Uno de cada cien niños, según las estimaciones de los especialistas, padece de algún trastorno del espectro autista (TEA). Y una de las claves para su tratamiento consiste en el diagnóstico precoz. De hecho, según enfatizaron los responsables del proyecto Trastornos del Espectro Autista en la Unión Europea (ASDEU, por sus siglas en inglés) en su última reunión, realizada en 2016 en el Reino Unido, tanto la detección precoz como la intervención temprana son los “aspectos más relevantes” sobre los cuales se debe trabajar.
Sin embargo, pese a los esfuerzos, los mismos expertos destacaron que la edad de detección sigue siendo “muy tardía” en las regiones donde no existen programas específicos para identificar las distintas formas de TEA, y que los servicios para su tratamiento en muchos sitios también son muy deficientes. Por ello, es importante difundir y remarcar los síntomas y señales de alerta que pueden indicar, incluso en bebés muy pequeños, la existencia de uno de estos trastornos.
Señales de alerta de los trastornos del espectro autista
Entre las principales características de los TEA se pueden mencionar dos: por un lado, problemas en la comunicación e interacción social en diferentes contextos, y por el otro, comportamientos repetitivos y reticencia a los cambios en la vida cotidiana. Esto hace que, con mucha frecuencia, estas personas necesiten ayuda en su día a día.
Más allá de esos dos grandes síntomas, los TEA se manifiestan de una gran cantidad de maneras, incluso antes del año de vida. La Asociación Española de Pediatría (AEP) ha enumerado una larga serie de señales de alerta, clasificadas en función de la edad del niño.
Entre las que se pueden advertir antes de los doce meses, las que más hay que tener en cuenta son:
el niño pocas veces o nunca dirige la mirada a otras personas.
no expresa anticipación cuando va a ser cogido en brazos por otra persona.
no muestra interés en juegos interactivos simples, como el “cucú-tras”.
hacia los nueve meses de vida, no expresa ansiedad ante la presencia de extraños.
A partir del primer año, aparecen otras posibles señales:
el niño no responde a su nombre.
no muestra objetos ni señala para pedir.
tampoco mira hacia donde otros le señalan.
el contacto visual es escaso.
no imita de manera espontánea.
no emite el típico “balbuceo social” con el cual los bebés hacen como si conversaran con los adultos.
Y desde los 18 meses se suman nuevos posibles síntomas:
dificultades para seguir la mirada de los adultos.
manifiesta un retraso e incluso regresiones en el lenguaje (habla menos que antes o deja de hacerlo).
no muestra interés por sus hermanos o por otros niños.
utiliza pocas expresiones para compartir el afecto positivo.
carece de juego simbólico.
Por supuesto, ninguna de estas características o conductas es un síntoma evidente de un TAE, pero sí pueden ser puntos de partida que ameriten una consulta con el pediatra.
Preguntas y respuestas para evaluar el riesgo
No existe un estudio clínico específico a partir de cuyos resultados se pueda afirmar de manera rotunda si un niño tiene o no un TEA. Por ello, lo que hacen los profesionales es indagar sobre el comportamiento del pequeño en su ambiente natural, sobre todo -según apuntan los expertos de la AEP- en cuanto a su aspecto motor (cuándo empezó a sostener la cabeza erguida, a sentarse, a hablar, etc.) y a la interacción social (cuándo comenzó a hablar, a comunicarse por gestos, etc.).
El cuestionario que los pediatras realizan con mayor frecuencia es la Lista de Verificación del Autismo en Niños Pequeños, más conocida por su acrónimo en inglés CHAT (Checklist for Autism in Toddlers). Se pide a los padres que respondan (“sí” o “no”, son las únicas opciones) en función de cómo el niño actúa normalmente. El examen especifica que “si el comportamiento no es el habitual (por ejemplo, solo se lo ha visto hacer una o dos veces) conteste que no lo hace”.
En su versión más extendida, el cuestionario consta de 23 preguntas, entre las cuales hay seis consideradas clave:
¿Muestra interés por otros niños y niñas?
¿Suele señalar con el dedo para indicar que algo le llama la atención?
¿Suele traerle objetos para enseñárselos?
¿Puede imitar o repetir gestos o acciones que usted hace? (por ejemplo, si usted hace una mueca él también la hace)
¿Responde cuando se le llama por su nombre?
Si usted señala con un dedo un juguete al otro lado de la habitación, ¿dirige su hijo la mirada hacia ese juguete?
Si dos o más de estas seis preguntas tienen respuesta negativa, o si al menos tres de las 23 respuestas se consideran un fallo, el profesional tendrá elementos para sospechar un riesgo concreto de TEA. No son, desde luego, un diagnóstico definitivo, pero representan un punto de partida. Todas las preguntas del CHAT se pueden consultar en la Guía de práctica clínica para el Manejo de Pacientes con Trastornos del Espectro Autista en Atención Primaria, editada por el Ministerio de Sanidad.
La edad en que aparecen los síntomas
Queda claro entonces el interés de los expertos por bajar todo lo que se pueda la edad de detección los síntomas de TEA. De hecho, hay estudios científicos que han probado cuestionarios breves (se responden en cinco minutos o menos) para padres de bebés de un año, en busca de señales de alerta. Pero, más allá de eso, muchos especialistas han señalado los 18 meses como una edad clave para su hallazgo.
Ángel Rivière, uno de los grandes estudiosos españoles de este problema, describió en un artículo algunas de las características que aparecían una y otra vez en los informes elaborados con la información proporcionada por los padres de niños con TEA. En general, hablan de un desarrollo normal hasta la mitad del segundo año de vida. A esa edad, comienzan a “inquietarse por la ausencia de lenguaje expresivo y falta de respuesta al receptivo, y por la existencia de rituales”.
En ese punto, el año y medio de vida, es cuando a menudo aparecen las señales ya citadas: el niño pierde las palabras que decía, deja de mirar a las personas y cuesta establecer contacto visual con él, y sus rituales son cada vez más fijos e inflexibles: colocan sus juguetes en un determinado orden una y otra vez, no admiten productos de marcas diferentes a los que se habitúan a consumir, usar un mismo plato en la comida y en la cena, etc.
Es fundamental estar atentos ante estas conductas. A menudo, muchos padres, sobre todo los primerizos, las ven como simples particularidades del pequeño, o dejan pasar un tiempo “a ver si se le pasa”. La experiencia para los padres es difícil: ser testigo de la diferencia entre un niño con TEA y el resto “es duro, genera ansiedad, miedo y preocuparación”, apunta la guía Un niño con autismo en la familia, editada por el Ministerio de Trabajo y la Universidad de Salamanca y destinada a familias que han recibido un diagnóstico de TEA para su hijo. Pero cuanto antes se dé ese diagnóstico, más pronto quedará de lado la angustia de la incertidumbre y se podrán poner manos a la obra para que la vida de ese niño sea cada día mejor.
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