Para empezar a aclarar un poco la confusión entre los conceptos de clarete y el rosado, Raúl Escudero, el gerente de la DO Cigales, famosa por sus claretes y rosados, delimita que, históricamente, se diferencian no por el color, sino por la forma de elaboración: “el clarete, al final, no deja de ser un semitinto, porque hace una maceración, fermentación del mosto con la piel de la uva; mientras que el rosado se elabora como un blanco, nunca fermenta en contacto con los hollejos”.
Lo curioso es que esa diferenciación surgió por el orden de entrada de la uva a la bodega tras la vendimia: “como los lagares eran comunales, cada dos años se sorteaban los turnos y, dependiendo de si les tocaba entrar antes o les tocaba al final, la fermentación arrancaba antes o después y, por tanto, elaboraban clarete si estaba menos tiempo en contacto con los hollejos o, directamente, elaboraban tinto”.
En el Colegio de Enología de Castilla y León aducen también que “antiguamente un clarete era un vino mezcla de vino tinto con vino blanco, práctica que en la actualidad no se lleva a cabo por la prohibición de mezclar 'colores' en los vinos”, así como se prohibió el término clarete en Europa, por eso se impuso la palabra rosado, pero desde hace poco ya se pueden volver a usar ambas.
La mezcla de variedades blancas y tintas
Lo que sí se hace, de toda la vida, es mezclar las uvas, como recuerda Luis Oliván, elaborador del estupendo Clarete de Bespén aragonés: “los claretes se elaboraban en Castilla y León, Aragón, Navarra y La Rioja mucho antes de que existieran los rosados como tales, incluso la propia nomenclatura, en la mayoría de los casos, de viñedos en donde había mezcladas distintas variedades de uvas tintas y blancas”.
A lo que el experto en vinos Javier Ruiz apostilla: “en mi tierra el clarete siempre es el de tintas y blancas mezcladas, en Soria suele ser tinto fino y albillo, mientras que el rosado es de tintas por sangrado”. O también puede ser por prensado directo, agrega el bodeguero Xavi Nolla, enólogo de Vinos de la memoria, que considera que todos ellos son rosados.
En ese sentido, el sumiller palentino Javier San Segundo apunta que “a todos los claretes y rosados se les engloba como rosados por moda, aunque la palabra clarete se está volviendo a imponer en algunas etiquetas”.
Algo que está respaldado actualmente por la legislación, que ha ido cambiando hasta ahora, cuando, según Tomás Curio, Ingeniero agrónomo y enólogo, director técnico de Bodegas Museum, “cada bodega tiene libertad para elaborar como quiera y poner en la etiqueta rosado o clarete, es exactamente lo mismo y del todo legal. La única restricción que tienen las bodegas es de índole varietal y varía según las Denominaciones de Origen”, resume en su artículo Rosado o Clarete, publicado en la revista Argi.
Para concluir, San Segundo arroja algo de luz al caos: “lo que ocurre es que para el mismo vino, en diferentes añadas, la misma bodega puede decidir fermentar un poco con las pieles en función de la maduración de la uva o de la época de la vendimia, etc. Por lo tanto, unos años puede ser clarete y otros rosado, con el mismo nombre”.
Clarete, de Florentino Martínez, DOC Rioja, elaborado con garnacha 80% y viura 20%, macera en frío durante 48 horas, por eso su color naranja asalmonado. En boca, resulta afrutado, equilibrado, con violetas, rosas y anís y un pequeño deje carbónico que lo hacen más fresco, si cabe. 13,5% Vol. 2,90 euros.
Torondos es de la bodega cooperativa Cigales, un clásico de la DO con los típicos aromas y sabores a piruletas, fresa y chucherías que nunca falla. Resulta ligero, agradable y fresco y acaba de ser galardonado con una medalla de Oro en el Mondial du Rosé Cannes 2021, medalla de Oro en CINVE 2021 y Gran Oro en VIRTUS 2021. 13% Vol. 5 euros.
El Paisano de Tares es un clarete a base mencía, garnacha tintorera, palomino fino, doña blanca y godello con crianza en viejos “cubetos” de roble según la forma tradicional de elaborar en El Bierzo. Un tinto con alma de blanco que pega muchísimo para las comidas de verano en porrón, cuando no te importa mancharte mientras compartes una barbacoa con los amigos. Rico, fácil y fresquísimo. 13% Vol. 7,90 euros.
Meapilas, de Bodegas Septien, es un clarete de tempranillo, garnacha, mencía y 30% de albillo y Viura de viñas viejas de la DO Arlanza con cinco meses sobre lías, cuyo enólogo es un artista amante de su tierra, como demuestra en su libro Lo que llevamos dentro (Círculo Rojo Ed.) y en esta delicada edición limitada con un color pálido que nada se corresponde con su sabor intenso, largo, es un poco como si estrujaras y le extrajeras el sabor a un pétalo de rosa. 13,5% Vol. Entre 12 en bodega y 14 euros en tiendas.
Prados de Rosas 2020, de Pagos del Moncayo, DO Campo de Borja, es un 60% garnacha y 40% macabeo, un clarete sedoso y profundo, tropical, con punto a picotas que perduran en el retrogusto, refrescante a la par que envolvente. Con hummus va genial. 14% y 9,95 euros.
Pícaro del Águila Clarete 2018, de Dominio del Águila, DO Ribera del Duero. Estupendo clarete azulado que vuelve a los orígenes y busca la esencia utilizando la tempranillo y blanca del país mayoritariamente, además de garnacha, bobal y tempranillo gris, que se destinarían a grandes tintos, para hacer un vino de guarda con mucho sabor, con mucha fuerza, intensidad y tanicidad; una versatilidad que hace que la grasa del jamón resulte mucho más digestiva. 13,5% Vol. 21,38 euros.
Torremilanos Ojo de Gallo, de Bodegas Peñalva López, de Aranda de Duero, 100% variedades autóctonas blancas y tintas: tempranillo, viura, albillo, garnacha, bobal, etc. que ofrecen un vino contundente, un semitinto pero en fresco, con mucha fruta fresca, paladeable y serio. 13,5% Vol. 19 euros.
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