Desde la psicología, la culpa se define como el estado afectivo doloroso que aparece ante la creencia o la sensación de haber hecho algo malo o traspasado las normas éticas, personales o sociales. Sobre todo, si se ha perjudicado a alguien más.
Sentir culpa no siempre es algo malo. De hecho, tiene una función: “Hacer consciente al sujeto de que ha realizado una mala acción y así facilitar los intentos de reparación”, en palabras del psiquiatra José Carlos Fuertes. (De hecho, no sentir nunca culpa ni remordimientos es un rasgo de los psicópatas).
En ese sentido, un estudio de 2018 arribó a la conclusión de que las personas con mayor tendencia a sentirse culpables son más dignas de confianza que aquellas con una tendencia menor. Y ese fue el rasgo de la personalidad que mejor ayudó a predecir la “confiabilidad” de la gente, según los autores de la investigación.
Pero cuando la culpa es exagerada, se convierte en un problema: aparecen sentimientos y pensamientos negativos que generan un gran malestar ante la responsabilidad por los errores. O por cosas que se perciben como equivocaciones y que quizá no lo han sido, o no han sido tan graves, o no han generado consecuencias negativas para nadie.
La tendencia a sentirse culpable y sus consecuencias
¿Cómo son las personas más tendientes a sentir culpa? Pues en general suelen hacer interpretaciones muy parciales o sesgadas de la realidad. Eso las lleva a centrarse en sus errores y magnificarlos. Y hacen lo contrario con sus logros: les restan valor, los minimizan, a menudo ni siquiera los ven.
José Carlos Fuertes explica que “el origen de la culpa tiene que ver con el desarrollo de la conciencia moral, que se inicia en nuestra infancia y que se ve influida por nuestras diferencias individuales y las pautas educativas”.
A menudo se habla del “peso” de la culpa, se la refiere como una “carga” que llevan encima quienes sienten que han hecho algo malo. Un estudio realizado por científicos de Estados Unidos y Canadá comprobó que esa expresión es más que una metáfora.
De acuerdo con ese experimento, las personas que se sentían culpables realmente percibían que el cuerpo les pesaba más, y por lo tanto también les costaban más ciertas acciones de naturaleza física. Otras consecuencias de la culpa excesiva son dolores en el pecho y el estómago, presión en la cabeza o molestias en la espalda.
Los efectos más graves, no obstante, se advierten en los aspectos psicológicos y emocionales. La persona culposa se hace numerosos reproches y acusaciones por lo que entiende que han sido faltas, y esas rumiaciones desgastan su autoestima y su confianza en sí misma.
Además, suele sentirse nerviosa e irritable, y con frecuencia es víctima de la ansiedad y el estrés. Como resultado, se ve afectada su vida social, se complican sus relaciones familiares, la persona suele aislarse e incluso es más propensa a sufrir chantajes emocionales y manipulaciones por parte de quienes lo rodean.
Por otra parte, estas personas suelen sentir una especie de obligación de siempre satisfacer a los demás, les cuesta mucho decir que no, tienen mucho miedo al rechazo ajeno o molestar a los demás pero en general se callan si algo les molesta, las afectan mucho las opiniones y las críticas de los demás, y piden disculpas a cada rato.
El resultado global es una sensación de tristeza generalizada: de algún modo, la persona con demasiada culpa y remordimientos se pasa sus días anclada en el pasado, lamentando las acciones cometidas, y sin poder vivir y disfrutar del presente.
Claves para superar la culpa y el remordimiento
La psicóloga Aurora López, directora de Más Vida Psicólogos, apunta que para superar los remordimientos cuando se ha cometido un error se puede recurrir a la llamada “técnica de las cuatro R”. Es una estrategia desarrollada por la estadounidense Jane Nelsen y pensada en su origen para la infancia, pero la pueden aplicar también los adultos.
Las “cuatro R” son las siguientes:
1. Reconocer
El primer paso consiste en admitir los errores y asumir la responsabilidad, pero en su cuota justa. Para ello, hay que reconocer qué cosas estuvieron mal y cuáles no. Es clave analizar los hechos del modo más objetivo que sea posible. En muchos casos, es de gran utilidad hablar con alguien cercano, que pueda aportar otro punto de vista.
En ese sentido, también hay que intentar comprender lo complejo de las circunstancias. Es decir, poner las propias acciones en contexto, recordar qué sucedía en ese momento y tener presente mucho de lo que sucede alrededor no estaba bajo su control y, por lo tanto, no era su responsabilidad.
2. Responsabilizarse
Esto implica asumir las consecuencias de los propios actos. Lo que se debe atender también en este punto es que todos cometemos errores y que forman parte del aprendizaje. Por eso, hay que recordar el aspecto positivo de la culpa: saber qué acciones se debe intentar que no se repitan.
3. Reconciliarse
La reconciliación se debe buscar tanto con los demás como con uno mismo. Con los demás, a veces se logra incluso con expresiones simples como “lo siento”, “discúlpame” o “perdona” que, cuando son sinceras, tienen un gran significado.
Pero, además, hay que ser autocompasivos. Esto es aprender a perdonarse los errores del pasado. Las persona culposas suelen ser más duras consigo mismas que con las demás. Por eso, un pequeño truco consiste en imaginar cómo juzgarían por ese mismo hecho a otra persona y luego aplicarse a sí misma ese grado de indulgencia.
Esta es la manera de reconciliarse con uno mismo, de ponerse en paz con su propia conciencia, y permite “pasar página”: no quedarse anclado en un episodio del pasado, sino seguir adelante.
4. Reparar
En muchos casos se pueden realizar acciones concretas para reparar un error. Esto puede ser incluso comprometerse para el futuro. Por ejemplo, si una conducta negativa ha afectado a otra persona, se le puede plantear: “¿Cómo podríamos hacerlo la próxima vez?”. Ese diálogo también formará parte del aprendizaje.
Lamentablemente, el pasado no se puede cambiar y en ocasiones no hay forma de subsanar el error. En esos casos, lo que se debe procurar es valorar el aprendizaje y seguir adelante con la voluntad y la convicción de que esa falta no se ha de repetir.
Por supuesto, estos consejos pueden no ser suficientes. Aunque se conozcan de forma racional, puede ser difícil instrumentarlos en la propia vida. En ese caso, si los remordimientos y las culpas por hechos del pasado generan los efectos negativos descriptos más arriba y no se encuentra la forma de aliviarlos, lo aconsejable es buscar ayuda en la terapia psicológica.
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