Las cápsulas de café contaminan, pero: ¿son los otros sistemas menos sucios?
Parece un caso evidente y cerrado. Con las cápsulas de café, los consumidores pagan más y contaminan más a cambio de la comodidad de disfrutar de una taza de café espresso pulsando un botón. Porque ese es, en esencia, el modelo de negocio de las cápsulas.
Las cápsulas de café tienen mala fama medioambiental. Se han extendido por Norteamérica y Europa, y están empezando a hacerse populares en China y Corea del Sur. Se estima que las cápsulas desechadas en todo el mundo suman más de medio millón de toneladas al año.
Las típicas cápsulas de aluminio de la marca Nespresso son notablemente difíciles de reciclar, ya que están rellenas de café molido, que hay que retirar antes de poder reciclar el envase.
Por otro lado, son tan pequeñas que los centros de reciclaje no suelen disponer de maquinaria para procesarlas. Aunque existen programas de reciclaje específicos para cápsulas, lo cierto es que se reciclan muy pocas.
La propia compañía Nestlé confirma que solo un 32%, y estas cifras están sin verificar. Los análisis confirman que una gran parte termina en los vertederos o incineradoras. Por este motivo, las cápsulas de polipropileno no compostable son aún más contaminantes que las de aluminio.
La nueva regulación europea de 2022 obliga a los fabricantes a que sus envases sean reciclables y a que se hagan cargo de todo el proceso de reciclado antes de 2035. La sorpresa es que, aunque se regulen las cápsulas, el café sigue siendo una gran fuente de emisiones de gases de efecto invernadero.
Del grano a la taza, una gran huella de carbono
La cápsula es solo una pequeña parte de las emisiones que causa tomar una taza de café, según los últimos estudios que han trazado el coste para el medio ambiente, desde las plantaciones hasta la cafetera de casa.
Algunos estudios sugieren que cosechar, empaquetar y hacer el café son los procesos que consumen más energía. La preparación de esta bebida por parte del consumidor es responsable del 30% de las emisiones, según un estudio, mientras que un 55% corresponde al cultivo.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que las cápsulas se fabrican con aluminio o plástico virgen, por motivos de seguridad alimentaria, y estos materiales tienen un gran impacto medioambiental por sus emisiones durante su fabricación y su difícil reciclado, sobre todo si se comparan con una cafetera de filtro, de émbolo o la típica cafetera moka.
Aquí también hay disparidad de resultados. Un comentado estudio canadiense llega a la conclusión que el café con cafetera de filtro es menos sostenible que con cápsulas.
Según los cálculos de los investigadores, los usuarios de las cafeteras de filtro usan más cantidad de café y además las dejan encendidas para mantener la jarra de café caliente. En comparación, las cafeteras de cápsulas utilizan menos electricidad, menos café y menos agua.
Los mismos autores matizan sus resultados en un artículo publicado en The Conversation. Aunque el café de cápsulas es más eficiente energéticamente, sus usuarios tienden a consumir más tazas de café al día cuando las usan, precisamente por su comodidad, con lo que los efectos podrían anularse.
Por otro lado, el impacto en el consumo eléctrico de hacer café tiene mucho que ver con la forma en la que se produce electricidad. En el caso de Canadá, en unas regiones hay centrales de carbón, con enormes emisiones, mientras que otras obtienen su energía de centrales hidroeléctricas, sin huella de carbono.
Los análisis coinciden en un punto: no tiene sentido responsabilizar a los usuarios de las emisiones de las cápsulas, cuando se fabrican de tal modo que su recuperación es laboriosa y compleja.
Las cápsulas compostables, hechas de fibras de caña de azúcar, bambú o papel, y que simplemente se tiran a la basura orgánica, son una posible solución.
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