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Ximo y Susana no son lo mismo

Dos veces dos, ha aupado Susana Díaz a Pedro Sánchez a la secretaría general del PSOE. Una, cuando le prestó bártulos y baluartes para que se impusiera a Madina. La otra, cuando se presentó como candidata en un proceso en el que hasta una escoba habría sacado más votos, no necesariamente avales, que ella, pues no se votó tanto por el que sí como por la que no. Digan lo que digan. Y empezar mientiéndose, otra vez, a uno mismo es un mal comienzo amigo Pedro.

“No quiero un partido cuyos dirigentes tengan, casi todos, muy poco 'background' profesional e intelectual. Que son endogámicos, han emergido del aparato y que no han hecho nada más en la vida que medrar en él”.

Con estas palabras, Josep Borrell describió el perfil laboral e intelectual de la inmensa mayoría de los cuadros orgánicos (algunos de ellos incluso presiden gobiernos) que perdieron el oremus, para después perder el congreso, con tal de matar a Pedro Sánchez. Y es que este es, sin duda, el argumento nuclear que explica el declive del principal partido de la izquierda de este país por encima de la crisis del programa político socialdemócrata. Por eso, cuando Pedro Sánchez rescate, cosa o pacte, que lo hará, con aquellos a los que tan certeramente Borrell señaló en su día, se reiniciará el ciclo autodestructivo del PSOE que el resultado del domingo solo ha dejado en stand-by.

Porque sí hay algo en lo que no mienten quienes reclaman con más histeria que honradez una unidad orgánica basada en la amnesia es en aquello de que “el PSOE no vive ningún proceso de debate ideológico”. Para poder abordar ese proceso serían necesarios un par de requisitos que, como ya señaló el exministro catalán, incumplen irremediablemente la mayoría de los actores principales de esta farsa. El primero tiene que ver con la capacidad y el segundo con la costumbre y los dos con la lectura. Vamos que va a ser que no.

La pura verdad es que, hasta el día de hoy, solo hemos asistido a una descarada lucha por el poder y la supervivencia económica de un grupo tan numeroso como influyente de cuadros orgánicos, eventualmente institucionales, para los que el PSOE hace ya décadas que dejó de ser un instrumento político para convertirse en una mutua de socorro laboral de la que se creen propietarios vitalicios y en consecuencia beneficiarios con carácter preferente.

Solo este diagnóstico explica lo inexplicable: la torpeza con la que el entorno del presidente Puig ha actuado en todo este asunto. Ximo Puig nunca necesitó posicionarse en este debate. Es más, en nombre de la responsabilidad institucional a la que tantas veces se ha encomendado, tenía la obligación de no haberlo hecho. Era pública y notoria la inclinación de una buena parte de su entorno político, consellers incluidos, por uno y otra candidata, lo que le servía en bandeja el rol de “reina madre”. Todo que ganar y nada que perder. Pero el aparato que le envuelve le transmitió su angustia y desesperación contaminando estúpidamente la estrategia política del President. ¿La razón?… Pues por que algunos saben, eso sí que lo saben, que no han llegado al Palau ganando elecciones. De hecho ha sido el peor resultado de la historia del PSPV el que les abrió hace dos años la puerta de sus despachos. Ellos han llegado ahí ganando congresos. Sin piedad, sin vergüenza, sin decencia si ha sido necesario. En su peculiar visión de la política el objetivo supremo nunca fue convencer, tampoco vencer. Su objetivo es y será siempre permanecer a toda costa.

Esta, y no otra, es la explicación de tanto absurdo y tanto bochorno vivido, leído y después “whatsappeado”. Por todo esto, en la sede del PSPV, de las tres encuestas que leyeron aquel sábado repleto de chutes de autoengaño, solo dieron crédito a las más inverosímiles obviando la única que sabían a ciencia cierta que les anunciaba lo que estaba por venir: los avales recogidos en su federación. Por eso, en el día más inútil para aquellos que no conocen el valor de la reflexión mandaron esos mensajes tan de su estilo de “O estás conmigo o estás contra Puig”. Por eso, mañana serán tan de Pedro Sánchez como el time-line de sus twitters les permita. Y si no pueden ser ellos lo serán sus hijos o sus hijas en función de las necesidades de la cremallera. La del pantalón no, la otra.

Algunos nunca aprenden. Y les entiendo, que conste. ¿Para qué cambiar con lo bien que les ha ido haciendo siempre lo mismo? Pero ahora que se gobierna bajo las siglas de este partido que se hunde, en mi opinión sin remedio, me permito reclamar que esta tarea, dure lo que dure, no debería hacerse sin el concurso de algunas virtudes esenciales como lo son la prudencia, la autocrítica y la más importante: la capacidad para asumir la discrepancia. No debería gobernarse sin la voluntad sincera de escuchar y buscar en la crítica ajena la mejor expresión de la lealtad. Nada de eso se ha visto en este proceso. Solo el eco de los que hacen de la alabanza el narcótico perfecto para medrar a costa del líder al que fingen servir, cuando en realidad solo se sirven a sí mismos con la peor de las traiciones: la burda mentira. Porque la verdad, lo miren por donde lo miren, es que Ximo y Susana nunca fueron lo mismo.