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Cinco motivos para reintroducir las clases de cocina en los colegios

Hubo un tiempo en que saber cocinar era obligación de toda mujer y por tanto se enseñaba en las escuelas femeninas. Fue un tiempo bochornoso y terrible en el que las mujeres eran consideradas seres inferiores y esclavas del hogar, y que condicionó la vida de nuestras abuelas, nuestras madres y quizá también de nuestras parejas y hermanas.

Con la democracia las clases de cocina, costura y otras asignaturas de género se eliminaron y se igualó la educación para todas y todos, centrada en aspectos más técnicos e intelectuales. Sin embargo, ¿qué hubiera ocurrido si en lugar de eliminar las clases de cocina para las chicas las hubiéramos extendido también a los chicos y las hubiéramos mantenido como asignatura obligatoria fundamental?

Tal vez vez no habría sido una idea tan descabellada a tenor de los cinco beneficios que se especifican a continuación.

1. Fomentar la igualdad de género desde la infancia

Por mucho que las clases de cocina se eliminaran de la escuela, en las casas la brecha de género se siguió conservando pues estaba en la mentalidad de padres y madres. El resultado es que en muchas familias solo cocinan las mujeres porque los hombres no saben. O viceversa: cocinan los hombres por que las mujeres, por reacción a sus madres, se negaron a aprender a cocinar.

Si las clases de cocina se hubieran conservado y extendido a ambos géneros, tendríamos hoy varias generaciones de hombres que no podrían esgrimir la excusa de que no saben cocinar para no ayudar en casa en las tareas y dejarlas en manos de sus mujeres. La cocina doméstica y gris -no la artística- se ha considerado generalmente cosa de mujeres; si los hombres hubieran tomado clases ya no sería así. 

2. Ser conscientes del despilfarro global de comida

La reinstauración de las clases de cocina en las escuelas es una de las sugerencias que da Tristram Stuart en su libro 'El despilfarro: el escándalo global de la comida' (Alianza Editorial) para concienciar de nuevo a la gente del valor de los alimentos y de su capacidad para reconvertirlos en comida aún cuando ya no parecen aprovechables. Para Stuart, la cocina familiariza con el origen de los productos y conciencia de su coste, valor y posibilidades, así como de que para mucha gente son una privación.

También ayuda a aprovechar al máximo todo tipo de subproductos que de otro modo van directos a la basura, aumentando el derroche global; tal es el caso de la casquería animal y los descartes vegetales. En cambio si no sabemos cocinar, los consideramos un producto de consumo más, del que desconocemos su origen y su valor: un modo de seguir despilfarrándolos.

3. Optar por una alimentación más saludable

Son varios los estudios que ponen de manifiesto que aprender a cocinar a un nivel bueno nos hace tomar conciencia de la necesidad de alimentarnos de una forma saludable, al conocer el valor nutricional de los distintos productos. Está demostrado que las personas que cocinan habitualmente y poseen conocimientos medios o altos en este campo, se alimentan de una forma más saludable que aquellas que no saben freír ni un huevo. De este modo recuperar las clases de cocina en el colegio puede ayudarnos mucho en la batalla contra la obesidad infantil.

4. Mantener la tradición cultural oral de recetas que ahora se está perdiendo

Hay toda una cultura, la llamada “de las madres y las abuelas”, que se pierde cuando rechazamos aprender a cocinar, por mucho que la cocina en el pasado haya resultado un lugar de discriminación y estigma para las mujeres -“las mujeres en la cocina y con la pata quebrada”, decían los 'atapuercos' de la época-.

Esta cultura puede parecernos irrelevante así a primera vista, pero luego pagamos cifras astronómicas en los restaurantes para que una o un chef reputado nos cocine las recetas de la abuela. Reflexionemos sobre esta contradicción: lo que antes hacía la abuela hoy nos cuesta un ojo de la cara, y solo porque nadie nos enseñó...

5. Ganar autonomía respecto a la manipulación mediática en el consumo

Las personas que cocinan suelen comprar el género ellas mismas, o piden a los que lo compran unas determinadas calidades, ya que conocen la materia que trabajan. No se conforman con cualquier cosa y casi siempre van más allá de lo que dicen las etiquetas y las triquiñuelas de las empresas para manipular nuestra decisión de compra. Un consumidor formado es un consumidor más independiente y más difícil de engañar.

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