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¿El fabricante de tus zapatillas o la petrolera dueña de tu gasolinera plantan árboles? ¿La aerolínea con la que te vas de vacaciones te ofrece la posibilidad de cancelar las emisiones de tu vuelo pagando un poco más para, de nuevo, plantar árboles?
No se trata solo de “ecopostureo” o de un lavado de cara de las operaciones industriales más contaminantes. Detrás hay un programa internacional de compensaciones de emisiones.
¿Cómo reducir las emisiones?
Los líderes mundiales recurrieron a la idea de un mercado de carbono: particulares, empresas y países podrían comprar créditos de carbono para compensar sus emisiones de gases de efecto invernadero, invirtiendo en proyectos cuyo resultado es la eliminación de carbono de la atmósfera como la reforestación, el desarrollo de energías renovables o la mejora de la eficiencia energética. Esto se llama compensación de carbono.
Plantar árboles y preservar ecosistemas es imprescindible si queremos sobrevivir en este planeta. Pero cuando se ofrece como moneda de cambio para reducir las emisiones de carbono, su principal objetivo, no funciona por sí solo.
El mundo se enfrenta a un dilema en el que se juega la supervivencia de una buena parte de la humanidad. Las emisiones de carbono a la atmósfera en forma de gases de efecto invernadero están calentando el planeta y provocando sequías, pérdidas de cosecha, fenómenos atmosféricos extremos y destrucción de ecosistemas a un ritmo acelerado.
Por otro, los combustibles fósiles, los principales causantes del desastre, son necesarios para el funcionamiento de la economía y la supervivencia de miles de millones de personas. La transición a formas de energía más limpias no puede ser inmediata.
Las compensaciones de carbono suelen medirse en toneladas métricas de CO2 equivalente (CO2e) y pueden comprarse y venderse en mercados de carbono, que pueden ser voluntarios, donde las entidades optan por compensar sus emisiones para cumplir objetivos de sostenibilidad o mejorar su imagen pública, y de cumplimiento, donde están obligadas a compensar una parte de sus emisiones por ley.
Los mercados de carbono nacieron con el protocolo de Kyoto, en vigor desde 2005, que introdujo los mecanismos del mercado de carbono y el mismo año se lanzó el Sistema Europeo de Comercio de Emisiones (EU ETS), el mercado de carbono más grande del mundo.
Cada Estado Miembro de la UE tiene un plan de asignación de derechos de emisión que es como una cesta de gases de efecto invernadero para centrales eléctricas y otras fuentes.
Para cumplir el plan, cada central puede reducir sus emisiones, o comprar derechos de emisión. Es decir, compensaciones. Esencialmente, pagar para seguir contaminando igual.
Los árboles son la forma más eficaz que conocemos de retirar carbono de la atmósfera, y esto incluye tanto plantar nuevos árboles como preservar los que hay. En los últimos 50 años, el mundo ha experimentado un alarmante aumento de las tasas de deforestación, que han pasado de 100.000 kilómetros cuadrados al año a 160.000, según datos de la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO).
Esta aceleración se ha debido a la continua expansión de la tierra para la agricultura, así como al cambio climático y al calentamiento global, lo que incluye el aumento de los incendios forestales.
Esto quiere decir que es necesario plantar árboles en todo el mundo únicamente para remplazar los que se pierden, una tarea que ni gobiernos ni empresas acometen.
Según Pedro Zorrilla Miras, portavoz de cambio climático de Greenpeace España, “la captura puede ser importante en el futuro, ya que siempre son más positivos los escenarios en los que esta se incluye. Pero los efectos del calentamiento se notan veinte años después de emitir los gases; ahora seguimos emitiendo más que hace 20 años y el CO2 se sigue acumulando”.
Y añade: “No podemos hacer trampas, las moléculas de CO2 no entienden de intercambios”. Por si fuera poco, los programas de compensación sobreestiman la cantidad de CO2 retirado hasta en un 80%, como se pudo comprobar en California en un estudio reciente.
Un árbol recién plantado puede tardar hasta 20 años en capturar la cantidad de CO2 calculada por el sistema de compensación de emisiones. Tendríamos que plantar y proteger un gran número de árboles durante décadas para compensar siquiera una fracción de las emisiones mundiales.
Incluso entonces, siempre existe el riesgo de que estos esfuerzos se vean anulados por las sequías, los incendios forestales, las enfermedades de los árboles y la deforestación.
Cuando los árboles mueren, se talan o se queman, el carbono atrapado vuelve a la atmósfera. Existe un riesgo elevado de que los árboles plantados para compensar emisiones de carbono se conviertan en una fuente de emisiones, en lugar de un sumidero, si desaparecen antes de tiempo.
Esto es lo que ocurrió el año pasado en el incendio de la provincia de Zaragoza que arrasó 14.000 hectáreas, y que se originó en los trabajos de reforestación de una empresa dedicada, precisamente, a plantar árboles para compensar emisiones.
Las cuentas no salen
Además, es imposible plantar suficientes bosques en el mundo para compensar las emisiones de CO2 actuales. Cada año emitimos a la atmósfera 32.000 millones de toneladas de CO2.
Los bosques del planeta absorben 2.300 toneladas al año; un árbol absorbe 10 kilos al año como media en una vida de 20 años. Según los cálculos del MIT, serían necesarios 200.000 millones de árboles. Los investigadores advierten de que no hay suelo suficiente y, además, tardarían décadas en absorber CO2 de forma eficiente.
Tampoco hay suficientes sumideros de carbono que sean capaces de retirar el carbono de la atmósfera: el suelo absorbe un 25% de las emisiones totales, y en los océanos, el fitoplancton absorbe otro tanto (aunque esta capacidad se está reduciendo por la acidificación).
Los experimentos que se han realizado para capturar el CO2 durante la emisión (por ejemplo, al salir de la chimenea de una central térmica) y enterrarlo, solo han conseguido eliminar unas pocas toneladas a un enorme coste.
Las compensaciones de emisiones no sirven para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero porque, por definición, no reducen las emisiones, solo las compensan.
La única forma de reducirlas efectivamente es recortar las emisiones en su origen, especialmente eliminando el uso de combustibles fósiles. Plantar árboles debería ser una medida que se sume a la reducción de emisiones, no que solo sirva para seguir emitiendo.
¿Hay alternativas? La reducción de las emisiones es el camino adecuado para Zorrilla: “La pelea entre países para ver quién reducía más tenía sentido hace 30 años cuando la solar y la eólica eran más caras, pero ahora son las fuentes de energía más baratas. En España tendríamos que competir para ser energéticamente independientes con renovables lo antes posible. No tiene sentido económico ni social invertir en comprar gas y petróleo a otros países”.
Zorrilla resalta la importancia de los efectos de la desigualdad entre los países ricos que plantan árboles para poder contaminar más, y los países pobres que no tienen recursos para hacer una transición energética y a quienes se les pide que conserven sus ecosistemas.
“Tendrían que ser inversiones adicionales, no sustitutivas, invertir para proteger las selvas con ayudas a fondo perdido, no en forma de préstamos como se conceden ahora, y siempre con mecanismos de control para que se cumplan los objetivos”, sugiere.
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