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Cuando las bicicletas eléctricas suponen una auténtica revolución en el transporte

Darío Pescador

19 de mayo de 2023 22:38 h

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El transporte es responsable de una parte enorme de las emisiones de gases de efecto invernadero. Representa un 16% del total mundial, pero puede alcanzar hasta el 30% de las emisiones en algunos países.

El 95% del transporte del mundo depende de los combustibles fósiles, es decir de la gasolina, el gasóleo y el keroseno. De todas las emisiones del transporte, el tráfico rodado representa dos tercios del total, y los coches privados el 40%. No es de extrañar que se haga tanto hincapié en eliminar los coches con motores de combustión interna.

Ante el aumento de los precios de la gasolina debido a la invasión rusa de Ucrania, el gobierno estadounidense y la Unión Europea han propuesto soluciones a corto plazo como las reducciones de impuestos, pero a largo plazo, el compromiso europeo es no vender ningún coche de combustión interna a partir de 2035 y sustituirlos por coches eléctricos

Sin embargo, las bicicletas eléctricas y sus versiones para transporte (como las bicicletas de reparto) podrían ser las heroínas del cuento de la sostenibilidad.

Mientras Europa y Estados Unidos siguen fomentando el uso de coches eléctricos como solución a la dependencia de los combustibles fósiles, hay pocas políticas que fomenten el uso de estos vehículos ligeros, que constituyen una solución más sostenible, más barata y con beneficios adicionales para la salud y el espacio urbano para un gran número de los desplazamientos.

Ayudas para las bicicletas eléctricas

¿Por qué las bicicletas eléctricas podrían ser una alternativa más sostenible que los coches eléctricos? En primer lugar, las emisiones de gases de efecto invernadero son considerablemente menores, incluso en comparación con los coches eléctricos.

Además, las bicicletas eléctricas ocupan mucho menos espacio en las calles y representan un riesgo mínimo para la seguridad de otros usuarios de la vía. Por si fuera poco, aunque el motor eléctrico ayude en el esfuerzo, el ciclista sigue haciendo ejercicio, lo que conlleva beneficios para la salud.

En cuanto a las e-cargo bikes, estas pueden llegar a sustituir completamente a un coche para muchas tareas cotidianas, como llevar a los niños al colegio, hacer la compra o transportar objetos voluminosos. A pesar de este enorme potencial, los líderes políticos parecen no estar dispuestos a impulsar su adopción con la misma intensidad que la de los coches eléctricos.

En Estados Unidos, el país de los coches, por ejemplo, aunque la Cámara de Representantes aprobó una ayuda para la compra de e-bikes en 2021, las condiciones eran mucho menos generosas que las ofrecidas para los coches eléctricos.

Las bicicletas de más de 4.000 dólares quedaron excluidas del crédito y estos modelos son precisamente los empleados para el reparto, lo cual limita aún más su adopción. Este año se ha introducido de nuevo con cuantías de 1.500 dólares para compras de bicicletas eléctricas de hasta 8.000 dólares. 

En España, dentro de la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, la bicicleta aparece como un vehículo clave en la transformación de las ciudades y alternativa a los vehículos de motor de combustión. Sin embargo, las ayudas están desigualmente repartidas y dependen de los ayuntamientos.

Por ejemplo, en Madrid el Ayuntamiento introdujo para el año 2022 una ayuda del 50% para bicicletas eléctricas a partir de 1.000 euros y descuentos similares en motocicletas y ciclomotores. Por desgracia, no se ha repetido la convocatoria.

Otras ciudades como Bilbao, Santander o Valencia disponen también de subvenciones de menor cuantía, mientras que a nivel autonómico, la Xunta de Galicia subvenciona el 50% del precio final con un límite de 700 euros de ayuda. 

Uno de los posibles problemas de estos programas es la falta de conocimiento sobre las bicicletas eléctricas por parte de los legisladores y la percepción de que son vehículos recreativos en lugar de soluciones reales para el transporte sostenible. 

La presencia de carriles bici es determinante en la adopción por parte de los ciudadanos. En ciudades como Madrid, cuyos responsables municipales han sido tradicionalmente hostiles al tráfico de bicicletas, y con una gran carencia de carriles bici comparada con otras capitales, se optó por la solución de los carriles compartidos con el tráfico rodado.

Esto hace que muchas personas perciban, con razón, que ir en bicicleta es peligroso. Solo en 2022 se registraron 888 accidentes en los que estaba implicada una bicicleta. En comparación, la ciudad de Amsterdam, donde hay 750.000 habitantes y 600.000 bicicletas, y se calcula que la gran mayoría de la población circula en bicicleta, se registraron 3.464 accidentes con bicicleta en cuatro años entre 2018 y 2021.

Siguiendo con la comparación, en Amsterdam hay más de 400 km de carril bici, frente a los 250 de Madrid –en su mayoría fuera del centro de la ciudad–, para dar servicio a cuatro veces más habitantes.

El coste de una bicicleta eléctrica, que puede ser diez veces superior al de una bicicleta convencional, también puede ser un obstáculo para su adopción, especialmente por el riesgo de robo, en ciudades donde no hay cultura ni infraestructura para dejar las bicicletas con seguridad en la calle, ni espacio para guardarlas en una vivienda. 

Las bicicletas eléctricas compartidas

En varias ciudades de Europa hay implantados desde hace años programas de bicicletas compartidas, en muchos casos eléctricas, con o sin estaciones, para promover la movilidad sostenible y reducir la congestión del tráfico y las emisiones de gases contaminantes.

Hay programas en Barcelona (Bicing), París (Vélib'), Ámsterdam, Copenhague (Bycyklen), Londres (Santander Cycles, también conocidas como “Boris Bikes”, por Boris Johnson, que fue alcalde de la ciudad y las utilizaba con entusiasmo), Milán (BikeMi) o Berlín (Lidl-Bike).

Según un informe del Parlamento Europeo, los desplazamientos en coche en Europa se realizan con una media de 1,6 pasajeros a bordo y los coches representan el 60% de las emisiones del transporte en la UE.

Un coche emite aproximadamente 100 gramos de CO2 por kilómetro, frente a los 35 de un desplazamiento en tren por pasajero y kilómetro. En una bicicleta, eléctrica o no, las emisiones son cero. 

Además de evitar atascos y reducir la contaminación, estos programas de bicicletas proporcionan beneficios económicos. Según un estudio del IESE, por cada euro que los ayuntamientos invierten en bicicletas compartidas se genera una actividad económica de hasta 1,14€ (en puestos de trabajo y horas ahorradas en atascos entre otros factores). Si se añaden los beneficios para la salud y los ahorros en los sistemas de salud, la cifra puede aumentar hasta 1,72€.  

En España, la ciudad que más ha apostado las bicicletas como solución para el transporte es Barcelona. En Barcelona un 41% de los ciudadanos utilizan el transporte público para ir al trabajo o estudiar y solo un 24% recurre al vehículo privado, según un informe comparativo de la movilidad en Barcelona, Madrid, Valencia, Zaragoza, Sevilla y Málaga, elaborado por el ayuntamiento barcelonés con datos del INE.

En Madrid, un 40% de los ciudadanos utiliza el vehículo privado para ir al trabajo o centro de estudios, frente a un 43% que utiliza el transporte público. Estas cifras dan también cuenta de la situación en Madrid, donde se ha producido un deterioro sustancial del servicio de bicicletas compartidas Bicimad, a causa del abandono por parte del actual Ayuntamiento. 

Pero no solo se trata de los carriles bici y una adecuada gestión del servicio. El precio también es importante para favorecer su adopción. Estos programas de bicicletas compartidas son mucho más importantes para los ciudadanos que viven alejados del centro de las ciudades, que por lo general son también los de menores recursos, y que pueden beneficiarse de este tipo de transporte.

En el caso de Londres, por ejemplo, la extensión del programa de bicicletas en 2012 a las afueras hizo que su uso pasara del 6% al 12% en las zonas más pobres de la ciudad cuando se extendió a ellas. Sin embargo, los precios se duplicaron en 2013, lo que tuvo el efecto contrario y los usuarios de estos barrios lo abandonaron. 

Para que los ciudadanos colaboren con la sostenibilidad, es necesario que las instituciones proporcionen los medios necesarios. El éxito de los programas de bicicletas eléctricas compartidas en Europa demuestran cómo ofrecer a los ciudadanos soluciones de movilidad sostenible y alternativas de transporte asequibles y ecológicas es efectivo.

El mayor enemigo de las bicicletas es, finalmente, el mal tiempo. Pero en un país con tan poca lluvia como España, deberíamos aprender de las ciudades donde tienen éxito y el sol brilla por su ausencia.

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