Hace 20 años, en los discursos de los políticos y en los medios de comunicación, se hablaba de Internet como el futuro, cuando en realidad, ya entonces, era el presente. En la actualidad el discurso ha cambiado y, cuando se habla del futuro, se menciona el Internet de las Cosas, la promesa de un mundo en el que todos nuestros objetos serán inteligentes y estarán conectados, haciéndonos la vida más fácil.
Una vez más, este futuro hace tiempo que está ya aquí, rodeándote, aunque no te des cuenta. El Internet de las cosas, también llamada IoT (Internet of Things) se refiere a los aparatos que se conectan a Internet sin necesidad de que haya una persona detrás. El primer dispositivo IoT fue una máquina de Coca Cola en la universidad Carnegie Mellon conectada en 1981 a través de Internet, que informaba de si había bebidas y si estaban frías. Desde entonces hay muchos ejemplos curiosos e hilarantes, como la silla de oficina conectada en 2009 que tuiteaba cada vez que alguien se sentaba en ella y dejaba escapar una ventosidad.
Hoy en día hay casi 5.000 millones de personas conectadas a Internet en el planeta, pero los seres humanos somos minoría. En 2022 se estima que hay 14.400 millones de dispositivos conectados a la red que actúan sin intervención humana, y que en 2025 se duplicarán hasta los 27.100 millones. La cantidad de información generada por estas máquinas también supera a la que producen los humanos, y en 2019 se estimaba en unos 20 Zetabytes (1.000 millones de terabytes), y llegará a los 80 ZB en 2025.
Siempre que se habla de Internet de las cosas, se suelen usar ejemplos como el frigorífico que hace automáticamente el pedido al supermercado cuando se termina la leche. Sin embargo, la mayor parte de las aplicaciones de esta tecnología se encuentran en la industria, en los servicios públicos y, en general, fuera de nuestra vista:
Aplicaciones industriales: el IoT está revolucionando la industria, y es el principal motivo de que se hable de la cuarta revolución industrial o la industria 4.0. Por ejemplo, en un almacén es posible colocar etiquetas a los paquetes que hacen que se cuenten a sí mismos y actualicen automáticamente el inventario de la empresa. También hay robots en plantas de ensamblaje que avisan a los robots del almacén cuando faltan piezas y activan a otros robots que las transportan. No es ciencia ficción, los almacenes de Amazon son un claro ejemplo de cómo esta tecnología ha llegado ya a nuestras vidas.
Movilidad y transporte: ahora que en muchas ciudades de los países avanzados se cierran al tráfico, cámaras conectadas leen la matrícula de quienes entran en las zonas restringidas y envían la sanción sin intervención humana. De forma menos dramática, el IoT permite funcionar a los carriles de pago automático de las autopistas, y a las empresas que alquilan coches por minutos.
- Energía: solo en Europa hay ya más de 150 millones de contadores inteligentes que registran automáticamente el consumo de agua o electricidad. Los sensores también permiten controlar de forma automatizada la red eléctrica y enviar más potencia donde es necesaria, evitando cortes.
- Comercio: es otro sector donde el cambio viene de la mano de las etiquetas. En la actualidad hay estanterías que muestran los precios en pantallas y permiten ajustarlos dinámicamente. El siguiente paso es colocar una etiqueta conectada (ELS, Electronic Shelf Label), la estantería del supermercado sabe lo que contiene y lo que falta, y puede solicitar una reposición. Las mismas etiquetas permiten salir de la tienda sin pasar por caja, ya que el sistema puede saber quién se ha llevado los productos y cargar automáticamente el importe en su tarjeta.
- Ciudades inteligentes: durante muchos años, el tráfico en muchas ciudades modernas ha sido caótico. Acontecimientos excepcionales, como un partido de fútbol, hacen que la programación de los semáforos deje de ser eficiente. Los nuevos sistemas de tráfico analizan en tiempo real los atascos y regulan los semáforos y los carriles reversibles de las autopistas para aliviar la circulación. También controlan el alumbrado público, el suministro de agua y los residuos.
- Salud: es uno de los sectores en los que se espera un mayor crecimiento, y que más promete, tanto desde el punto de vista del ahorro de costes como en la mejora de la atención. Los sensores biométricos, como las actuales pulseras, pueden medir la frecuencia cardíaca, temperatura, presión arterial e incluso niveles de glucosa en sangre. Esto permite controlar las constantes de personas enfermas sin necesidad de hacerlas pasar por una consulta, y actuar automáticamente cuando se detecta un problema.
- Logística: si los almacenes tienen paquetes conectados que saben en qué estantería están, en la actualidad los puertos trabajan con contenedores conectados, que permiten gestionar no solamente los contenidos, sino cuál es el mejor momento para cargarlos en los buques de acuerdo con las condiciones meteorológicas. Empresas como DHL ya trabajan con paléts conectados, que facilitan el transporte por tierra.
- Agricultura de alta tecnología, o Smart Farming, permite que en una plantación se repartan sensores de temperatura y humedad que permiten que los sistemas de riego y distribución de fertilizante actúen automáticamente en aquellas plantas donde sean necesarios. Cada sensor y cada válvula de riego están conectadas a Internet. También se pueden poner sensores a las cabezas de ganado para saber dónde se encuentran y dirigirlas a distintas zonas de pastos.
- Edificios: cuando un edificio dispone de ventanas o persianas conectadas se pueden instalar sensores que las abren o cierran para aprovechar mejor la luz solar, proporcionar sombra o dejar pasar la corriente. En los edificios públicos y de oficinas estas estructuras conectadas pueden suponer grandes ahorros de energía.
La próxima vez que pidas a Alexa que apague la luz del salón, recuerda que estás en minoría.