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Qué son las microesferas de plástico y cómo empeoran nuestra vida

Imagen: Thegreenj

Jordi Sabaté

Si somos de los que usamos pasta de dientes 'granulosa', tenemos tres veces al día microesferas plásticas en la boca. Si nos hacemos peelings con frecuencia, es posible nos estemos pasando por la cara estas bolas microscópicas. Si tenemos lavavajillas, la probabilidad de que usemos pastillas detergentes con microesferas de plástico es bastante alta.

En los tres casos su uso se justifica por su eficaz efecto abrasivo sobre la suciedad; en los tres, también, las microesferas irán a parar al desagüe y de ahí a la red de tratamiento de aguas, como gran parte de los residuos domésticos. Sin embargo, a diferencia de otros de mayor tamaño o menor inercia química, pasarán incolumes por los tamices de retención de sólidos y las balsas de decantado.

También resistirán los tratamientos químicos y la acción de las bacterias que oxidan la materia orgánica: su destino será los ríos y finalmente el mar. Se trata de millones de estas partículas que se caracterizan por su minúsculo tamaño y por flotar en suspensión en el agua, inalterables ante cualquier cambio químico. Sin embargo, no son inofensivas, ya que esta misma resistencia a la degradación las hace especialmente peligrosas.

Numerosas especies marinas pueden confundirlas con alimento o sencillamente aspirarlas e introducirlas en su tracto digestivo, donde se van acumulando. En el primer caso está el zooplacton marino, que se ha comprobado que puede ingerir y acumular partículas de plástico microscópicas. En el segundo se sitúan las ostras, almejas, mejillones, etc. Ambos casos son especialmente preocupantes porque estas especies forman parte del estrato basal de la cadena trófica marina.

Contaminando la cadena trófica

Es decir que numerosos animales se alimentan de ellas y así incorporan las microesferas a su aparato digestivo. Si posteriormente estos animales son ingeridos por otros mayores, estos depredadores acumularán las microesferas en su tracto intestinal y se cree que también en el hígado, aumentando, entre otros, el peligro de obstrucción intestinal.

Pero este no es el único peligro que traen consigo las microesferas, que se calcula que en algunas zonas pueden presentar concentraciones de hasta 4.000 partículas por metro cúbico, tal como sucedió en una medición en el Acuario Municipal de Vancouver (Canadá). Su similitud con el alimento distrae a muchas larvas marinas de su verdadera fuente de nutrintes, con lo que disminuye la eficiencia alimentaria de numerosas especies, cuyas poblaciones pueden bajar por ineficacia nutricional.

Por otro lado, su composición a base de desarrollos sintéticos -polipropileno (PP), tereftalato de polietileno (PET), polimetilmetacrilato (PMMA), o nailon- las hace muy resistentes, pero también capaces de formar asociaciones de atracción eléctrica con contaminantes químicos orgánicos como por ejemplo los pesticidas, a los que pueden servir de vector para moverse por los ríos, desde su filtración en el subsuelo, y que luego pueden liberar en el mar. De ahí podrían pasar a los peces y luego a la alimentación humana.

Prohibición en Estados Unidos y Reino Unido

Pero más allá de sus efectos perniciosos constatados, y muchos otros que todavía no se conocen, las microesferas constituyen un serio un problema de contaminación física de zonas fluviales y marinas, donde las partículas de plástico microscópicas pueden incidir en temas como la turbiedad del agua, impidiendo que esta alcance la temperatura y luminosidad adecuada para el desarrollo de la vida.

También preocupa un rápido retorno a la cadena alimentaria humana, tal como refleja una reciente publicación de Greenpeace titulada Plásticos en el pescado y el marisco. Esta organización ha tildado a las microesferas de “bomba de relojería ecológica” y ha publicado un ranking de los niveles de uso de microesferas por parte de las principales multinacionales de higiene y cosmética. De hecho, Estados Unidos prohibe desde enero de este año su uso en la industria.

También el Reino Unido lo ha prohibido, un veto que entró en vigor el pasado añoel pasado año, especialmente después de que saltaran las alarmas por la elevada contaminación por microplásticos del río Támesis. En la Unión Europea por el momento no existe ningún proyecto legislativo en este sentido.

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