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Cerveza y vino sin alcohol, ¿qué otros ingredientes presentes en ellas debes tener en cuenta?

Martín Frías

2 de noviembre de 2024 22:48 h

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Durante años se ha propagado la idea de que el alcohol con moderación no era peligroso para la salud, o incluso podía tener beneficios. Seguramente habremos oído decir que por una cerveza o una copa de vino al día “no pasa nada”. Pero la ciencia no entiende de opiniones ni costumbres, y los últimos estudios han venido a aguar la fiesta (sin ánimo de hacer un chiste).

En un estudio publicado por la revista médica The Lancet, los investigadores llegaron a la conclusión de que el nivel más seguro de alcohol era cero. En otras palabras, incluso el consumo moderado, considerado como menos de 14 copas por semana, causa daños, especialmente en el cerebro. Esa cerveza diaria hace disminuir tanto la materia gris como la materia blanca, donde se encuentran las conexiones entre las neuronas. 

El alcohol también tiene un papel en la ganancia de peso. No solo por las calorías que aporta, sino porque interfiere con la absorción de nutrientes y puede llevar a que se acumule la grasa visceral, alrededor de los órganos internos, y que aumente el riesgo de padecer obesidad y enfermedades cardiovasculares.

Sabiendo esto, y por otros tantos motivos, no es de extrañar que muchas personas hayan decidido pasarse a las bebidas sin alcohol o que, directamente no hayan contemplado en ningún momento su consumo.

La cerveza y el vino sin alcohol

La cerveza sin alcohol se inventó en los años 70, sobre todo por el endurecimiento de las restricciones de consumo de alcohol durante la conducción. Existen dos métodos principales de preparación: el primero consiste en detener la fermentación antes de que el alcohol se desarrolle por completo, utilizando levaduras especiales y controlando la temperatura. El segundo es eliminar el alcohol de la cerveza ya fermentada, ya sea mediante destilación al vacío, ósmosis inversa o calentamiento. Estos procesos permiten mantener el sabor característico de la cerveza, aunque con menor intensidad. 

Las primeras cervezas sin alcohol tenían un sabor extraño que se compensaba añadiendo azúcar. Las más modernas utilizan métodos secretos y patentados que preservan mejor las propiedades y el sabor, pero que en esencia se reducen a los métodos anteriores tras la fermentación.

En el caso del vino la complejidad de los compuestos que se desarrollan durante la fermentación son los que dan carácter y aroma, así que la fabricación de vino sin alcohol es un desafío aún mayor. Su fabricación comienza como la de un vino tradicional, mediante la fermentación del mosto de uva. Una vez que el vino ha fermentado y madurado, se emplean de nuevo técnicas como la destilación al vacío o la ósmosis inversa para eliminar el alcohol. La destilación al vacío permite extraer el alcohol a bajas temperaturas, preservando la mayoría de los aromas y sabores del vino. La ósmosis inversa, por su parte, separa las moléculas de alcohol del vino a través de una membrana semipermeable.

Qué le quitan y qué se queda en las bebidas sin alcohol

Una bebida sin alcohol siempre es una mejor opción para la salud que la misma bebida con alcohol. Aparte del daño que producen incluso las cantidades moderadas de alcohol, las bebidas sin alcohol ayudan a reducir la cantidad total de alcohol que se consume en una semana.

Aun así, hay que tener en cuenta que, en la cerveza y el vino sin alcohol, no se elimina el alcohol por completo. La cantidad es, sin embargo, muy pequeña, entre el 0,0% y el 0,5%. No obstante, un estudio encontró que un 30% de las cervezas sin alcohol estudiadas superaba este límite de 0,5%, y que podían llegar hasta el 1,8%. 

Tampoco desaparecen las calorías. Aunque el alcohol es muy calórico (7 calorías por gramo frente a 4 del azúcar), en el caso de la cerveza también hay presentes carbohidratos de la cebada o el trigo. Una lata de cerveza normal tiene entre 130 y 150 kcal. Si retiramos el alcohol, se rebaja hasta las 70 kcal.

Uno de los mitos más extendidos es que la cerveza sin alcohol produce más gases. La cerveza es una bebida carbonatada y como ocurre con todas, el gas disuelto puede provocar eructos o sensación de hinchazón. Sin embargo, un estudio de la Universidad Complutense de Madrid en el que se compararon los efectos de la cerveza con y sin alcohol comprobó que no había diferencias ni en gases ni en reflujo gástrico. Más bien al contrario, la cerveza sin alcohol puede ser beneficiosa para la microbiota intestinal.

¿Y el vino? Si no se trata de un vino dulce, que contiene azúcar y es más calórico, sino un vino seco, con un 13% de alcohol, una copa tiene unas 150 kcal. Sin embargo, se rebajan a unas 30 kcal al eliminar el alcohol, ya que el vino apenas contiene carbohidratos. 

Como siempre, hay que tener en cuenta que las calorías de las bebidas alcohólicas a menudo se suman a la comida que las acompaña, y en el peor de los casos esta se compone de aperitivos, cacahuetes, aceitunas y otros productos muy altos en grasa y calorías.

Otro posible riesgo viene del hecho de que la cerveza y el vino sin alcohol son bebidas muy conseguidas, y se parecen demasiado a las originales. Las personas que sufren de adicción al alcohol pueden encontrar que disparan el deseo de consumir la versión alcohólica.