos públicos para poder dar soporte a los creadores de hoy. Pues son éstos, los vivos, los que con mayor premura necesitan apoyo para sacar adelante sus producciones artísticas e intelectuales.
En los períodos de crisis económica se tiende cíclicamente a la confección de programaciones expositivas mucho más conservadoras, que vuelven su mirada a los creadores del pasado e invitan a abstraerse del presente para revivir glorias pretéritas. Con ello se produce una situación grave, pues por una parte la escasez de recursos hace que se produzcan generaciones “perdidas” y, por otra, la sociedad queda empobrecida a largo plazo, por haber renunciado hoy al patrimonio resultante de esos creadores a los que no se ha brindado el debido apoyo.
Mirando en exceso al pasado están haciendo que nuestro presente agonice. Ese será su legado.