La complicada historia de la tumba de Blasco Ibáñez, el escritor y político que quería reposar en una València republicana
“Quiero descansar en el más modesto cementerio valenciano, junto al Mare Nostrum que llenó de ideal mi espíritu. Quiero que mi cuerpo se confunda con la tierra de València, que es el amor de todos mis amores”. Esta es la leyenda grabada en la lápida del novelista, político y periodista valenciano Vicente Blasco Ibáñez (1867-1929), cuyos restos descansan en el antiguo cementerio civil de València. Pero este epitafio no fue el único de sus últimos deseos y si ahora saliera de su tumba puede que no dejara títere con cabeza al saber hasta qué punto se ha complicado su cumplimiento.
Actualmente, los restos de Blasco Ibáñez se hallan en un nicho de ese cementerio de València con una discreta lápida negra en la que se lee el mencionado epitafio. Pero esta semana se han iniciado los trabajos para lo que se prevé que sea ya su lugar de reposo definitivo, a un sarcófago esculpido por el artista Mariano Benlliure, amigo del escritor valenciano. Se trata de una ubicación definitiva en el Cementerio General de València que habrá tardado 93 años desde su muerte tras unos avatares que harían arder la sangre del autor de Cañas y barro.
Y es que Vicente Blasco Ibáñez, escritor de éxito universal en su época, murió el 28 de enero de 1928 en Menton, en la Costa Azul francesa, donde vivía desde 1921 en la villa Fontana Rosa (que evocaba su chalet de la playa valenciana de la Malva-rosa). Allí se autoexilió ante la instauración en España de la dictadura de Primo de Rivera durante el reinado de Alfonso XIII, y allí una neumonía acabó con su vida un día antes de cumplir los 61 años. Pero Blasco Ibáñez no tenía previsto que sus restos descansaran definitivamente en tierra francesa, donde fue enterrado con una senyera y una bolsa de tierra valenciana, sino que quería volver a Valencia para que fuera su morada eterna... aunque no antes de que España volviera a ser una república.
Este deseo del escritor se cumplió poco más de tres años después. La figura de Blasco Ibáñez no había sido olvidada por los políticos de la Segunda República y se formó un comité para cumplir el último deseo del escritor y político, coordinado entre el Gobierno del Estado y el Ayuntamiento de València. Finalmente, el retorno se produjo el 29 de octubre de 1933 a bordo del acorazado Jaime I, buque insignia de la Armada española. En el puerto, una multitud esperaba el regreso de los restos del hijo pródigo. También autoridades como el presidente de la República, Niceto Alcalá Zamora; el presidente del Gobierno, Manuel Azaña; el presidente de la Generalitat de Catalunya, Francesc Macià, y varios ministros. El cortejo paseó el féretro desde el puerto hasta la Lonja, en el centro de la ciudad, donde fue expuesto unos días, para ser conducido posteriormente a la sala de concejales del Cementerio General.
Pero el deseo de Blasco Ibáñez de descansar en tierra republicana duró poco más de cinco años, y de ellos casi tres fueron de Guerra Civil. Tras la guerra, hubo cuatro décadas de dictadura franquista y ya van 45 años de democracia con monarquía. Durante la dictadura se mantuvo la provisionalidad del nicho, ya que el mausoleo ideado por el arquitecto Javier Goerlich con el sarcófago de Benlliure no había sido terminado. Con ello el mausoleo se olvidó y el sarcófago pasó en 1940 al Museo de Bellas Artes, donde permaneció hasta el año 1998, en el que fue trasladado al claustro gótico del Convento del Carmen. En 2017, por petición del Consorcio de Museos de la Generalitat Valenciana, retornó al Museo de San Pío V. En los próximos días se trasladará el sarcófago para que pueda acoger los restos del escritor y que descansen en paz esperando el advenimiento de la tercera república.
Mobiliario religioso
A las contrariedades sufridas por la memoria del Vicente Blasco Ibáñez republicano hay que añadir las del propagandista anticlerical.
Elementos utilizados en su cortejo funerario en València en 1933 son ahora utilizados para ceremonias religiosas. Como esta semana explicaba La Vanguardia, dos pebeteros que acompañaron el acontecimiento de la repatriación de los restos son usados hoy como pila de agua bendita y como soporte de un dispensador de gel hidroalcohólico. Estos pebeteros, según explica el doctor en historia del arte y experto en la València republicana Néstor Morente, son de bronce y se confeccionaron expresamente para el cortejo fúnebre de Blasco Ibáñez. Tras este uso quedaron almacenados en el Cementerio General de València, donde los sacerdotes han hecho de ellos una utilización discrecional.
El Blasco Ibáñez crítico acérrimo de la Iglesia en libros como 'La catedral' puede que se haya revuelto en su tumba. Su nicho será abierto pronto.
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