Prácticamente todos los procesos fisiológicos de nuestro organismo siguen un ritmo circadiano, lo que implica que nuestra fisiología presenta variaciones que se repiten con un periodo de alrededor de 24 horas. Y el metabolismo energético, esa “gestión de la energía” necesaria en el organismo, no es una excepción. Sus ritmos también se van reajustando gracias al ciclo diario de luz/oscuridad y a los propios ritmos de comportamiento que seguimos en el día a día.
De hecho, es bien sabido que alterar los horarios de las comidas, como les ocurre con frecuencia a los trabajadores por turnos, puede tener consecuencias negativas sobre el metabolismo. Por ejemplo, este desorden en la ingesta podría derivar en un aumento de peso o en el desarrollo de enfermedades de tipo metabólico como la diabetes.
Pero no solo comer a deshoras puede hacernos engordar más de la cuenta. Adoptar unos hábitos diarios poco saludables, como exponernos a la luz a horas inadecuadas, tener un patrón de sueño desordenado o dormir menos de lo necesario, también nos puede hacer ganar excesivo peso. Y lo más importante: puede alterar nuestra salud metabólica.
El ritmo del metabolismo
Son múltiples los actores del metabolismo energético que se encuentran bajo el mando del sistema circadiano y que pueden, además, verse influidos por el ciclo de sueño-vigilia. Por ejemplo, la secreción del cortisol presenta un ritmo circadiano claro, con un pico de concentración en sangre a primeras horas de la mañana. La grelina (la hormona que nos hace sentir apetito) y la leptina (la que nos hace sentir saciados), también se segregan siguiendo este patrón circadiano que se modifica con la pérdida o ganancia de peso, aunque la ingesta/ayuno y el sueño/vigilia sean importantes en su regulación.
La hormona del crecimiento, que igualmente está implicada en el metabolismo, se segrega fundamentalmente cuando estamos dormidos, y su secreción está vinculada al sueño de ondas lentas. La melatonina, que a los humanos nos prepara para dormir, se segrega por la noche en condiciones de oscuridad y, además, también parece influir en el metabolismo de la glucosa y de los lípidos.
Como consecuencia de la naturaleza circadiana de todos estos procesos, el gasto energético, que, en cierto modo, es el producto de todo ello, también sigue un ritmo circadiano que, además, puede verse afectado por el sueño. En general, nuestro metabolismo consume más energía durante el día que durante la noche, independientemente de que estemos dormidos o despiertos. Además, durante el sueño también consumimos menos energía que durante la vigilia.
Por todo esto, no es de extrañar que cuando alteramos nuestros hábitos de ingesta y nuestros patrones de sueño, bien sea por horarios laborales o como consecuencia de adoptar hábitos poco saludables, el patrón circadiano del gasto energético y los perfiles de secreción de hormonas también se desorganicen. La consecuencia de todo ello puede ser, precisamente, la aparición de sobrepeso, obesidad o de alteraciones metabólicas como la diabetes tipo 2.
¿Cómo son los ritmos de la obesidad?
Entonces, ¿son los ritmos circadianos de las personas con obesidad distintos a los de las personas sin sobrepeso? Pues precisamente esta pregunta se la hicieron Andrew W. McHill y su equipo.
Para responderla sometieron a 30 personas a un protocolo que permitió evaluar el ritmo circadiano de su metabolismo energético. ¿Cómo? En el laboratorio, simularon “días” de menos de 24 horas, distribuyendo uniformemente los periodos de luz y de oscuridad, así como las oportunidades para dormir, las comidas y los periodos de actividad física y reposo. De esta forma, pudieron identificar el patrón circadiano, aislándolo de los efectos del ciclo de sueño-vigilia, de la ingesta o del nivel de actividad física.
A continuación, clasificaron a los participantes en función de su índice de masa corporal (que no es más que el peso dividido por la altura, en metros, elevada al cuadrado). Así se dieron cuenta de que aquellos participantes con un índice de masa corporal saludable presentaban el momento de menor gasto energético durante la noche, tanto si estaban en fase de reposo en ese momento como si estaban haciendo ejercicio. Sin embargo, aquellos participantes con obesidad (con índices de masa corporal elevados), tenían su momento de menor gasto energético durante el día.
Demostrar esta diferencia en el ritmo circadiano del gasto energético en personas con obesidad abriría la puerta, según los autores del trabajo, al desarrollo de tratamientos personalizados de la obesidad que tengan en cuenta, precisamente, sus características circadianas. Tratamientos que tengan en cuenta, en definitiva, el ritmo con el que funciona su metabolismo.
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Puedes leerlo aquí.