Buena parte del bienestar de nuestros ojos depende del tipo de luz a la que los exponemos, tanto en casa como en el trabajo. Sin embargo, los ojos no son algo en lo que solemos pensar a la hora de elegir nuestras opciones de iluminación. Y es que, cuando hacemos planes para amueblar, decorar o construir una casa, ¿en qué momento del proceso consideramos las fuentes de luz y sus efectos en nuestros ojos? Seguramente muchos de nosotros diremos que casi nunca.
No le prestamos atención, pero el tipo de luz que usamos y al que estamos expuestos con mayor frecuencia afecta al ambiente y también a nuestra salud ocular. ¿LED, fluorescentes, halógenas? ¿Qué hacen estas fuentes de luz a nuestros ojos?
Cómo funciona el ojo y cómo responde a la luz
Antes de hablar de los tipos de luz debemos pensar en cómo funciona el ojo. La luz es una forma de radiación electromagnética que el ojo humano puede ver. Viaja en ondas, que transportan energía que hace que todo sea visible. Si miramos cualquier cosa y en cualquier lugar ahora mismo, notaremos distintos tipos de fuentes de luz. Y es el iris, la parte coloreada del ojo, el que actúa como principal defensa del ojo contra la luz. En concreto, son sus músculos los que expanden o contraen la pupila para controlar la cantidad de luz que llega a la parte posterior del ojo.
Cuando los rayos de luz intensos llegan al ojo, el iris responde contrayendo la pupila, protegiendo así la retina y ayudándola a procesar mejor la imagen. Lo contrario ocurre con poca luz; entonces el iris dilata la pupila para permitir la entrada de la mayor cantidad de luz posible.
Otra parte fundamental del ojo y que también tiene que ver con la luz es la retina, una capa de tejido sensible a la luz que trabaja para convertir los rayos de luz en imágenes y que está protegida por el cristalino frente a las distintas intensidades de luz extremas. La retina funciona de manera similar a como lo hace una película en una cámara ya que convierte los rayos de luz en impulsos, que envía al nervio óptico a través fibras nerviosas.
Cómo afecta la luz a nuestra salud visual
Una iluminación no adecuada en potencia o en enfoque, o cambios bruscos de la intensidad de la luz, también puede dañar nuestros ojos. Por ello, conocer y saber qué tipo de iluminación es mejor para nuestros ojos es fundamental para garantizar el bienestar de nuestra visión.
La luz artificial está formada por luz visible y radiaciones ultravioletas (UV) e infrarrojas. Existe la preocupación de que los niveles de emisión de algunas lámparas puedan ser dañinos para los ojos. Pero, ¿cómo funcionan los diferentes tipos de iluminación?
Bombillas incandescentes cálidas
Las bombillas incandescentes suelen tener un filamento metálico dentro de un tubo de vidrio y usan electricidad para calentar el metal hasta que se ilumina. Son las bombillas tradicionales, usadas durante muchos años, pero cuya fabricación y uso está prohibidos en la Unión Europea desde el año 2012.
Pero seguramente todavía nos quede alguna bombilla de estas, cuya luz suave y cálida es agradable a la vista –además hace que el espacio parezca más acogedor– porque los colores que se ven con este tipo de iluminación incandescente son similares a los que se verían con la luz del sol. Es habitual que recurramos a este tipo de luz en casa, en la sala de estar, el comedor o el dormitorio porque nos ayuda a estar más relajados. Este tipo de luz emite menos rayos ultravioleta en comparación con las blancas brillantes.
Iluminación LED
Una luz LED es un diodo emisor de luz que produce una banda estrecha de luz visible cuando una corriente eléctrica lo atraviesa. Se trata de una fuente de luz común de iluminación artificial y pantallas electrónicas porque son eficientes y resistentes, motivo por el cual su uso se ha ido generalizando en los últimos años. Este tipo de luz contiene un semiconductor que emite luz visible cuando una corriente eléctrica fluye a través de él. Este semiconductor es el que determina el color de la luz.
Sin embargo, según esta investigación, algunas personas con enfermedades que las hacen fotosensibles afirman que las lámparas de bajo consumo, que van sustituyendo las incandescentes, empeoran sus síntomas.
Aunque las luces LED artificiales para interiores pueden emitir más luz azul, no suponen un riesgo cuando se usan de forma responsable. Aunque sí tiene una particularidad y es que la luz azul tiene una longitud de onda corta y alta energía, lo que significa que se dispersa más fácilmente en el ojo que otros colores. Esto puede provocar deslumbramiento, lo que puede resultar incómodo y dificultar la visión.
Luces halógenas
Este tipo de iluminación emite una luz más blanca y puede exponernos a más radiaciones de luz ultravioleta que las bombillas antiguas. Este tipo de bombilla incandescente produce luz calentando un filamento dentro de una carcasa de vidrio. Este filamento se calienta mucho cuando la electricidad lo atraviesa, lo que produce calor y luz que después se refleja en la superficie interior de la carcasa de cristal.
Si usamos este tipo de iluminación en un espacio cerrado o cerca de superficies reflectantes es recomendable no mirarlas directamente durante mucho rato.
Algunos modelos no se pueden fabricar ni vender en la Unión Europea desde septiembre de 2018, cuando entró en vigor la normativa que persigue favorecer el uso de tecnologías LED más eficientes y sostenibles.
Fluorescentes
De color blanco brillante y frío, emiten la mayor cantidad de radiación ultravioleta. Aportan un tipo de iluminación cenital, es decir, aquella que se sitúa sobre nosotros, y es común en oficinas y cocinas. Además de que suelen tener un efecto activador, según un estudio publicado en American Journal of Public Health, este tipo de luz emite la mayor cantidad de radiación ultravioleta. En la misma línea, otra investigación determina que una exposición excesiva a este tipo de luz podría aumentar el riesgo de sufrir problemas oculares como cataratas.
Otro estudio determina que la iluminación cenital que procede de los fluorescentes puede provocar sequedad, visión borrosa e irritación ocular.
Luz natural
La luz del día a día, que cambia en función de si hay sol o no, es con la que solemos sentirnos más a gusto y la que menos daña nuestra visión. Tener una buena dosis de luz natural cada día nos ayudará a cuidar mejor de nuestra salud visual ya que forzamos menos la vista. Es importante, en la medida que sea posible, incrementar el uso de luz natural.
Y, aunque el sol emite los mismos rayos ultravioleta sobre los que acabamos de advertir, también es cierto que muchos cristales de las ventanas son resistentes a los rayos UV, lo que significa que la luz que se cuela no es dañina.
Cómo conseguir una iluminación sana para nuestros ojos
La luz llega a nuestros ojos no solo de las bombillas, sino también del sol, los ordenadores y los teléfonos móviles. Además de elegir la iluminación adecuada, debemos prestar atención a otros aspectos como:
- Proteger nuestros ojos del sol con gafas cuando estemos al aire libre.
- Evitar mirar la televisión en una habitación oscura durante mucho tiempo.
- Mantener los ojos hidratados parpadeando con frecuencia.
- Ajustar la configuración de visualización de la pantalla del ordenador, cuyo brillo debe ser cercano al ajuste ambiental. La luz fría o azul tiene una longitud de onda corta que provoca más fatiga visual. Desde la Sociedad Española de Oftalmología (SEO) recuerdan que, según el TFOS Lifestyle and Ocular Surface, no hay evidencia científica de que las gafas con filtro para luz azul eviten la fatiga ocular, por lo que no es necesario usarlas.