Chirimoya en tus platos: cómo sacar más partido a esta fruta de invierno cargada de propiedades

Son varias las frutas y verduras que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en alimentos que sean interesantes desde el punto de vista nutricional. Pero hay una fruta en particular en la que, de forma injustificada, no solemos pensar: la chirimoya. ¿Qué es en realidad esta fruta y en qué se diferencia de otras? 

Dentro de la gran familia de frutas exóticas con importantes propiedades nutricionales como el lichi, la chirimoya es una fruta muy particular. Estamos frente a una fruta de especial apariencia, en forma de corazón y de tamaño similar al pomelo, con una piel verdosa en la que aparecen impresiones de pequeños pétalos de flores ovalados superpuestos que recuerda a la piel de un reptil; un interior blanco de textura carnosa, blanda y de sabor dulce, y con pequeñas semillas negras con las que tendremos que tener cuidado, cuyo sabor recuerda a una mezcla de piña, mango y fresa. 

Originaria de América tropical, los Andes peruanos y las montañas del Ecuador, esta fruta es muy completa y delicada a la vez. Y destaca también por tener numerosos beneficios nutricionales para nuestro organismo, sobre todo durante estos meses de invierno, que es cuando esta fruta está en su máximo esplendor.

Propiedades nutricionales de la discreta chirimoya

¿Qué tiene la chirimoya que sea tan especial? Cuando hablamos de las propiedades nutricionales de esta fruta debemos resaltar que, en comparación con otras frutas, la chirimoya destaca por su contenido en carbohidratos, constituidos principalmente por azúcares simples como la fructosa, la glucosa y sacarosa, lo que hace que estemos frente a una buena fuente de energía: se calcula que una chirimoya de unos 200 gramos proporciona poco más de 170 calorías. 

Aunque estamos posiblemente frente a una fruta con un mayor aporte calórico que otras, no puede considerarse un alimento calórico. Gracias a este aporte de glucosa y fructosa estamos frente a una fruta fácil de digerir, un beneficio sobre todo para aquellas personas que tienen una mala absorción de fructosa. 

Pero no acaban aquí los beneficios. La chirimoya también es una buena fuente de vitamina C, un antioxidante que refuerza el sistema inmunitario y ayuda en la formación de colágeno, huesos y dientes. Esta presencia también interviene en la formación del hierro de los alimentos. 

También es rica en fibra, lo que ayuda a mejorar el tránsito intestinal y múltiples alteraciones y la convierte en una fruta muy saciante. Además, contiene pequeñas cantidades de vitaminas del grupo B como la B1, la B2 y la B3, así como minerales como calcio, hierro y fósforo. Este último nos ayuda para la formación ósea y dental y beneficia a nuestro cerebro al ayudar a nuestras neuronas a comunicarse entre ellas. 

La chirimoya también es una interesante fuente de potasio, un mineral imprescindible para la transmisión y generación del impulso nervioso y para la actividad muscular, así como para ayudar a relajar los vasos sanguíneos y, en consecuencia, a reducir la presión arterial. El potasio, además, ayuda a regular los electrolitos y la función cardíaca y a eliminar los calambres musculares. Otros minerales que tendremos si consumimos chirimoya son calcio y hierro y, en menor medida, manganeso, zinc y cobre.

La chirimoya, en cambio, es pobre en grasas y proteínas.

Cómo introducir la chirimoya en la cocina

Existen más de cincuenta especies de chirimoya. Según la Fundación Española de la Nutrición (FEN), la más común en el mercado es la gris, que tiene un aspecto un poco oxidado; las rosas o rojas son más grandes; y las verdes, con un sabor más dulce y una textura interior más espesa. Ahora es uno de los mejores momentos para disfrutar de esta fruta, ya que es típica de los meses más fríos de invierno cuando podemos disfrutar de su máximo sabor y de sus propiedades nutritivas.

Algo que debemos tener en cuenta es que la chirimoya se debe consumir cuando está completamente madura, es decir, cuando el color de la cáscara cambia de verde claro a verde oscuro o amarillento y cuando la fruta pesa. Si compramos una chirimoya que esté demasiado dura y que aún no está madura podemos dejarla madurar a temperatura ambiente: la piel se oscurecerá y empezará a ablandarse si la presionamos con los dedos, de forma similar a como madura un aguacate.

Solo si ya está muy madura, la chirimoya es mejor guardarla en la nevera si no vamos a consumirla de inmediato porque las bajas temperaturas nos ayudarán a detener el proceso de maduración. 

La chirimoya no necesita ni grandes ni complejas preparaciones culinarias. La pulpa interior blanca y cremosa se suele consumir cruda, simplemente cortando la fruta por la mitad y, tras eliminar las semillas porque son tóxicas, saborear con una cuchara para sacar la pulpa. 

Pero también podemos incorporarla en infinidad de recetas, sobre todo para elaborar postres como mermeladas, helados, budines o rellenos de tartas. También podemos añadirlas a recetas de bebidas para añadir un delicioso sabor afrutado a todo tipo de cócteles, batidos y jugos o sorbetes.

Para ello, antes deberemos lavarlas y pelarlas, cortarlas en trozos y triturarlas y añadir a un almíbar que ya habremos preparado antes, calentando la mezcla. Una vez fría, podemos añadir un poco de zumo de limón, batirlo de nuevo todo junto y poner en el congelador, removiendo de vez en cuando.

Podemos usar también la chirimoya para elaborar purés de verduras y cremas calientes, ya que combina muy bien con otros alimentos como la calabaza, el puerro o la chirivía. O podemos incorporarla a las ensaladas de fruta, los yogures y los bizcochos porque, como hemos comentado, es en la repostería donde la presencia de esta fruta suele brillar más gracias a su textura cremosa y suave, que permite que se integre bien en este tipo de preparaciones.