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Taquipnea: cuando el estrés nos sale por la boca

Foto: Pixabay

Jordi Sabaté

Del trabajo a casa y de casa al trabajo. Pero primero pasando por el colegio de los niños, por el supermercado, la farmacia, el gestor, el médico para recoger unos análisis… La vida urbana actual con sus exigencias y ritmos frenéticos, nos marca una pauta que se se mezcla con las incertidumbres de la vida adulta, arroja como principal resultado una sola palabra: estrés.

Y este estrés tiene como consecuencia la subsiguiente ansiedad, que es un estado físico de alerta constante, como cuando nos sentimos amenazados por algún peligro. En tales casos nuestro sistema fisiológico se activa secretando determinadas hormonas como el cortisol y la adrenalina, que ponen en marcha procesos inflamatorios y aceleran las sinapsis nerviosas, provocando una aceleración de numerosas funciones, entre ellas la respiración.

En un estado real y primario de alerta -por ejemplo imaginemos que nos persigue una fiera y debemos ponernos a salvo- lo primero que hacemos es correr y tener los músculos en tensión total, por lo que nuestro organismo precisará de un aporte de oxígeno extra para mantener el ritmo. En tal caso hiperventilaremos, respirando muy rápido para llenar la sangre de oxígeno, que será rápidamente consumido. Esta es la razón de que hiperventilemos cuando tenemos un susto o nos sentimos en peligro: aportar un chute de oxígeno por si hay que salir por patas o saltando tapias.

Pero, ¿qué pasa cuando esta sensación de peligro es del tipo difusa y subconsciente? Sería la que se da cuando sentimos que si por la mañana no espabilamos, no llegamos a una reunión importante con un cliente, o a la junta de la AMPA o que a última horas perdemos el metro o el bus, etc. Ese ir con prisa tan característico de la vida urbana también lo interpreta el cuerpo como una continua sensación de alerta y por tanto ofrece su respuesta respiratoria, que si bien no es una hiperventilación, sí es una aceleración de la respiración normal.

Taquipnea: síntomas

Este fenómeno se llama taquipnea, y es un aumento sensible de las veces que respiramos por minuto, que normalmente suelen estar entre diez y dieciséis, pero que en estos casos superan las veinte. Además, en la taquipnea la respiración torácica no es profunda, no llena completamente los pulmones para luego vaciarlos del todo, sino que se queda en superficie, como si diéramos muchos pequeños sorbitos en lugar de dar un trago largo a un vaso de agua.

Como consecuencia de la taquipnea, introducimos en la sangre más oxígeno (O2) del que realmente necesita quemar nuestro organismo y expulsamos más dióxido de carbono (CO2). De este modo, rompemos el equilibrio normal de la sangre en cuanto a estos dos gases, haciendo que el pH sanguíneo aumente de modo notable; la sangre se alcaliniza.

La alcalinización de la sangre es un fenómeno con importantes consecuencias, que aunque no son graves resultan muy molestas:

  • Mareos: sentimos una especie de sensación de vértigo, de que se nos va la cabeza y perdemos equilibrio.
  • Visión borrosa: otra consecuencia es que nos cuesta enfocar la vista, debido a que la alcalinización introduce distorsiones en la conducción de la señal del nervio óptico al producirse un desequilibrio iónico por el pH alto.
  • Hormigueo e hipersensibilidad en extremidades: especialmente en las yemas de los dedos de las manos, y por el mismo motivo neurológico que en el caso de la visión borrosa: el desequilibrio iónico en las neuronas causa distorsiones sensoriales; en este caso hipersensibilidad.
  • Calambres: es posible que suframos calambres recurrentes debido de nuevo al desequilibrio iónico producido por la subida del pH, aunque en este caso se trata de los iones que regulan la contracción muscular.
  • Sensación de frío o de sofoco: de nuevo se trata de una alteración perceptiva.
  • Palpitaciones o temblores.
  • Sensación de ahogo: es el propio cuerpo el que en un esfuerzo por regular de nuevo el ritmo respiratorio ordena a la musculatura encargada que lo descienda. Como consecuencia sentimos que nos cuesta respirar, lo cual nos crea una cierta sensación de angustia que alimenta todavía más el síndrome.

Cómo combatir la taquipnea

La taquipnea es una aceleración inconsciente de la respiración, es decir que es algo que hacemos sin darnos cuenta: no lo controlamos y la mayor parte de las veces nos daremos cuenta de que la sufrimos repasando los síntomas arriba descritos e identificándolos como nuestros. En este sentido, la mejor alternativa es tomar consciencia de que la sufrimos y a partir de ahí tratar de controlar nuestra respiración.

Un dato nada casual es que una de las aplicaciones más usadas de los relojes digitales es la que pauta periódicamente la respiración; nos dan una idea de lo extendido que está el fenómeno. Podemos utilizarlas si tenemos uno de estos aparatos, para detenernos unos minutos, dejar lo que estemos haciendo y aprovechar para respirar lenta y profundamente, preferentemente utilizando el diafragma y expandiendo el abdomen en lo que se conoce como “respiración abdominal”. De este modo lograremos equilibrar de nuevo el pH sanguíneo.

Otro sistema es utilizar durante menos de un minuto una bolsa de plástico o papel para respirar dentro de ella, de modo que reabsorbamos todo el CO2 que expulsamos; así obligaremos al cuerpo a consumir todo el oxígeno que tiene y acidificaremos la sangre. De todos modos, algunos médicos no recomiendan este método por juzgar que se introduce una cantidad excesiva de CO2 de golpe en el cuerpo.

Practicar la hipoxia intermitente, que consiste en permanecer periódicamente el máximo de tiempo posible aguantándo la respiración, de modo que dé tiempo a que se consuma el excedente de oxígeno sin perder el CO2. Así se restablecerá el equilibrio entre estos dos gases. En esencia el ejercicio a practicar debe ser:

  • Hacer 30 respiraciones profundas, lo que provocan una ligera hiperventilación y mareo
  • Tras la última espiración, dejar de respirar, con los pulmones vacíos, tanto tiempo como sea posible
  • Cuando se sienta urgencia por respirar, realizar una sola inspiración profunda y aguantar la respiración de nuevo para devolver el oxígeno a la sangre
  • Repetir tres o cuatro veces este ciclo

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