Gente de gatos y gente de perros: ¿de verdad somos tan diferentes?
La eterna disputa entre gente de perros y gente de gatos probablemente no acabe nunca: que si un hombre rodeado de perros es símbolo de agresividad y poca sociabilidad; que si solo las mujeres solteras tienen gatos… Mitos que perduran en el tiempo y sobre los que la ciencia quiere poner su granito de arena para desmentirlos y finalizar esta dicotomía inventada. Y es que vivir con mininos o, por el contrario hacerlo con un compañero perruno no nos hace diferentes. Más bien, todo lo contrario. ¿Estamos ladrando y maullando en la dirección equivocada?
Nuestras mascotas se parecen más de lo que crees
¿Eres una persona de gatos o una persona de perros? Esta pregunta suele plantearse como una dicotomía irreconciliable. Algo así como: si aprecias la efusividad de un amigo perruno y dedicas horas a lanzarle la pelota además, no puedes disfrutar de la compañía ronroneante de un minino. Me pregunto por qué nadie se plantea si eres “más de zarigüeyas o de elefantes”.
En cualquier caso, la ciencia viene en nuestro rescate. Aunque estudios recientes sugieren que las personas nos hemos dividido por nuestras preferencias peludas desde la Edad de Piedra, decantándonos por gatos o por perros, en términos evolutivos encontramos el primer ingrediente necesario para la reconciliación: se llama miácido. Resulta que tanto los perros como los felinos pertenecen al orden de mamíferos Carnivora, una rama evolutiva que comparten con muchos otros animales grandes y pequeños, desde osos hasta tejones, y que incluso incluye miembros marinos como focas y morsas, entre otros.
Lo sorprendente, y lo que aquí nos interesa, es que todos ellos tienen un antepasado común: los miácidos, unas criaturas pequeñas y alargadas que vivieron hasta hace 33 millones de años en los árboles, y cuyo aspecto recuerda al de una marta o comadreja actual. Gracias a ellos, hoy disfrutamos tanto de la fidelidad de los perros como de la inacabable genialidad y personalidad de los gatos. Lo que demuestra que no hay nada como rebuscar en la historia para encontrar amigos comunes.
Gatos y perros, lo que dicen de nosotros
Pero los miácidos no resuelven por completo nuestra disputa. Porque las personas, según confirman las investigaciones sociológicas realizadas en la materia, aún nos autodefinimos como “gente de gatos” o “gente de perros”. Aunque podemos estar tentados a pensar que nos incluimos en una u otra categoría en función del animal con el que compartimos la vida, la ciencia ha rebatido este argumento: cómo nos definimos no habla tanto de la especie a la que pertenece el amigo peludo con el que compartimos la vida sino de los rasgos de su personalidad “ideal” que nos atribuimos como propios.
Así, quienes se autoproclaman miembros del grupo de “gente de perros” también suelen atribuirse lo que se denomina un “temperamento masculino”, seguro y se definen como decididos y sociables. Mientras que aquellos que airean su pasión felina a los cuatro vientos suelen denominarse personas “independientes y creativas”, y también afirman poseer un carácter con rasgos atribuidos a lo femenino. Así, no estamos hablando necesariamente de los animales con los que vivimos sino, más bien, de los rasgos de la personalidad de un perro o gato ideal que proyectamos en nosotros.
Lo que tenemos en común
Por suerte, las diferencias entre uno y otro bando no resultan insalvables. Y cualquiera de estas personas “de perros” o “de gatos” podría establecer una relación afectuosa con un animal de la otra especie si llegara el caso. Por eso, John Bradshaw, un antropozoólogo o científico que básicamente se dedica a estudiar las relaciones entre humanos y animales, señala: “El hecho de vivir con gatos o con perros ya hace que tengamos mucho en común, por lo que la elección de la especie de animal seguramente habla más de nuestro estilo de vida que de nuestra personalidad real”.
Porque puede resultar más sencillo para una persona que vive en el campo compartir su tiempo con un perro si le gusta pasear. Mientras que para un urbanita o para alguien que disfruta pasando tiempo en casa atrapado por un libro le parecerá más fácil compartir su vida con un gato o, mejor aún, con dos. Además, nuestro amor por los animales va unido a una preocupación intrínseca por la naturaleza. Lo que constituye otro argumento de peso a favor de la reconciliación.
Según esto, las personas no nos dividimos tanto entre “gente de gatos” y “gente de perros” sino en función de cuál sea nuestra conexión y preocupación por el medio natural. El motivo: compartir la cama con nuestro amigo peludo nos reconecta con el mundo natural del que procede. Sea de la especie que sea. Además, ¿cómo íbamos a renunciar a esos deliciosos bigotes gatunos o a esas simpáticas orejas perrunas? Imposible. Ah: también nos chiflan las zarigüeyas.
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