Se conoce como llamadores de ángeles a unos colgantes de forma esférica diseñados para llevar en el cuello y que, al moverse, emiten un sonido suave, en general dulce y armonioso. Tienen un valor ornamental –en ocasiones son auténticas piezas de joyería– pero se destacan sobre todo por su uso como amuleto: mucha gente les atribuye “poderes mágicos” y los recomienda a las embarazadas, para que los supuestos ángeles que el objeto convoca protejan tanto a la mujer como al bebé en gestación.
De hecho, se suelen comercializar con un hilo o cadena lo bastante largo para que, al colgar del cuello de la mujer embarazada, la esfera sonora quede a la altura de su tripa y, por lo tanto, cerca del feto.
En internet se pueden encontrar las más variadas historias y leyendas en relación con el origen de estos colgantes, las civilizaciones antiguas que los habrían utilizado y el tipo de “energías” con los que se podrían vincular. Pero, más allá de las creencias que cada persona pueda tener, vale preguntarse si, en efecto, el sonido que emiten estos productos puede ser beneficioso de algún modo para el bebé.
La respuesta es que no existe ninguna evidencia científica de que el sonido de los llamadores de ángeles tenga algún efecto positivo sobre el bebé en formación. Eso se debe, básicamente, a que no hay estudios al respecto. Lo cual no quiere decir, de todos modos, que no pueda tener alguno.
A partir de la mitad del embarazo, aproximadamente, el feto comienza a percibir sonidos desde el exterior del vientre materno, y varios estudios sí han analizado la posible influencia de tales sonidos –sobre todo de la música– en el desarrollo futuro del bebé.
El efecto positivo de la música para el feto
En los últimos años, varios estudios han llegado a la conclusión de que la música ejerce un efecto positivo para los fetos. En otras palabras, si la mujer embarazada se expone a música, esto redundará en beneficios futuros para el bebé en gestación.
Existe una prueba conocida como test de Brazelton o escala neonatal de Brazelton. Se utiliza para medir, en bebés recién nacidos (desde tres o cuatro días hasta cuatro semanas de vida), las capacidades y posibles déficits, a partir de la observación de ciertos parámetros visuales, motrices y auditivos.
En función de sus resultados, los expertos pueden determinar el grado de estimulación que un niño ha de necesitar. Pues bien, en 2012 científicos de Estados Unidos y la India realizaron un estudio con datos –obtenidos a través del test de Brazelton– de 260 niños, de los cuales casi la mitad habían escuchado música desde el vientre de sus madres durante una hora por día durante la segunda mitad de la gestación.
Los restantes embarazos se habían desarrollado en similares condiciones, pero sin esa hora de música. La comparación de los datos de ambos grupos arrojó que los niños que habían escuchado música tenían mejores resultados en cinco de los siete parámetros analizados.
En consecuencia, los científicos concluyeron que la música a la que la madre se expone durante el embarazo ejerce una influencia “favorable y signficativa” en la conducta del bebé.
La música oída desde el útero se recuerda durante meses
Un año más tarde, otro estudio –elaborado por científicos de Finlandia– también dio cuenta de cómo las canciones son oídas por el feto desde el interior del útero materno y esta audición ejerce una influencia tiempo después.
En este caso, los científicos utilizaron una medida de respuesta cerebral llamada potencial relacionado con evento, que es el producto de una circunstancia sensorial, cognitiva o motriz. Los investigadores pudieron comprobar que, aun cuatro meses después de haber nacido, los bebés experimentaban estos potenciales relacionados con evento al escuchar una canción que habían percibido cuando estaban dentro del útero de sus madres.
Es decir, la recordaban. Y, de tal hecho, los expertos deducen que “la exposición prenatal a la música puede tener efectos plásticos a largo plazo en el cerebro en desarrollo, y mejorar la capacidad de respuesta neuronal a los sonidos utilizados en el entrenamiento prenatal”.
Por lo demás, existe un consenso en restar valor al llamado “efecto Mozart”, los supuestos beneficios cognitivos que escuchar música clásica tendría para los niños, incluso desde antes de nacer.
Tal idea surgió a partir de un artículo publicado por la revista Nature en 1993, que desde un primer momento generó dudas en el mundo científico y además se basó en estudiantes universitarios. Escuchar música clásica puede ser muy bueno para los niños pequeños, sin duda, pero al parecer no por los motivos que mucha gente todavía cree.
El bebé en el vientre y la voz de su madre
Claro que no se trata solo de música: el bebé también escucha los demás sonidos que lo rodean, tanto del interior del cuerpo de la madre (entre ellos, su propia voz) como desde el exterior. Los científicos estiman que los sonidos llegan a los oídos del feto a un volumen entre 10 y 20 decibelios más bajo que al que suenan fuera de ese sitio cerrado. También se ha comprobado que el feto reacciona con menos movimientos y un ritmo cardiaco más bajo al escuchar a su madre leer en voz alta.
A partir de todos estos datos, es posible afirmar que los bebés en gestación ya se relacionan a través de sus sentidos con el mundo que los rodea, dentro y también fuera desde el vientre materno. Y no solo a través del oído: también con la vista. Un estudio de 2017 reveló que el feto distingue entre diferentes formas y patrones lumínicos y reacciona mejor ante aquellos que se asemejan a rostros humanos.
En relación con los llamadores de ángeles, entonces, sería necesario determinar si el sonido que producen al moverse tiene la suficiente fuerza como para llegar a los oídos del feto. Y si, en caso de que llegue, es sonido produce algún efecto en el niño, tanto durante la gestación como después del nacimiento.
Si no te quieres perder ninguno de nuestros artículos, suscríbete a nuestros boletines