La perrita de Daniel Zorrilla, una podenca de año y medio recién adoptada llamada Djuna, sale disparada del salón en cuanto él entra por la puerta, “y ni me mira cuando intento jugar con ella, por mucho que le enseñe su pelota favorita”, afirma. Si intenta acercarse a ella, solo lo empeora: Djuna esconde el rabo entre las piernas y vuelve a desaparecer. Daniel nos ha pedido que averigüemos por qué Djuna le teme. ¿Qué está haciendo mal?
El miedo perruno no es una broma. El 72,5% de los perros sufren un problema de ansiedad más o menos traumático, según un estudio publicado este año en la revista científica Scientific reports. Aunque casi una tercera parte de ellos son problemas relacionados con los ruidos fuertes, como cohetes o petardos, el 29% de los perros estudiados se diagnosticaron como muy miedosos; mientras que el 14% mostró algún tipo de problema de agresividad por culpa del miedo.
Todo amante de los animales reconoce cómo su amigo perruno expresa sus emociones. Las orejas gachas, una postura tensa y la cola escondida bajo el cuerpo significa: “Déjame tranquila”, en idioma perruno. O ladra. Mientras que las orejas disparadas como antenas, cuerpo bailongo y sacudidas vigorosas de la cola significa: “Qué feliz estoy de verte, humano!”
Menos sencillo resulta conocer qué dispara el temor que invade a un perro adoptado. “Puede ser una combinación de factores: la genética tiene un papel importante, pero otras veces tiene un componente ambiental o aprendido”, explica Tomàs Camps, etólogo clínico y director de Etovets.
Hay más: tu camarada peludo puede haber aprendido a tener miedo a determinadas personas, y no a otras. Como le ocurre a Djuna según Daniel: mientras que lo rehúye a él, con su pareja, una mujer, la perrilla no tiene ese problema.
¿Cuándo aparece el miedo perruno?
Lo primero: entiende que el miedo es adaptativo, incluso beneficioso. Temer lo que nos puede hacer daño es normal, una estrategia de supervivencia. Lo mismo te sucede a ti cuando, por ejemplo, te encuentras con un camión de frente: tienes miedo y reaccionas. Te apartas, y evitas que te pase por encima. Bien hecho.
Otra cosa son las fobias; un miedo desproporcionado, bien por ser muy intenso, bien porque dura mucho. Es lo que aparentemente le sucede a Djuna: aunque lleva un mes en casa de Daniel, y él solo le dedica mimos, a ella todavía le cuesta.
Esto sí puede convertirse un problema, tanto para tu amigo como para ti, anota Antonio Rodríguez, director del Hospital veterinario El Bosque, un centro que fomenta adopciones: “Primero, porque una vida con miedos es una vida horrible. Además, nos impide disfrutar del perro, porque nos rehúye, no deja que le acaricies y no quiere jugar contigo”.
La genética tiene un papel importante: si sus padres o abuelos eran muy miedosos, es más fácil que ella tenga miedo. Pero la regla no siempre se cumple: otras veces, el miedo lo provoca un embarazo estresante, que predispone a los cachorros a enfrentarse peor al miedo. “Y el periodo de socialización, que transcurre desde la semana dos a la semana trece o quince de vida, también es crucial en la aparición y maduración del miedo”, anota Camps.
Durante esta etapa, si el cachorro tiene contacto con muchas personas y además resultan experiencias positivas, disfrutará de la compañía humana. Y al contrario: si tiene malas o pocas experiencias es normal que desarrolle miedo. Por eso, en este periodo aparecen muchos de los que después consideramos problemas de comportamiento.
“Si un perro no ha tenido contacto con niños, les tendrá pánico, igual que si un perro ha interactuado más con mujeres que con hombres (o viceversa), también es normal que les tenga más miedo a ellos”, advierte el etólogo. Tampoco descartes un problema médico: una enfermedad hepática u hormonal, incluso el dolor puede disparar el temor. Por eso siempre es importante, lo primero, acudir al veterinario.
Mi perro me tiene miedo
Cuando adoptamos, creemos que todo va a ser magnífico desde el principio, y esto a veces no es así. “Muchos perros llegan con traumas por haber sido abandonados, o porque alguien les ha pegado o los ha maltratado”, anota Rodríguez. ¿Quién no lo tendría? Un comportamiento no solo deplorable, sino que también está tipificado como delito en el Código Penal, con penas de prisión. Y que deja secuelas.
“La voz influye mucho, y también la presencia física”, anota el veterinario. Si la persona que lo ha maltratado era un hombre, es probable que ese perro haya aprendido a tener miedo no solo a esa persona, sino también al resto de los hombres.
La receta: paciencia, y amor peludo
El primero, respeta su miedo. “Si invades su espacio, intentas acercarte e incluso imponerte al animal, o tonterías de esas, lo único que vas a conseguir es que te coja pánico”, advierte Camps. Interactuar contigo nunca debe ser una obligación. Al revés, tiene que ser tu camarada peludo quien, poco a poco, quiera acercarse a ti y supere ese miedo. Y, con paciencia, no tardará en querer meterse en tu cama.
Para ayudarle, usa comida, premios y otros tipos de refuerzos. También el juego puede ser muy positivo porque ayuda a que confíe en ti. Pero recuerda: si quiere, bien, y si no, dale tiempo. También ayuda contratar al menos una consulta con un experto en comportamiento animal. Incluso cuando crees que todo va bien, un profesional puede ayudaros.
Entiende que el miedo bloquea su capacidad de aprender. Pero, con paciencia, todo se logra, y acabará por verte como un amigo. “Y, sobre todo, trata a tu perro como te gustaría que te trataran a ti”, concluye Camps. Nos quedamos con eso: no olvidemos que los animales, los perros y también los gatos, tienen emociones y que en ese sentido se parecen a nosotros mucho más de lo que solemos pensar.
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